RESERVAS, GIRO DE CAPITALES AL EXTERIOR Y AHORRO
La fuga es un mal endémico que debe ser combatido. El Estado no debe aportar un solo dólar para contribuir a esa especulación. Pero tiene que suministrar mecanismos adecuados para preservar los ahorros de la población.
› Por Ricardo Aronskind *
Como siempre, al dólar en Argentina hay que leerlo como síntoma. Se ha señalado muchas veces que a esta enfermedad se llegó por diversos errores y horrores de nuestra historia económica. En el período previo a la última dictadura, las políticas económicas maltrataron a quienes querían ahorrar. Los más informados encontraban vías de ahorro en propiedades, terrenos y otros activos, mientras los menos avisados sufrían la licuación de sus ahorros por la inflación, que superaba la tasa de interés bancaria.
Martínez de Hoz popularizó el dólar. Lo vendió “libremente”, mientras endeudaba al país y quebraba a la industria. Desde el experimento procesista en adelante, el dólar fue la gran vía para la fuga de capitales. La forma de extraer riquezas en forma ágil y rápida consistía en convertir las ganancias realizadas en el mercado local en divisas fuertes, y sacarlas de la economía.
Desde 1976 el país tuvo inflaciones anuales de tres dígitos, y el ahorro en dólares fue casi natural, dada la evaporación del valor de la moneda nacional.
La economía, agobiada por la deuda externa, los malos precios internacionales y la baja competitividad relativa de su industria, entró en un largo período de carencia de dólares y de expectativas devaluatorias. El dólar se volvió no sólo refugio para ahorrar, sino refugio contra catástrofes. Era la tabla de salvación individual en un país que había perdido el horizonte. Pero también la autopista de alta velocidad para fracciones del empresariado, que acumulaban fuertes excedentes y los “dolarizaban”, para poder transferirlos al exterior.
Es fácil demostrar que si las ganancias enviadas en forma de dólares al exterior hubieran sido reinvertidas sistemáticamente, el nivel de vida de los argentinos sería muchísimo más elevado, y los problemas derivados de la deuda externa, un triste recuerdo. Estos sectores, verdaderos militantes de la fuga de capitales, insisten sistemáticamente en la “confianza” como elemento fundamental para poder decidir su política de inversiones. Pero la fuga de capitales, como práctica económica relevante en las décadas recientes, ha atravesado a todos los gobiernos, tanto los “confiables” como los “no confiables”. En este tiempo, las enormes oportunidades de obtener altas rentabilidades por diversas vías en la economía argentina, no han generado un círculo virtuoso estable de crecimiento e inversión, debido a este componente “autónomo” de cualquier realidad política y social, como es la fuga de capitales. Y su vehículo fue y es el dólar.
El otro elemento que está jugando nuevamente en esta ocasión es el golpismo económico ramplón que se inauguró provocando la caída de Raúl Alfonsín. La receta es muy sencilla: lograr que la demanda de dólares sea máxima, y la oferta mínima. Si eso se consigue, el precio de dólar se eleva, arrastra los precios internos debido a las remarcaciones, y se genera el caos económico y social.
Para que la demanda de dólares sea máxima, se debe conseguir que los demandantes de dólares tradicionales (importaciones, turismo, fuga) sean acompañados por el resto de la sociedad, que suspende sus compras normales para dedicarse a adquirir dólares porque “viene el diluvio”. Para que los demandantes tradicionales de dólares disfruten del acompañamiento del resto de la sociedad, hace falta convencer a estos últimos de la inminencia de alguna catástrofe, con la invalorable colaboración de los medios de difusión enemigos del Gobierno y/o voceros de intereses sectoriales.
Para que la oferta de dólares sea mínima, el procedimiento es más sencillo: se juntan unos cuantos amigos en el confortable comedor de alguna casa y acuerdan no vender esa divisa. Y listo. La concentración del liderazgo exportador es indisimulable.
Hoy hay algunas diferencias demasiado grandes con aquella recordada –pero no entendida– híper de 1989: reservas enormes en el Banco Central, y mucho mayor poder y decisión política para enfrentar maniobras especulativas de compradores y vendedores.
Pero los medios de comunicación son los mismos, y han logrado amplificar al máximo algunos problemas económicos reales que deben ser atendidos: contar con un tipo de cambio adecuado para el equilibrio del comercio exterior y tener una tasa de inflación que no erosione el salario, ni la competitividad externa. Ambos problemas son de “sintonía fina”, y no ameritan ninguna catástrofe o derrumbe económico. Ni una corrida cambiaria, como la que intentan instigar por diversos medios.
El contexto internacional es más inquietante que en 2009, y son bienvenidas todas las medidas regulatorias que se tomen para garantizar que, a diferencia de los ’90, los traspiés de la economía mundial no terminen –vía sector externo– generando derrumbes. Una política abarcativa en materia cambiaria debería separar con mucha claridad la paja del trigo. No deben ser tratadas de la misma forma la demanda de dólares para ahorro –por parte de la mayoría de los compradores–, que la demanda de dólares para especulación o fuga, liderada por sectores concentrados o de altos ingresos.
La especulación o la fuga son males económicos endémicos que deben ser combatidos. Lo que implica que el Estado no aporte un solo dólar que contribuya a estas prácticas predatorias. Mientras que el ahorro es una actividad digna, que forma parte de la laboriosa estrategia de millones de ir construyendo pacientemente, a lo largo de muchos años, su futuro.
El Estado tiene un compromiso con estos millones de argentinos: suministrarles mecanismos adecuados para que ahorren, para que preserven el valor de sus ahorros, sin comprar dólares. ¿Cómo se hace? El país no carece de expertos financieros de primer nivel que pueden aportar su conocimiento, por fin, a una causa noble. Por ejemplo, que estén disponibles títulos públicos de fácil acceso y liquidez, cuyo valor acompañe a través del tiempo el valor real de una vivienda promedio. Para separar definitivamente a la mayoría del lobby de los fugadores, especuladores y chantajistas cambiarios, hay que distinguir conceptualmente al “dólar casa” del “dólar fuga”: al primero hay que sustituirlo por instrumentos fiables que protejan prácticas legítimas de la sociedad, como el ahorro. En cuanto al segundo, el Estado no debe seguir siendo el que convalide la fuga de capitales, suministrando pasivamente valiosas divisas que son usadas como el vehículo de la desinversión sistemática y del despilfarro del producto nacional.
La coyuntura ha convergido con la estructura. El país necesita ponerse a resguardo de los efectos de la crisis mundial, y también resolver el viejo y serio problema de la fuga de capitales
* Economista.
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