› Por Claudio Scaletta
Cuando la única fuente creíble es una sola y de difícil acceso, el trabajo de los comentaristas de los medios se torna especialmente complicado. Para los compelidos por trayectoria y lugar en la jerarquía resulta bastante peor, porque al menos deben fingir que manejan alguna información adicional. Esto los obliga a desarrollar nuevas capacidades antes impensadas para el trabajo periodístico, entre ellas el arte de la adivinación a partir de pequeños gestos. Fue suficiente que CFK gastara un chascarrillo al ministro de Economía, y que éste osara con leve incomodidad una respuesta, para imprimir cataratas de conjeturas sobre la pérdida del favor presidencial y su caída en desgracia, una interpretación por lo menos coherente con el relato opositor que pinta una presidenta-monarca dispuesta a fulminar el menor atisbo de autonomía de sus súbditos.
La designación conocida esta semana dejó pedaleando en el aire a los exegetas quirománticos. Para el silencioso disgusto de la heterodoxia académica, el delfín del líder de “La graN maKro” quedó al frente del Palacio de Hacienda. Siempre visto desde la academia, poco propensa a pelear espacios de gestión, la herejía es grande. Más allá de sendos posgrados ortodoxos, el nuevo ministro es de formación abogado, lo que a futuro se percibe como ausencia de teoría. Una teoría particularmente necesaria cuando el bagaje ortodoxo, a pesar de su probado fracaso local e internacional, sigue incorporado como sentido común al discurso medio. Resulta increíble volver a escuchar, como si nada hubiese pasado, que si se paga al Club de París lloverán las inversiones.
El nuevo ministro era también la esperanza de mínima, aunque la única posible, del establishment financiero. Los datos biográficos del ascendido funcionario ya fueron abundantemente repasados, pero basta decir que los banqueros lo recibieron con los brazos abiertos por su actitud “amistosa con los mercados”, demostrada en sus tareas de gestor de la innecesaria reapertura del canje de deuda con los holdouts y, también, en sus funciones para llegar al número final de la deuda con el Club de París. No hace falta decir que ser “market friendly” no es el mote más cómodo para un aspirante legítimo a heterodoxo, pero no es el caso.
Entre los economistas pervive también una sobrevaloración del ministerio. Fueron muchas décadas con titulares de Economía funcionando como grandes hacedores de política. El kirchnerismo terminó con este orden de cosas. Hoy las políticas agropecuarias se elaboran en Agricultura, las industriales en Industria, y todo lo referente al vital sector energético, infraestructura, servicios y obras públicas en Planificación. Comercio Interior también es un área autónoma. Economía es un Ministerio de Hacienda, función que bien puede ser delegada en un abogado con formación en finanzas y confiable para los bancos y otros colegas del Derecho.
Sin embargo, no faltan quienes se rebelen contra este orden bajo la creencia de que Economía debería seguir jugando un rol rector en materia teórica, lo que obviamente es una función ideológica en el mejor de los sentidos. Esto es especialmente necesario en una economía que comienza a mostrar algunas señales de desaceleración. Si se analiza la evolución interanual del Estimador Mensual Industrial del Indec, el año comenzó con un crecimiento del 10,4 por ciento en enero, estaba en 9,0 en mayo y luego fue descendiendo hasta cerrar octubre con una suba del 4,4 por ciento. Dentro del EMI, el sector estrella, el automotor, se mantiene con un crecimiento de más del 10 por ciento interanual, pero acumula dos meses de fuerte caída de dos dígitos intermensuales. El cambio de tendencia es por Brasil, país que dicho sea de paso comenzó a frenarse antes que Europa, pero donde no dejan de echarle la culpa a la crisis internacional y no a sus políticas internas que vienen de antes. El caso local de los textiles es peor. Están retrocediendo desde mayo. Lo que pasa dentro del EMI no son indicadores de desastre, pero sí de posibles cambios de tendencia que reclaman la atención de los economistas.
Uno de los pocos consultores de la city que, con argumentos, suele acertar en sus predicciones, Miguel Bein, pronosticó en su último informe que en 2012 sólo se crecerá al 3,8 por ciento. Con la historia recesiva de principios de siglo crecer a casi al 4 puede parecer hasta exitoso, más en un mundo en crisis al que siempre será muy fácil culpar por el freno local. Pero para una economía que crecía a tasas chinas este nivel de expansión significa un freno significativo, un cambio de tendencia que puede arrastrar todas las variables, entre ellas la inversión.
En este marco, la sintonía fina debería ser algo más que la sumatoria de políticas aisladas. Frenar la fuga, bajar la carga de los subsidios en el Presupuesto o conseguir unos puntos menos de inflación podría sumar cero si la economía se frena. En medio de los festejos alguien debe cumplir la molesta tarea de recordar que lo que permite una mayor inclusión es, primero, el crecimiento y luego, un aspecto clave aquí y en la China, según lo demuestra no solo la teoría sino la experiencia histórica, es que el crecimiento es conducido por la demanda.
Más ejemplos, casi detalles: en su momento, la política de subsidios a los servicios públicos se aplicó, entre otras razones, para evitar impactos inflacionarios. En consecuencia, hoy no es lo mismo que su continuidad sea administrada por alguien que sólo esté pensando en bajar el gasto por otro que esté mirando, además, que el reacomodamiento no se convierta en mero ajuste y que no degenere en impulso inflacionario más allá de algún punto. Alguien que sepa que si el ajuste llega a la clase media será recesivo y que si las empresas pasan los mayores costos a precios, como es natural que lo hagan, se retroalimentará la inflación. La inevitable pregunta que sigue es qué pasará entonces con la puja distributiva. La interrelación de las variables económicas, cuando no se analizan de manera integral, puede pagarse con malos resultados.
Hay muchos sectores que siguen pidiendo ajuste como si la economía estuviese creciendo al 10 por ciento. Y es precisamente cuando la economía se frena cuando se vuelve indispensable hacer todo lo contrario. Mirar sector por sector, variable por variable y adelantar políticas. Tales los complejos desafíos del nuevo ministro. Luego, no es un dato menor que la conducción económica esté o no convencida de que el crecimiento puede continuar con recursos endógenos y, en consecuencia, sin la necesidad ni la conveniencia de regresar a la triste y fracasada lógica del endeudamiento y la buena onda con los mercados. Costó mucho salir de esta matriz de pensamiento y sería un desacierto dar marcha atrás con la mala excusa de los nuevos tiempos
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