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Domingo, 2 de febrero de 2003

De invertir, ni hablar

 Por Maximiliano Montenegro

Pese a que hay sectores industriales cuya rentabilidad explotó en el último año, nadie está invirtiendo, ni siquiera para mantener la maquinaria adquirida en los años dorados de la Convertibilidad. Así, la antigüedad de los equipos de capital se incrementó en los últimos cuatro años hasta valores similares a los de principios de los ‘70. “Es lamentablemente destacable el rápido envejecimiento (del parque de maquinarias y equipos) ocurrido a partir de 1998, particularmente acelerado entre 2000 y 2002, cuando la antigüedad promedio se incrementó a un ritmo del 8,7 por ciento anual acumulativo”, dice un informe oficial sobre el tema que leyó días atrás el ministro Roberto Lavagna. No hay mejor imagen que un país que aspira a salir de la recesión con las máquinas oxidadas –por el paso de Roque Fernández, Cavallo, Machinea y Remes Lenicov– para confirmar que el “veranito” de Lavagna dista mucho de un sendero de crecimiento sostenido. El Ministerio de la Producción propuso un paquete de medidas para incentivar la inversión, mediante desgravaciones impositivas. Sin embargo, nada asegura que un nuevo régimen promocional vaya a servir para otra cosa que alentar la corrupción y transferir ingresos extraordinarios a las empresas, como ocurrió siempre en las últimas décadas. Para los expertos el problema no es el encarecimiento de los bienes de capital (importados), ni siquiera de financiamiento, sino la incertidumbre. Por eso, los negocios que florecen hoy son a corto plazo, con ganancias garantizadas.
Durante el último año, varios sectores industriales mejoraron notablemente sus márgenes de rentabilidad. Con salarios, impuestos y tarifas de servicios públicos –hasta ayer, literalmente– congelados, muchas empresas “hicieron caja”. De hecho, el índice de precios mayoristas (en puerta de fábrica) se incrementó más del 100 por ciento. Entre los que más mejoraron su relación ingresos-costos se cuentan los productores de cereales, siderurgia, aluminio, caucho, industria papelera, algunas ramas textiles y de procesamiento de aceites vegetales.
Pero, aun en los sectores más “exitosos” de la economía posdevaluación, las inversiones fueron tan escasas que apenas cubren el mantenimiento de las máquinas y equipos comprados durante aquellos “años felices” de la Convertibilidad.
Un documento elaborado por el CEP (Centro de Estudios para la Producción) analiza este proceso de desinversión y advierte sobre sus consecuencias. “El proceso recesivo abierto en 1998 tuvo un importante y acelerado efecto negativo sobre la edad promedio –actualización tecnológica– del stock de capital reproductivo. La desacumulación de capital es acelerada y esto plantea como tendencia la disminución de la competitividad y potencialidad de la economía argentina en tanto no sea posible recuperar incentivos a la inversión”, sostiene el estudio.
Los datos son contundentes. Entre 1991 y 1998, el stock de inversiones (“maquinarias, equipos de transporte, almacenaje, comunicaciones e informático”) se renovó a un ritmo del 5,8 por ciento anual. Entre 1998 y 2002, en cambio, el proceso se revirtió y los bienes de capital envejecieron a una tasa del 5,3 por ciento anual. Más preocupante aún, la tendencia se profundizó en los últimos dos años, cuando “la antigüedad promedio creció a un ritmo del 8,7 por ciento anual acumulativo” (ver cuadro). Para tener una idea de lo que esto significa, durante los años ochenta, la llamada década perdida, la maquinaria se desactualizó “sólo” al 3,3 por ciento anual.
Así las cosas, hoy la edad promedio del parque de equipos llega casi a los 6 años, “un valor muy similar al del inicio de la serie en 1970”, afirma el estudio. Hacia fines de la década del ochenta, la antigüedad superó los 7 años, pero de esa situación se salió en los primeros años de la convertibilidad, cuando se conjugaron una serie de factores que difícilmente se repitan: estabilización, dólar barato para la compra debienes de capital a precios inmejorables, fuerte ola de ingreso de capitales y suculentas privatizaciones.
