DESAFíOS DE LA POLíTICA INDUSTRIAL. INVERSIóN Y TECNOLOGíA
Si bien el proceso de contracción relativa de la industria no se vio acentuado, aún no se vislumbra un sistema industrial pujante en el marco de un “Sistema Nacional de Innovación”.
› Por Alejandro Naclerio *
Durante los noventa, la importancia relativa de la industria nacional sobre la economía argentina sufrió una fuerte contracción. Habiendo transcurrido nueve años consecutivos de crecimiento (desde el segundo trimestre de 2002), y a pesar de medidas aisladas en pos de la industrialización, la estructura productiva se ha mantenido similar a la plasmada durante la última década del siglo pasado.
Los países que más han progresado son aquellos que apostaron a su crecimiento industrial y que producen bienes gracias a sus capacidades de innovación y a la renovación continua de sus aplicaciones tecnológicas. En Argentina, la “desacumulación” de conocimientos y el “desaprendizaje tecnológico” que caracterizaron a los años noventa debilitó notoriamente las capacidades locales. La desregulación de mercados y el boom de inversión extranjera directa, lejos de plasmarse en una plataforma de desarrollo, consolidaron la extranjerización, privilegiando el ingreso de capitales de corto plazo a expensas de una mayor presión estructural sobre la balanza de pagos vía remisión de utilidades y dividendos. Al mismo tiempo, las políticas liberalizadoras acentuaron la dependencia tecnológica, persistiendo una estructura industrial muy heterogénea con pocos sectores competitivos de alta productividad. Básicamente, se trata de bienes primarios, agroalimentos, industria automotriz y algún otro sector aislado, como puede ser alguna rama de la siderurgia.
La ortodoxia económica valida este esquema productivo concentrado a través de la hipótesis de las ventajas comparativas (estáticas). Al tener ventajas comparativas en bienes intensivos en recursos naturales, Argentina estaría condenada a ser un país primario, ya que debemos especializarnos en los sectores que hoy ofrecen una mayor rentabilidad relativa. No debemos incursionar en actividades que otros países hacen mejor. ¿Para qué producir máquinas, si los alemanes o los italianos siempre las van a hacer mejor que nosotros? Esta perspectiva implica la asignación inamovible de una especialización productiva y por ende de una división internacional del trabajo donde por un lado están los países productores de materias primas, minerales y productos agropecuarios, y por el otro, los países industriales.
La evidencia empírica argentina muestra que las políticas fundadas en dicha teoría derivaron en que la industria nacional ingresara en un camino de ajuste y fuerte retroceso a partir de la dictadura de 1976. Actualmente nos encontramos en un punto de inflexión que representa una oportunidad para quebrar el ciclo negativo de desindustrialización. Si la reindustrialización competitiva es el norte, se debería tener en cuenta que la exportación de productos de alto valor agregado implica la exportación de trabajo calificado y complejidad tecnológica. En el estudio que realicé con Paula Belloni sobre la “Especialización primaria y debilidades de la competitividad sistémica en Argentina” se desprende que durante el período de la posconvertibilidad sólo se han mantenido positivos los saldos externos de bienes primarios y las manufacturas basadas en recursos naturales, mientras que los saldos comerciales del sector de bienes industriales –tanto de alta como de media y baja tecnología– han profundizado su déficit.
Estos resultados son propios de una economía en crecimiento que necesita agregar eslabones a sus cadenas productivas: se incrementan fuertemente las importaciones en general y, en particular, las necesidades de importar productos de mayor complejidad tecnológica. De hecho, la variación porcentual del saldo comercial negativo de las manufacturas de alta tecnología en el período posterior al 2003 se multiplicó por cinco, mientras que el déficit comercial de bienes de tecnología media y baja se multiplicó cuatro veces. Por su parte, los saldos comerciales positivos se deben exclusivamente a los sectores basados en recursos naturales. A fin de cuentas, mantener este superávit comercial sólo resultará posible si la inversión se vuelca hacia actividades de mayor complejidad tecnológica.
El desafío de la política industrial consiste, entonces, en transformar un sistema neoliberal basado en la renta agropecuaria y financiera en otro fundado en la producción y la competitividad sistémica. Es decir en ventajas competitivas dinámicas basadas en la acumulación y el desarrollo social de conocimientos. Estos no surgen espontáneamente ni son obra de la naturaleza. Se adquieren con esfuerzo y poniendo en funcionamiento un sistema educativo fuertemente vinculado al sistema productivo. Esta asociación medular requiere una masa salarial calificada y es un medio viable para seguir mejorando la distribución del ingreso y la mayor cohesión social.
En los últimos años se han implementado varias medidas, más allá de la administración del tipo de cambio, que apuntan al mercado interno vía estímulo de la demanda agregada. Sin embargo, ello resulta insuficiente para el desarrollo industrial. Si bien el proceso de contracción relativa de la industria no se vio acentuado, aún no se vislumbra un sistema industrial pujante propio de un país desarrollado, donde la industria se asienta en un “Sistema Nacional de Innovación”
* Doctor en Economía Universidad París 13. Docente UNLP, UNQUI, Coordinador Programa Sistemas Productivos Locales, Ministerio de Industria.
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