Cuentas fiscales superavitarias, combinadas con una significativa expansión del gasto público, fue una de las características del esquema macroeconómico posconvertibilidad. El aumento de la recaudación y la reducción del peso de los servicios de la deuda revirtieron el desequilibrio de las cuentas públicas. Así, los superávit primario y financiero superaron el 3,0 y el 1,5 ciento del Producto, respectivamente, durante el período 2003-2008.

En 2009, el gobierno implementó una batería de medidas destinadas a impulsar el consumo interno, sostener el nivel de actividad y preservar los niveles de empleo. Entre ellas, préstamos blandos para la adquisición de bienes de consumo durables, aumento de la inversión pública, intensificación del uso del programa Repro. Esos desembolsos adicionales provocaron una reducción del superávit primario y el surgimiento de un leve déficit financiero. Esa tendencia, iniciada en 2009, se mantuvo hasta el presente.

En ese marco, la respuesta gubernamental a los desafíos emergentes de la crisis internacional se encuentra en sintonía con las medidas aplicadas durante ese año. Las medidas contracíclicas impulsadas por el Gobierno apuntan a fortalecer la demanda agregada: Plan Pro.Cre.Ar., línea de créditos a jubilados y pensionados, financiamiento a los sectores productivos, incremento de los niveles de inversión de YPF. Ante esa estrategia, algunos economistas advierten acerca del deterioro del frente fiscal.

Los datos duros están muy lejos de avalar esas visiones alarmistas. Es conveniente distinguir entre el componente cíclico y el permanente o estructural del balance fiscal. “Esta distinción resulta de interés porque permite analizar los efectos macro de los errores de percepción de déficit asociados al ciclo de aquellos estructurales. En este sentido, la estabilidad macroeconómica se vería comprometida si se realiza un ajuste excesivo ante la percepción de un déficit fiscal estructural, cuando el mismo es en verdad atribuible al ciclo económico y se corregiría automáticamente una vez que la economía retorne a su senda de largo plazo”, explican Andrea Pietrobuono y Nicolás Todesca en “Estabilizadores automáticos vs. Políticas discrecionales. El caso de la política fiscal argentina”.

En esa línea, cobra importancia analizar el rol que juegan los llamados estabilizadores fiscales automáticos en la economía argentina. Los estabilizadores estimulan automáticamente la economía en períodos recesivos (y la moderan en la fase alcista del ciclo). Esos instrumentos comprenden tanto a los impuestos, como a las partidas del gasto público, que atenúan el ciclo económico. En otras palabras, los estabilizadores fiscales reducen el gasto (o aumentan los recursos tributarios) en la fase alcista del ciclo, moderando la suba de la actividad económica. Por el contrario, incrementan el gasto (o reducen los recursos tributarios) en la fase recesiva.

Los tributos progresivos, por el lado de los ingresos, y el seguro de desempleo, por el del gasto, son los ejemplos por excelencia de los estabilizadores fiscales automáticos.

En Argentina, “los principales estabilizadores automáticos fiscales son pequeños en relación al tamaño de la economía, así como también en relación a los observados a nivel global (en especial con las economías desarrolladas). Este es uno de los motivos por los cuales la moderación de los ciclos económicos ha exhibido un sesgo discrecional en la historia fiscal reciente argentina. Teniendo esto en consideración, los ejes de la política fiscal deben orientarse en eliminar, de manera paulatina, el sesgo que históricamente ha tenido la calidad de la política fiscal en momentos de auge. Para ello, es menester continuar forjando la construcción de un sistema tributario más progresivo, en complemento con una estructura de gasto público capaz de garantizar la sostenibilidad de las cuentas fiscales y una mayor eficiencia en la distribución del ingreso”, concluyen Pietrobuono y Todesca

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