Sea como fuere, está claro que la obsolescencia es vertiginosa y no hay recuperación económica basada, exclusivamente, en la caída del salario real que llegue a buen puerto.
El informe del CEP, impecable desde el punto de vista técnico, fue analizado por el ministro de la Producción, Aníbal Fernández, quien lo giró a Lavagna, junto con un proyecto para promover inversiones mediante desgravaciones impositivas (ver aparte nota del secretario de Industria, Dante Sica).
No obstante, en Economía temen que el costo fiscal sea demasiado elevado a los ojos del Fondo Monetario, ya que estiman que el proyecto podría significar una pérdida de recaudación anual superior a los 2500 millones de pesos. Y hasta el propio Lavagna interpeló a sus colaboradores acerca de si no era más conveniente destinar semejante suma a usos alternativos, como planes sociales o subsidios al consumo de los grupos carenciados.
La idea de otorgar incentivos a la inversión parte del supuesto de que las empresas no invierten por una combinación de bienes de capital demasiado caros (después de la devaluación) y falta de financiamiento. Sin embargo, para Bernardo Kosacoff, director de la Cepal y uno de los máximos expertos argentinos en economía industrial, el problema es otro: la incertidumbre.
En su opinión, las empresas están haciendo, en muchos sectores, “buena caja”, ampliando sus márgenes de ganancia y recomponiendo su capital de trabajo. En tanto que, aunque parezca sorprendente, para las grandes compañías no habría problemas de financiamiento si se animaran a invertir. La razón es simple: según una encuesta de la Cepal, el capital extranjero acapara en la actualidad el 86% del valor agregado de las 500 mayores firmas del país. Y para las filiales de las multinacionales la única restricción financiera son las decisiones que se tomen desde la casa matriz (ver aparte).
Pero la política económica todavía es frágil como las alas de una mariposa. Todos saben que un tipo de cambio real tan alto, con salarios planchados y tan jugosas utilidades, es insostenible. Pero nadie conoce qué reglas de juego quedarán en pie después del 25 de mayo. Y no es una cuestión de que haya en carrera candidatos más o menos pro-establishment. Por caso, hasta Carlos Menem, el candidato más potable para el establishment financiero, podría lucir riesgoso para una empresa que teme un nuevo período de apreciación cambiaria más que a Carrió y Zamora juntos.
Si esa interpretación fuera acertada, entonces transferir a las empresas 2500 millones de pesos anuales en subsidios fiscales sería, en el mejor de los casos, un regalo dadivoso a quienes no lo necesitan. En el peor, otra fuente de corrupción en el patio de un Estado capturado.

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Producción, crecimiento

Pese a que hay sectores industriales cuya rentabilidad explotó, nadie está invirtiendo, ni siquiera para mantener la maquinaria adquirida en los años dorados de la Convertibilidad.

“Es lamentablemente destacable el rápido envejecimiento (del parque de maquinarias y equipos) ocurrido a partir de 1998, particularmente acelerado entre 2000 y 2002, cuando la antigüedad promedio se incrementó a un ritmo del 8,7 por ciento anual acumulativo”, sostiene un estudio oficial en poder de Lavagna.

Durante la década pérdida de los ‘80, la desacumulación de capital fue de “sólo” el 3,3 por ciento anual.

La antigüedad de los equipos de capital alcanza actualmente a los 6, “un valor muy similar al del inicio de la serie en 1970”.

El Ministerio de la Producción, a cargo de Aníbal Fernández, propuso un paquete de medidas para incentivar la inversión, mediante desgravaciones impositivas.

En el Ministerio de Economía dudan porque el costo fiscal podría superar los 2500 millones de pesos anuales.

Para los expertos el problema no es el encarecimiento de los bienes de capital (importados), ni siquiera de financiamiento, sino la incertidumbre.

 
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    De invertir, ni hablar
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