Dom 05.05.2013
cash

Despintar el blue

› Por Claudio Scaletta

El de la economía es un ámbito de disputa ideológica permanente porque es un espacio de disputa por el excedente económico. Quienes en el debate quieren regresar el statu quo ante, el anterior a la crisis de 2001-2002, tienen la mitad de camino resuelta; cuentan a su favor con décadas de repetición de los axiomas explicativos del mainstream de la profesión. Pueden repetir, sin tener que explicarlo, que la emisión sin más genera inflación o que las devaluaciones de la moneda aumentan las exportaciones y el empleo.

Quienes niegan total o parcialmente estos axiomas, en cambio, deben primero rebatir los errores incorporados, a veces en el propio pensamiento, para recién entonces comenzar de cero. Es lo que hoy sucede con el precio del dólar y su mercado negro.

Con una inflación que descendió un escalón, el discurso del poder económico se concentra hoy en el nivel del tipo de cambio. Se argumenta que la economía local perdió competitividad porque los salarios crecieron demasiado en dólares. Una devaluación, explican, permitiría bajar estos costos y con ello aumentar primero las cantidades exportadas y luego la demanda de empleo. Adicionalmente, el encarecimiento de las importaciones favorecería su sustitución. Un mundo de puro crecimiento.

Estos razonamientos, que parecen lógicos, son falsos por múltiples razones. La primera es estadística: no existe evidencia empírica entre devaluación y aumento de las cantidades exportadas. Tampoco existe evidencia estadística de que una baja de los salarios en dólares se traduzca en un aumento del nivel de empleo. La segunda razón es teórica. Las exportaciones son uno, y sólo uno, de los componentes de la demanda agregada, que también incluye, con mucho mayor peso, al consumo, la inversión y el gasto. La devaluación, al deprimir los salarios, deprime el consumo. Luego, el mercado interno se achica y se cae la inversión. Las importaciones efectivamente se reducen, pero no por sustitución, sino por caída del producto. Y menos producto presiona para bajar el gasto. El freno del crecimiento, entonces, es el único resultado final de la devaluación.

Si lo dicho, según lo predice la ecuación macroeconómica básica y la evidencia estadística, es cierto, podría afirmarse que la revaluación cambiaria es siempre un dato positivo para la economía, pues significa salarios altos y mucho mercado interno, en particular para economías del tamaño de la local y dada la composición de sus exportaciones. Productos como la soja y sus derivados o las commodities industriales son bastante inelásticos al nivel del tipo de cambio. Si mañana el dólar oficial se duplica, no existirá una explosión de exportaciones agropecuarias o de tubos sin costura. El efecto de los menores costos internos sólo se sentirá en el margen. Finalmente, el crecimiento local desde 2003, como destacaron en un trabajo reciente los economistas Alejandro Fiorito y Fabián Amico, fue resultado de una política fiscal expansiva sustentada en las retenciones, antes que de un tipo de cambio real competitivo.

Ahora bien, si se piensa por el absurdo, podría concluirse que cuanto más barato sea el dólar, mejor. No es así. Que una devaluación, dada la estructura económica local, no tenga los promocionados efectos expansivos sobre las exportaciones no quiere decir que los costos en dólares no importen, más cuando se trata de bienes tomadores de precios en el mercado internacional. A ello debe sumarse la dimensión financiera. El nivel del tipo de cambio también está dado por la mayor o menor escasez de dólares en el mercado. Tras una década de crecimiento, las viejas restricciones de la estructura productiva local se hacen nuevamente presentes. Los dólares de las exportaciones comienzan a no alcanzar para cubrir las importaciones que demanda la continuidad del crecimiento. En los ’90 la sobrevaluación de la moneda se pudo mantener por la entrada de capitales, primero por privatizaciones y luego por endeudamiento.

En 2012, las restricciones establecidas sobre el mercado cambiario tuvieron efectos positivos, en particular frenando la llamada “fuga de capitales”, pero el actual nivel de brecha entre el oficial y el paralelo indica la necesidad de actuar. Se puede ignorar un mercado negro, declararlo ilegal, considerarlo marginal, siempre y cuando ese mercado no tenga mayores efectos sobre las restantes variables económicas, como las expectativas de devaluación, las decisiones de inversión o el nivel de precios.

Es necesario rever cuáles son las razones por las que el llamado blue se dispara. Una es la citada mayor escasez de divisas dada la tendencia a la reducción del superávit comercial. Otra es que con tasas de interés negativas para los depósitos a la vista y a plazo, el peso no cumple su función de reserva de valor. En esta materia las opciones de los mercados de capitales, bonos y acciones, son percibidas como volátiles, de baja liquidez y con elevados costos de entrada y salida y, por ello, no aparecen como alternativas de ahorro de corto plazo.

A las causas reales se suma el componente especulativo y mediático. Tratándose de un mercado marginal y controlado por unos pocos operadores, la cotización puede moverse, por decirlo suavemente, por fuera de los factores reales de la economía. El carácter ilegal del blue impide la actuación abierta del Banco Central. Dado el permanente interés devaluador de la burguesía local, puede esperarse que la oposición económico-mediática haga lo imposible por tensar al máximo el nivel del paralelo. Y en tanto cualquier devaluación es recesiva, su objetivo es hacer realidad el sueño destructivo del senador radical Ernesto Sanz: provocar el máximo daño posible sobre la economía. El parámetro parece ser Venezuela, donde se establecieron restricciones cambiarias, se amplió la brecha con el paralelo y luego se devaluó, lo que en conjunto permitió al rejunte opositor mejorar su performance electoral.

La alternativa es que el Gobierno se adelante a la jugada, por ejemplo, oficializando el desdoblamiento cambiario, lo que permitirá que el comportamiento del paralelo no sea caprichoso, que responda a variables reales y que el Banco Central pueda intervenir a discreción cuando lo considere necesario. La contracara es que algún grado de devaluación y ajuste de la tasa de interés parecen inevitables

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