LA PROPUESTA DE LA SúPER CARD Y EL CONSUMO MASIVO
La Súper Card responde a la coyuntura para contener el aumento de precios. Sin embargo, puede ir más allá si se la conecta con una discusión sobre los rasgos del modelo de integración social.
› Por Ariel Wilki *
La propuesta por parte del Gobierno de impulsar la tarjeta Súper Card toca nervios muy sensibles de la realidad económica de la vida popular. En estas líneas recorro algunas de sus aristas principales para sacar a la luz los hilos que unen las altas finanzas (como los bancos o las empresas de tarjetas de crédito) y la reproducción material y simbólica de estos sectores. Acostumbrados a ver las finanzas desde arriba, pasamos de largo sus conexiones con los de abajo.
“No veo mi ganancia”, les decía en voz alta a sus nietos Mary cuando la visité en su hogar en un barrio precario de La Matanza. Ellos revoloteaban alrededor del refrigerador de telgopor que transportaba los helados para vender en la villa. Cada noche antes de dormir Mary sumaba y restaba. En esos pequeños montos de dinero concentraba su deseo y su imaginación para mejorar un presupuesto que permanecía en déficit permanente. Mary imaginaba nuevas fuentes de ganancias. Iba a comprar una heladera nueva. Sabía cómo: le pediría a su comadre, titular de una tarjeta en una cadena minorista de electrodomésticos, que le sacara un crédito. Hacía tiempo ya que Mary sabía que podía contar con ese recurso y se le había tornado una costumbre usarlo, al igual que hacía gran parte de las familias de su barrio.
La historia de Mary muestra que las tarjetas de crédito ya no portan su tradicional signo distintivo de clase: se han vuelto plebeyas. En manos de trabajadores informales, de cuentapropistas, de beneficiarios de planes sociales, de jóvenes de las barriadas, se han convertido en un pasaporte al consumo.
En la Argentina, luego de que la crisis de principios de siglo paralizara casi la actividad bancaria, nuevas tendencias transformaron el campo del crédito. En primer lugar, la evolución de la financiación para consumo entre 2003 y 2012 muestra una suba no sólo en términos absolutos sino también en términos comparativos con otras categorías de crédito, como los hipotecarios o los prendarios. En segundo lugar, se desplegaron nuevas estrategias de crédito que implicaron una variedad amplia: créditos bancarios; tarjetas de crédito bancarias y no bancarias; créditos provistos por agencias financieras; créditos de comercios minoristas (retail) como grandes cadenas de electrodomésticos, indumentaria e hipermercados; créditos de mutuales y cooperativas. En tercer lugar, esta expansión implicó que nuevos sectores sociales se incorporasen al uso de instrumentos financieros formales. Se logró transformar a las clases bajas en sujetos de crédito, conformando un mercado más amplio y heterogéneo que el que predominaba antes, cuando estaba centrado en las clases medias y altas.
A la recomposición y transformación del mercado del crédito habrá que agregar la orientación de las políticas públicas de las administraciones kirchneristas que mejoraron los niveles de ingreso de los sectores populares a través del aumento de la cobertura de las transferencias condicionadas de dinero, de la extensión de la cobertura previsional y la preservación de los niveles de empleo. En la agenda de estos gobiernos, al igual que de otros en la región, como el del PT en Brasil, el consumo popular fue tomado como una bandera de éxito de sus políticas sociales y económicas.
Estas transformaciones calaron hondo en la vida cotidiana de muchas personas como Mary. El financiamiento a través de las tarjetas se instaló en el corazón de la reproducción material pero también simbólica. “Con las tarjetas es la única posibilidad que tenemos de vivir bien”, nos decían en un estudio que realizamos desde el Centro de Estudios Sociales de la Economía (Ideas/Unsam) los habitantes de barrios precarios como el de Mary. Estas familias piensan y sienten los préstamos, cada día de sus vidas, como la vía al consumo. Abandonarlos significa abandonar el camino hacia una vida mejor.
Pero esta opción tiene su lado B.
Los Sánchez lo supieron cuando el jefe de familia dejó la informalidad laboral. Hasta ese momento para financiarse recurría a su patrón en la carnicería donde trabajaba, quien actuaba de garante en los comercios de la zona para que pudiera acceder a diferentes bienes en cuotas. También disponía de una tarjeta de un negocio de deportes que se obtenía presentando solamente el documento de identidad. Pero la formalización de su situación laboral le permitió acceder a diferentes tarjetas de consumo. También a su esposa, al ingresar como beneficiaria de un programa social del Gobierno, se le abrió la puerta a la titularidad de una tarjeta de consumo. En el momento de las entrevistas, en el hogar poseían tres. Este paso a los instrumentos de crédito se interpretó como una ampliación de la capacidad de acumular bienes. Y, a la vez, un endeudamiento constante en el presupuesto del hogar.
La radiografía del presupuesto mensual de esta familia no dejaba dudas. Sus ingresos redondeaban los 3650 pesos. De ellos, 1800 provenían del trabajo del jefe de hogar y el resto de beneficios de la asistencia social (Asignación Universal por Hijo, dos, y la participación en un programa de trabajo cooperativo). El monto de las cuotas de las tarjetas de consumo rondaba los 1500 pesos. El pago de las deudas representaba el 41 por ciento de sus entradas mensuales.
Por eso la ampliación de las posibilidades de consumo mediante el endeudamiento se vivía como una oportunidad y una amenaza:
–Con las chapitas (las tarjetas) vivís mejor, pero no respirás –agregaban los Sánchez.
Una atención más fina a la vida de personas como Mary o los Sánchez nos dejaría frente a una paradoja que no encaja en posiciones simples. Sus deseos y sufrimientos están atados al consumo pero también al endeudamiento. Una propuesta como la Súper Card responde a una coyuntura precisa para contener el aumento de precios. Sin embargo puede ir más allá si se la conecta con una discusión más profunda sobre los rasgos del modelo de integración social propuesto estos años. Es un tímido comienzo, y mucho todavía está por hacerse
* Investigador Conicet/director carrera de Sociología Unsam.
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