La mayoría de los analistas económicos-políticos emparientan las políticas económicas de José Alfredo Martínez de Hoz con las aplicadas durante los ‘90. El mismo Joe resaltó, en reportajes periodísticos, la existencia de fuertes coincidencias entre ambos programas económicos. En ese sentido, el menemismo habría dado una “vuelta de tuerca” al proceso refundacional inaugurado por la dictadura militar. Esa refundación estaría asociada al reemplazo del modelo industrial sustitutivo de importaciones por un régimen de acumulación centrado en la “valorización financiera”.

El economista Eduardo Basualdo precisa que ese nuevo patrón de acumulación incentivó el endeudamiento externo de los grupos económicos locales –y de las transnacionales– para obtener una renta diferencial financiera (aprovechando la diferencia entre las tasas internas e internacionales). Las similitudes entre ambas etapas son evidentes: apertura económica con apreciación cambiaria, endeudamiento externo, pérdida de empleos industriales, retroceso del salario real e incluso la presencia de funcionarios comunes a las dos administraciones (Domingo Cavallo, Pedro Pou).

Sin perjuicio de esas semejanzas, el investigador Alberto Müller contradice esa extendida percepción. El director del Centro de Estudios sobre la Situación y Perspectiva de la Argentina entiende que el programa económico de Martínez de Hoz estuvo muy lejos de tener un carácter refundacional y que, por el contrario, se trató de un ensayo oportunista y cortoplacista. El 2 de abril de 1976, Martínez de Hoz anunció al país los lineamientos principales de su plan de gestión. Müller apunta que “el programa económico que se anuncia en este discurso no contiene anuncios muy estridentes, más allá del esperable diagnóstico ortodoxo que atribuye al Estado la causa de la inflación y promete medidas de austeridad fiscal para combatirla. Se revierten algunas medidas tomadas por el anterior gobierno, en particular en lo referido a la comercialización de granos, la que es devuelta al sector privado... los demás anuncios se encuentran razonablemente en línea con el modelo de industrialización preexistente, aunque se registran menciones acerca de niveles excesivos de protección arancelaria”.

La única reforma estructural relevante resultó ser la sanción de una nueva Ley de Entidades Financieras. Por otro lado, y a pesar de la consigna oficial de “Achicar el Estado para agrandar la Nación”, las privatizaciones realizadas fueron “periféricas” e incluso no faltaron estatizaciones (Austral Líneas Aéreas, Compañía Italo Argentino de Electricidad). El entonces secretario de Hacienda, Juan Alemann, sostendría años más tarde que “Martínez de Hoz y su equipo éramos privatistas a ultranza. Pero no estaban dadas las condiciones para una privatización amplia”. El mismo Martínez de Hoz manifestó que, por ejemplo, la privatización de la petrolera estatal era imposible debido a “las fuertes corrientes dentro de la opinión pública nacional que sostenían que este tipo de empresas debían ser mantenidas en manos del Estado”.

Más allá de las eventuales intenciones de los actores, Müller entiende que “el programa” de Martínez de Hoz en última instancia se convirtió en una secuencia de decisiones cortoplacistas, carentes de una visión estratégica... la brusca apertura con revaluación cambiaria iniciada en 1979 parece asociarse más a la puja por el control de la inflación”. De acuerdo con su visión, las regresivas modificaciones operadas en el sector industrial no comportaron un decidido avance hacia la desindustrialización. Por ejemplo, la leve caída del empleo industrial durante esa etapa contrasta con la fuerte disminución de trabajadores industriales (más de un 40 por ciento) ocurrida en la década 1991-2001.

El menemismo implementó, a diferencia de la dictadura, un extenso programa de reformas sustentado en un profundo rediseño del andamiaje legal preexistente

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