› Por Bernardo Kliksberg
La discusión sobre la responsabilidad social de las empresas está en lugar central actualmente en los medios masivos de comunicación, y en los medios sociales. Cualquier problema significativo con las 500 empresas mayores del mundo, y otras líderes, es puesto de inmediato en foco, y empieza a incidir rápidamente en sus operaciones. La opinión pública se ha vuelto “ético-sensible” y reacciona, exigiendo que se la escuche y se la tenga en cuenta. Ha dejado de ser “mero mercado” para pasar a exigir su derecho a ser un actor real en lo que suceda en la economía en general, y en los mercados en particular.
Ello tiene que ver con la crisis económica, la falta de respuestas efectivas a la misma y los alarmantes datos sociales, no sólo en las tradicionales áreas de pobreza sino ahora en medio de sociedades que están en el club de las desarrolladas. La brecha que destacamos entre las posibilidades abiertas a la economía por las revoluciones científico-tecnológicas, y las cifras de desocupación, exclusión y miseria, genera desconcierto y disconformidad.
La sensibilidad es tan alta que ha llegado a las más afamadas aulas universitarias del planeta. The Wall Street Journal informó (el 5/11/2011) cómo el 70 por ciento de los alumnos de Economía de Harvard se retiró de la asignatura Economía 10 que dicta Greg Mankiw, ex presidente del Consejo de Asesores Económicos de George W. Bush. Escribieron: “Encontramos un curso que expone una específica y limitada visión de la economía que, creemos, perpetúa problemas y sistemas ineficientes de desigualdad económica en nuestra sociedad”.
En este contexto, junto a los errores en política económica se identifica como causal de la crisis a las fallas éticas en el mundo empresarial. Hemos visto a lo largo de esta obra cómo perjudican a toda la sociedad, y a las empresas mismas. Hacen descender los niveles de confianza, minan la reputación corporativa, dificultan la sostenibilidad. Como lo había avizorado Adam Smith, conspiran contra la eficiencia de los mercados. Los costos directos para la sociedad, y los costos de oportunidad para las empresas que generan, son cuantiosos.
Son ejemplificativas algunas situaciones antes mencionadas en esta obra.
La demanda que hace la Justicia americana contra la conducta de la principal agencia de calificación de riesgo Standard & Poor’s, en la Corte Federal de Los Angeles, acusa a la agencia de conducta fraudulenta.
En el caso de la manipulación de las tasas Libor, en donde la investigación continúa abierta para nuevos bancos acusados, los reguladores encontraron en la Unión de Bancos Suizos “miles de intentos de adulterarla”, y en el Royal Bank of Scotland, de los bancos líderes, “cientos de veces en que se hizo en por lo menos cuatro años y medio”.
La falta de ética que acompañó la caída estrepitosa de los tres grandes bancos privados islandeses, arrastrando a todo el país, llevó a un clima de hostilidad tan acentuado hacia los banqueros que Thovaldur Sigurjonsson, ex alto ejecutivo de uno de ellos, dice (Higgins, 3/2/13): “Es más fácil decir que uno está traficando drogas, que decir que es un banquero”. Señala que se ha abierto “un gran paraguas de sospecha” hacia cualquiera que trabaja en finanzas. Refiere que se sintió muy shockeado cuando escuchó a la joven hija de un amigo, también ex ejecutivo bancario, decir: “Padre, ¿por qué todos los banqueros son criminales?”.
Suiza se apresta a realizar un referéndum inédito, que hará que los accionistas determinen la paga de los ejecutivos, y que eliminarán los pagos extra a los ejecutivos cuando ingresan o se van.
En 2011, en EE.UU., cuando las estadísticas informaban que había 4,5 millones de desempleados por más de un año, aparecieron avisos en Internet y en periódicos de algunas empresas con ofertas de trabajo que decían: “Candidatos desempleados no serán considerados”. El presidente Obama sancionó de inmediato una disposición legal, prohibiendo expresamente discriminaciones basadas en motivos como éstos para frenarlas.
Por otra parte no se trata sólo, como lo demuestra la mayor parte de los capítulos de la obra, de analizar los efectos regresivos de la irresponsabilidad social en las empresas. Hay toda una agenda positiva. Cuando se elevan los umbrales de responsabilidad, se está fortaleciendo la empresa de múltiples modos. PriceWaterhouseCoopers (Mohin, 2012) encontró que el 88 por ciento de los milenaristas, los jóvenes del nuevo milenio, elige empleadores basados en fuertes valores de RSE, y el 86 por ciento consideraría irse si los valores de la compañía no llenan más sus expectativas.
