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Hay un elemento en común en la tardanza de más de 60 horas para encontrar el cadáver de Lucas Menghini Rey en la tragedia ferroviaria de Once, y en la demora de 24 días para encontrar a la familia Pomar, que murió en un accidente de tránsito cerca de Pergamino.

En ambos casos se imaginaron hipótesis implausibles (y hasta descabelladas) para explicar la ausencia de las víctimas, en lugar de profundizar las operaciones de rescate en los lugares más evidentes.

Tanto en un caso como en el otro se debería haber aplicado el “principio de parsimonia” o “navaja de Occam”, que sostiene que cuando se ofrecen dos o más explicaciones para un fenómeno, la más simple suele ser la más probable, aunque no se trate necesariamente de la verdadera.

De los Pomar se dijo que el padre los había asesinado, que tenía una amante, que estaba deprimido y hasta que toda la familia había sido abducida por un ovni.

De Lucas Menghini Rey se dijo que podía haber tenido un ataque de amnesia y estar deambulando por la zona y que habría ingresado al pabellón psiquiátrico del Hospital Piñero.

El principio de la “navaja de Occam” sugería que lo más probable era que la familia Pomar hubiese tenido un accidente de tránsito. De haber considerado esta hipótesis, la ruta habría sido rastrillada con más detenimiento. También sugería que Lucas Menghini Rey podía estar en alguna parte no visible del tren, como finalmente ocurrió. En ambos casos, si la operación de rescate hubiera tenido en cuenta el principio de parsimonia, tal vez se podrían haber salvado vidas.

Un enemigo de este principio tan práctico para la vida es nuestro gusto por las historias estrambóticas. Simplificar el entendimiento, así como simplificar la vida, puede ser un arte, dado que el mundo a veces se nos presenta con una complejidad inconmensurable.

Sigamos el principio de Occam, que recomienda “No multiplicar los entes innecesariamente”

* Licenciada en Filosofía y doctora en Ciencias Sociales-UBA.