Dom 18.12.2011
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ADELANTO. EL ACCIDENTE GRINSPUN. LOS PRIMEROS AñOS DE LA ECONOMíA DE ALFONSíN

Un ministro desobediente

En el libro que publica Capital Intelectual en su colección Claves para Todos, el periodista e historiador Néstor Restivo y el economista Horacio Rovelli rinden tributo al primer ministro de Economía de la democracia recuperada en 1983.

› Por Nestor Restivo y Horacio Rovelli

“En 1983, el Movimiento de Renovación y Cambio se unió al radicalismo de Córdoba y venció en la interna partidaria a las huestes de Línea Nacional. Con ello quedaba como principal referente económico Bernardo Grinspun, uno de los fundadores del movimiento. Grinspun proponía revertir la política de la dictadura al ‘levantar las cortinas de las fábricas’, crear puestos de trabajo, mejorar el poder adquisitivo del salario y garantizar las ventas en un mercado interno creciente, entre otras metas que destejieran el proceso antiindustrial del ministro de Economía dictatorial José Alfredo Martínez de Hoz, la especulación financiera y el endeudamiento.”

Desde el marco teórico en el cual se movía Grinspun –en los límites del reformismo radical, su techo ideológico– se apuntó a intervenir de un modo ostensible en la gran y permanente disputa de nuestra economía: si privilegiar a los grupos de poder, a la oligarquía, al permanente ajuste del Estado y a las condiciones que impone el mercado dominado por grupos locales o extranjeros, o si buscar un manejo democrático que atendiera el mercado interno y el desarrollo nacional. Esa opción, tan de hierro entonces como lo sigue siendo ahora, tuvo en Grinspun una definición clara. El problema con el programa radical era que no tenía los contenidos de transformación social ni el respaldo necesarios para cumplir las metas. Y en todo caso, la apelación a un pueblo movilizado duraría poco.

Quienes conocieron a Grinspun apuestan que su temple duro, de pegar primero antes de recibir, así fuera por las dudas, lo aprendió en su infancia de Avellaneda, en ese contexto que tantos chicos judíos sufrían en el barrio por las cargadas y la discriminación. Quizá muchos de los gruñidos de Grinspun a los negociadores del FMI o a los periodistas del Palacio de Hacienda fueron reflejos espontáneos que llegaban de aquella infancia, cuando debía curtirse de recio para no pasarla mal. En diciembre de 1984, poco antes del fin de su gestión, dijo Grinspun: “Pude aguantar cuando todo el mundo se me vino encima, tengo muchos años de aguante. Desde los 16 años estoy en la lucha política. Esto es como un boxeador que sube al ring y piensa que no le van a pegar: en realidad debe pensar que tiene que dar y que tiene que recibir”. Ese era su estilo.

Esta obra da cuenta de las peleas del ministro radical con el FMI, la banca acreedora, los “capitanes de la industria” del G-9 o Grupo María, con voceros en el gobierno de Alfonsín. También, con la banca local de Adeba (“lo vamos a hacer mierda”, decían sus directivos sobre el Ruso) y la cúpula del Banco Central, liderada por un adversario interno de Grinspun, Enrique García Vázquez.

García Vázquez no cambió a la plana mayor gerencial del banco. Al contrario, confirmó en sus cargos a varios ex funcionarios de una dictadura que había usado al organismo para estatizar deudas privadas, favorecer el atraso cambiario, la especulación financiera y el endeudamiento del Estado y de sus empresas. Así, continuó siendo gerente general Pedro Camilo López y subgerentes generales Elías Salama y Daniel De Pablo, uno de los firmantes de la circular 1050. El gerente de operaciones con el exterior era René De Paul, y bajo su gerencia estaban Jorge Rodríguez y Enrique Bour, hermano y con el mismo ideario del economista de la ultraliberal FIEL, José Luis Bour. Todos ellos habían sido formados en el BCRA conducido por Adolfo Diz, el primer titular del banco durante la dictadura, instalado allí por Martínez de Hoz. Eso, mientras Grinspun les pedía la renuncia a todos los funcionarios de la dictadura en su ministerio. Por sus choques con el Banco Central, que no permitía cambios, varias veces Grinspun le ofreció su renuncia a Alfonsín. Sobre la crisis de 1985 y el desembarco del equipo de Juan Sourrouille, en el libro se señala que el recambio llegó. La derecha radical, la patria financiera sobreviviente, los sindicatos enojados con la ley Mucci a la que Grinspun había apoyado, la oposición a su gestión operada desde la cúpula del Banco Central, los grandes medios de prensa, el empresariado, la oposición justicialista y el frente externo fueron demasiado para Grinspun, que apenas si tuvo –además del lazo que lo unía a Roque Carranza, Germán López y Aldo Neri– cierto apoyo de la Junta Coordinadora hasta la segunda mitad de 1984. En una marcha de fines de agosto, liderada por Nosiglia y Stubrin, la juventud gritaba “Ruso, seguro, al Fondo dale duro”. Pero fue la última vez. En los meses siguientes, no repitieron su apoyo a la gestión del ministro. Silencio de radio. En su libro de 1989, Grinspun realiza una crítica a la gestión Sourrouille, comparando resultados con su propio y breve paso por el ministerio.

Una confesión de otro funcionario del equipo de Grinspun en la negociación es reveladora: “La dureza del ministro obedecía a que él quería realmente cumplir lo que se firmaría, contra todo las mentiras que se dijeron. Por eso era inflexible en no ceder, no firmaría algo que no se pudiera cumplir. En cambio Sourrouille, Machinea y Brodersohn, a partir de 1985, firmarían cualquier cosa para patear la pelota para más adelante. Y fue eso lo que nos granjeó, como si fuera un castigo, cada vez más”

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