La moral de los trabajadores mejora considerablemente en empresas con alta RSE. Es un problema clave porque de ellos dependen en definitiva las empresas. Los promedios actuales suelen ser bajos. The Economist (Schumpeter, 9/2/13) menciona que, según los informes de Towers Watson, sólo el 44 por ciento de los trabajadores británicos tiene actualmente confianza en sus líderes.
Ya se ha mostrado en la obra cómo los consumidores, y especialmente la nueva generación que compra y vive en las redes sociales, están presionando por más responsabilidad. También cómo los pequeños inversores están atentos a ella. Está creciendo la tendencia a invertir en empresas responsables. Hay diversos índices reconocidos que juzgan a las empresas por su adhesión a valores positivos y sus conductas efectivas en relación con problemas colectivos relevantes. El Corporate Knights publica desde Canadá un informe anual con las 100 empresas que más hacen desarrollo sostenible del planeta, que se presenta cada año al Foro de Davos. En 2011, esas empresas generaban el 4,5 por ciento del producto bruto global mundial, y empleaban a 5,3 millones de personas.
La metodología para preparar el informe parte del análisis de 4 mil empresas líderes. Según los datos que produjo, la sostenibilidad ayuda a la eficiencia. Las 100 empresas más sostenibles tuvieron una tasa de retorno, entre 2005 y 2012, de 59,89 por ciento, bien superior a la de 50,39 por ciento que aparece como tasa de retorno del índice mundial de empresas ACWI.
Las cinco primeras empresas del ranking fueron Umicore de Bélgica (materiales), Natura de Brasil (cosméticos), Statoil de Noruega (energía), Neste Oil de Finlandia (energía) y Novo Nordisk de Dinamarca (salud).
En América latina, como en otras regiones del globo, el avanzar en RSE puede aportar significativamente a construir sociedades pujantes e inclusivas. Es un continente en cambio profundo. Los ciudadanos están haciendo uso activo de los canales democráticos para presionar por la puesta en marcha de economías con rostro humano, o su profundización.
Una sociedad civil en creciente articulación e involucramiento, nuevos grupos emergentes de jóvenes, mujeres, pueblos indígenas, población afroamericana, están exigiendo sus derechos, y fundando las bases para que los líderes que asuman las banderas de las reformas económicas y sociales necesarias puedan llevarlas a cabo.
La región está llamando la atención por razones muy diferentes a las de décadas anteriores. Varios de sus países están enfrentando resueltamente sus agudas cifras de pobreza e inequidad con cambios estructurales como políticas económicas renovadas potenciadoras de la producción nacional y el empleo, vigorosas políticas sociales, y una gran apuesta a educación y salud.
En plena crisis económica internacional con un epicentro actualmente en Europa, América latina tiene resultados en dirección opuesta. Mientras en Europa amplios sectores están dejando de ser clase media para transformarse en nuevos pobres, en América latina es a la inversa. Según informes recientes del Banco Mundial (2012), la clase media latinoamericana pasó de 103 millones de personas en 2003 a 152 millones en 2009, un aumento del 50 por ciento. Es ahora el 30 por ciento de la población de la región.
Los mayores ascensos los obtuvieron la Argentina, Uruguay y Brasil. El Banco Mundial indica que en la Argentina subió en ese período de 9,3 a 18,6 millones de personas. Señala que ese aumento representa un 25 por ciento de la población total del país. En Brasil fue de un 22 por ciento, y en Uruguay un 20 por ciento.
En el mismo sentido, una consultora privada especializada en información económica (SEL Consultores, 2011) dice sobre la Argentina que “no menos de un quinto y posiblemente cerca de un cuarto de la población ha emergido de la pobreza, y se ha incorporado (o reincorporado) a la clase media baja desde el piso de la crisis postconvertibilidad”.
Valor Económico (2013) informa que, según los datos de la investigación, “las favelas brasileñas, un mercado de 56 billones de reales”, en 2011, el 65 por ciento de los habitantes de las favelas estaba en la clase media. En 2002 eran el 37 por ciento.
En Uruguay, durante los gobiernos de los presidentes Tabaré Vázquez y José Mujica, la pobreza se redujo en dos tercios, pasando del 39 al 13 por ciento de la población.
También hay resultados importantes en otros países. En Ecuador, la pobreza descendió del 64 por ciento en el año 2000 al 28 por ciento actualmente.
El presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, resalta (2012): “La experiencia reciente en América latina muestra al mundo que se puede brindar prosperidad a millones de personas a través de políticas que encuentran un equilibrio entre el crecimiento económico y la ampliación de oportunidades para los más vulnerables”.
Los nuevos involucrados, empoderados en empleo, educación y salud, son una fuente potencial de altas demandas de RSE que se sumarán a las ya existentes.
Como se ha visto, la RSE avanza en la región, pero hay mucho más por hacer. Son pasos adelante relevantes el peso que están dando a la agenda de RSE grandes organizaciones de empresarios como, entre otras, la Fiespe de San Pablo, la Unión Industrial y CAME de la Argentina, Coparmex de México, la dinámica acción de empresas líderes como la mencionada Natura de Brasil, segunda en el mundo entre las 100 sostenibles, las empresas Nº 1 de la Argentina, Brasil y Colombia: YPF, Petrobras y Ecopetrol.
Asimismo, el impulso que le dan instituciones empresariales creadas para movilizar la RSE como Ethos en Brasil (referencia internacional); organizaciones como Fonres en la Argentina, que ha creado el primer Observatorio de la RSE con el que trabajan el Ministerio de Desarrollo Social (que a su vez ha creado la Subsecretaría de Responsabilidad Social), la Sindicatura General de la Nación y la Universidad Tecnológica Nacional; entidades de desarrollo de la RSE en Chile, México, Colombia, Guatemala (Centrarse), Costa Rica (El Consejo Nacional de RSE), Panamá, y otros países. El trabajo en el campo cooperativo de organizaciones techo de cooperativas como Cooperar de la Argentina, ACICoop de las Américas, y otras.
Una dirección muy relevante de avance, porque entraña el futuro, es el vigoroso movimiento desatado en la formación de economistas y gerentes de nuevo tipo. Se ha establecido en pocos años con base en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, en alianza con otras universidades líderes, la Red Iberoamericana de Universidades por la RSE (250 universidades de 23 países), la Red Latinoamericana de Emprendedurismo Social (75 universidades de 15 países), el programa de formación de formadores en RSE de la Red Unirse apoyado por el PNUD y la Aecid, que preparó mil catedráticos de toda la región en la materia, el programa de preparación de nuevos docentes “Jóvenes por una economía con rostro humano. Premio Amartya Sen”, que ha formado 2 mil nuevos docentes, y el Programa “Jóvenes de Unasur por una economía social y la integración regional”, creado por la UBA y la CAF, que está preparando 250 agentes de cambio en este campo con sólida formación de RSE en la Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
Cuando se habla de poner la vara alta en RSE, ¿se está pidiendo a los empresarios sacrificio personal? No de acuerdo con lo que sucede cuando asumen a fondo la RSE. Desde los superempresarios como Turner o Buffett, cuando han creado grandes espacios para la solidaridad activa, hasta los dueños de pymes, cuando contribuyen al bienestar de los vecinos de su barrio, lo que reportan es mayores grados de felicidad.
No es de extrañar. Según un estudio del Centro Nacional de Investigación de Opinión de la Universidad de Chicago (2011), los diez trabajos que hacen más felices a las personas no son los que dan mayores ingresos sino los que implican aportar a los demás de modo efectivo. Los seis primeros son los sacerdotes, los bomberos, los fisioterapeutas, los escritores, los profesores de educación especial y los maestros.
En el mismo sentido, diversas investigaciones (Universidad Hebrea de Jerusalén, Universidad de Harvard) han encontrado que las personas que aportan de modo continuado a los demás, tienen mejores niveles de salud.
Las políticas públicas son en las sociedades democráticas las que deben garantizar a todos los derechos a una vida digna y al desarrollo, que son parte de la promesa central de la democracia. Pero las empresas tienen un rol clave en cooperar para que ello se dé. Las profesiones de empresario, gerente, ejecutivo, son fundamentales para la economía y la sociedad.
Debe pedírseles el más alto nivel de desempeño profesional, pero al mismo tiempo hay una demanda indetenible para que se ejerzan desde exigentes criterios éticos. Eso no es, en realidad, una carga sino una oportunidad. Los empresarios y los gestores altos y medios que pongan esos criterios como marco y parámetros de su acción, y se empeñen en ser consistentes con ellos, darán plenitud y calidad a su vida. Podrán narrar a sus hijos, al regresar de largas jornadas, cuánto valor social crearon y cómo dieron lo mejor de sus capacidades para construirles un mundo mejor que el actual
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