En su ensayo El fin de la historia y el último hombre, publicado en 1992, Fukuyama proclamaba la victoria definitiva del liberalismo político-económico y el final de la evolución ideológica de la humanidad. El “fin de la historia” proclamó el politólogo norteamericano. La caída del Muro de Berlín y el consiguiente derrumbe del campo socialista, clausuraban una etapa histórica. Para Fukuyama, el triunfo del liberalismo implicaba la definitiva universalización de ese paradigma como forma de gobernanza mundial. En el campo de la teoría macroeconómica, el llamado Nuevo Consenso (NC) también pretendió erigirse como una suerte de pensamiento único. Uno de los pilares sobre los que se apoyó el NC, es la exaltación de las virtudes de la política monetaria como herramienta de estabilización de las variables económicas reales y nominales. Postuló la necesidad de contar con un Banco Central autónomo para suprimir el “sesgo inflacionario” propio de las autoridades monetarias dependientes del poder político.

Los economistas Martín Abeles y Mariano Borzel sostienen en Metas de inflación: implicancias para el desarrollo, Documento de Trabajo Nº1 del Cefidar, que “la propuesta de independencia de la autoridad monetaria conforma, desde la perspectiva teórica de, por ejemplo, la ciencia o la filosofía política, un esquema institucional manifiestamente ‘elitista’ que, al independizar a la autoridad monetaria de los gobiernos electos, excluye al soberano (electorado) de toda influencia sobre uno de los resortes fundamentales de la administración macroconómica”.

El NC entiende que el esquema de Metas de Inflación (MI) –adoptado por primera vez en Nueva Zelanda en 1990– es un instrumento idóneo para moderar las variaciones del producto y de la inflación. De acuerdo con esa visión, la implementación de ese tipo de políticas posibilitó un marcado descenso de la volatilidad macroeconómica durante la década del noventa.

Esa etapa del ciclo económico mundial fue denominada como la Gran Moderación. La mayor estabilidad económica se asignó a, entre otras causas, la aplicación de mejores políticas macroeconómicas. Así, el manejo eficiente y efectivo de la política monetaria habría permitido una estabilización simultánea de la inflación y del producto.

En resumen, “en paralelo al desarrollo de la Gran Moderación, el pensamiento mainsteam fue consolidando lo que se ha denominado el Nuevo Consenso en Macroeconomía. Los lineamientos principales de ese nuevo Consenso fueron plasmados en todo el basamento teórico de las MI”, sostiene Emmanuel Agis en Desacople en Argentina: la crisis internacional y las reacciones de política económica (Apuntes de la Economía Política en el Bicentenario-Ediciones Prometeo).

Por otra parte, la política fiscal fue reducida a cumplir un mero papel de estabilizador automático. En otras palabras, el NC sostiene que la política fiscal no debe tener pretensiones de intentar influir en el ritmo y nivel de actividad económica, sino que debe limitarse a utilizar los instrumentos adecuados para actuar de manera anticíclica. Agis plantea que “el rol de la política quedaba claramente delimitado. Así, la política económica era subsumida en una de sus herramientas, la política monetaria, la cual a su vez debía supeditarse al adecuado manejo de la tasa de interés”.

Los esquemas de metas de inflación obtuvieron algunos logros en materia de contención inflacionaria, pero a costa de menores tasas de crecimiento del producto y de un empeoramiento en la distribución del ingreso. En ese sentido, Cristina Fernández de Kirchner sostuvo recientemente en la Conferencia Industrial que “nuestro modelo es de crecimiento, trabajo e inclusión, y no de metas de inflación”. La emergencia de una intensa crisis financiera internacional contradijo claramente la idea de que las políticas auspiciadas por el Nuevo Consenso fueran una panacea. La historia se empeña en desmentir a todos los cultores del “pensamiento único”

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