MáS INVERSIONES EXTRANJERAS Y MáS COMERCIO INTERNACIONAL
› Por Andres Asiain y Lorena Putero
Uno de los latiguillos que suele circular por grandes medios es que Argentina se encuentra aislada. El mito comenzó con la cesación de pagos de una parte de la deuda a fines de 2001, que cerró el acceso al crédito internacional. Continuó con la pesificación de tarifas de las empresas privatizadas que evitó un fuerte aumento de los servicios públicos tras la devaluación, y la posterior resistencia a pagar millonarias demandas que impuso el Ciadi como consecuencia de esa medida. Por eso se impuso la idea de que Argentina no respeta los contratos y tratados bilaterales de inversión. El mismo argumento se utilizó para condenar la dureza de la posición durante la reestructuración de la deuda, la nacionalización de las AFJP y la expropiación del 51 por ciento del paquete de YPF en manos de la multinacional Repsol. Otro hito del aislamiento había sido el pago de la deuda al FMI, con el que Argentina se volvía un país poco previsible que aplicaba políticas internas que desafiaban los mandatos del organismo. Algunas de esas políticas, como la administración de las importaciones o las restricciones a la remisión de utilidades por las multinacionales, reforzarían el aislamiento al reducir su comercio exterior y desanimar la inversión extranjera.
La forma más sencilla de refutar la teoría del aislamiento es con algunos datos duros de la economía. Comenzando por el tema de la inversión externa, se suele mencionar que fue superior durante la convertibilidad que en la etapa iniciada en 2003. Para sostener esa afirmación, se toman datos de inversión extranjera directa que considera inversión la compra por parte de extranjeros de empresas nacionales ya existentes, que en realidad es un proceso de extranjerización sin incremento de la capacidad productiva. Descontando esos cambios de manos, la inversión extranjera de la convertibilidad representó 3300 millones de dólares anuales, casi la mitad de la recibida a partir de 2003: unos 6500 millones de dólares por año. Incluso si se descuenta a esa suma la reinversión de utilidades, los aportes de la inversión extranjera (directos y encubiertos vía autopréstamos) arrojan 3100 millones de dólares anuales mientras regía el 1 a 1, frente a 4200 millones por año de la actual etapa.
Igual de contundentes son los datos del comercio exterior. Es extraño que en una nación aislada las exportaciones se hayan incrementado 171 por ciento y las importaciones casi 400 por ciento entre 2003 y 2012. El hecho no se explica por la suba de precio de las materias primas, ya que las exportaciones industriales son las que crecieron a una mayor velocidad. Tan paradójico es el aislamiento que el coeficiente de apertura de 2012, medido como el peso del comercio exterior en relación con el PBI, fue de 37 por ciento (25 por ciento si se lo mide a los precios relativos de los noventa), frente al 21 por ciento promedio de la convertibilidad.
El mito del aislamiento pasa también por alto la activa política exterior del Gobierno, reflejada en el activo rol para ampliar el Mercosur luego de sepultar el ALCA, los acuerdos bilaterales como el intercambio de combustibles por productos argentinos firmado con Venezuela en 2004, la disponibilidad de créditos contingentes acordada con China en 2009 o las misiones comerciales a distintos países de Africa y Asia. Esa creciente interacción económica con las demás naciones deja en evidencia a quienes confunden independencia con aislamiento porque añoran los tiempos en que la política económica se escribía en el escritorio del FMI
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