LA BASE DEL RETROCESO ARGENTINO
Avanzar al pasado
¿Argentina era un Fiat 600 y ahora un ciclomotor maltrecho? ¿Cuáles son las fuerzas del motor capitalista que se emplearon en el país?
Por Juan Iñigo Carrera*
El Presupuesto proyecta un aumento del PIB para 2003 del 3,0 por ciento. Lavagna ha anunciado un 3,6 por ciento. ¿A dónde apunta tan prometedor futuro? Pues al volumen físico que el PIB ya tenía en 1993 y, peor aún, al poder adquisitivo que tenía en 1971. Claro que la población argentina ha crecido desde entonces. Para encontrar un PIB per cápita semejante debemos remontarnos a 1969 y más allá de 1950, respectivamente. El avance prometido es al pasado. Para encontrar un salario real industrial del nivel del 2002 hay que retroceder a 1932. Sí, a 1932. Sin ir tan lejos, en 1960 la economía argentina equivalía al 3,2 por ciento de la norteamericana; en 2002 apenas alcanzó al 1,3 por ciento –en dólares de paridad de poder adquisitivo–. Podría argumentarse que no se puede comparar la marcha de un Cadillac con la de un Fiat 600. Pero el problema es que se salió en un 600 y se está volviendo en un ciclomotor maltrecho.
¿A qué se debe ese retroceso? Hay quienes creen que a la carga de la deuda externa. Sin embargo, en los 30 años anteriores a la crisis actual el Estado venía ampliando su deuda externa por encima de los vencimientos de capital e intereses. De modo que la deuda externa ha implicado un ingreso neto de riqueza social a la economía argentina. Desde una perspectiva opuesta a la anterior, se invita a la resignación con el veredicto del ex secretario estadounidense Paul O’Neill: “Los argentinos son así”. Pero, ¿de qué “así” se trata?
A primera vista, la Argentina tiene los rasgos de un país donde el capital industrial se ha desarrollado de manera normal. Se observa una marcada tendencia hacia la centralización del capital, con fuerte presencia de los capitales más concentrados del mundo. Pero, aquí, esos capitales producen esencialmente para el mercado interno. Si exportan, lo hacen en base a condiciones especiales de promoción.
Salta a la vista entonces la primera peculiaridad: ¿cómo se explica que en un mercado interno que hoy apenas alcanza a los 37 millones de habitantes, de los cuales el 58 por ciento se encuentra por debajo de la línea de pobreza, haya habido espacio para esas empresas?
La razón está en la pequeña escala con que operan las fábricas locales en comparación con las que las mismas empresas utilizan para producir para mercados internos sustancialmente mayores o directamente para el mercado mundial. Pero pequeña escala y sus secuelas sobre la actualización técnica significan menor productividad del trabajo. Menor productividad significa mayores costos y, éstos, una rentabilidad menor a la normal.
Esta circunstancia hace evidente que en la Argentina existe un flujo continuo de riqueza social adicional a la apropiada de manera ordinaria por los capitales en cuestión, que les compensa su escala restringida.
Cada vez más, este flujo proviene de la reducción del salario real. Pero ni siquiera así la baratura relativa de la fuerza de trabajo puede ser, ni mucho menos haber sido históricamente, su fuente principal. En tal caso, los capitales más concentrados no se limitarían a producir para el mercado interno, sino que lo harían para el mercado mundial. Así ocurre en el sudeste asiático.
La presencia masiva de pequeños capitales locales, que ha caracterizado a la economía argentina, provee una segunda fuente de compensación. En su competencia mutua, estos capitales liberan una porción de la ganancia que apropian en la producción. Luego, esta porción pasa a los capitales más concentrados que se vinculan con ellos en la circulación.
El ingreso neto de fondos al país por el aumento real de la deuda externa ha sumado una tercera fuente.
Pero la fuente principal de compensación es la renta diferencial de la tierra agraria de la región pampeana.
Esta realidad limita la aplicación extensiva e intensiva del capital agrario sobre la tierra. Lo cual, a su vez, traba la innovación técnica agraria. Por su parte, los capitales no agrarios que operan en el país tienen su escala específicamente restringida al tamaño del mercadointerno. De modo que dentro del país sólo operan capitales cuya escalas y tecnologías ya han sido superadas a nivel mundial por el desarrollo de la productividad del trabajo. Bajo la apariencia de ser un proceso nacional ordinario de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, cuya peculiaridad se reduce a basarse en una abstracta “sustitución de importaciones”, el proceso argentino de acumulación de capital es la negación de ese desarrollo.
En oposición a la potencia histórica general del modo de producción capitalista, la acumulación de capital se ha desarrollado en la Argentina en base a la excluyente operación en el país de capitales industriales carentes de la escala requerida para participar activamente en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. Hacia ella ha fluido una masa extraordinaria de riqueza social bajo la forma de renta diferencial de la tierra. Pero en vez de transformar esta riqueza en un capital concentrado en la escala demandada por dicho desarrollo, el capitalismo argentino la ha despilfarrado alimentando capitales cuya misma existencia se contrapone a él.
Durante el último cuarto de siglo el capitalismo argentino ha reproducido su base específica recurriendo a fuentes tan precarias como el endeudamiento externo desaforado y la malversación de las empresas públicas, y tan infames como la acelerada miseria de la clase obrera. No es que los argentinos “son así”. Es que los capitales representados por O’Neill y sus iguales en el mundo han sido los socios beneficiarios de que la economía argentina “sea así”.
* Economista.