ESPECIALIZACIóN Y VENTAJAS COMPARATIVAS
› Por Andrés Asiain y Lorena Putero
Varias generaciones de economistas de todo el mundo se formaron con el manual del Premio Nobel de Economía, Paul Samuelson, un norteamericano que predicaba que era lo mismo producir “mantequilla o cañones”. La frase fue retomada en nuestro país por un funcionario de Martínez de Hoz, que justificó la destrucción de parte de la industria nacional mediante la apertura comercial y el dólar barato, indicando que daba “lo mismo producir acero que caramelos”. Ambos ejemplos se fundamentan en la teoría de las ventajas comparativas que a comienzos del siglo XIX formulara David Ricardo. El economista clásico elaboró su doctrina en el marco de los debates del Parlamento británico sobre la libre importación de granos, sosteniendo que a Inglaterra le convenía especializarse en la producción manufacturera e importar del exterior granos a precios baratos. Para justificarlo elaboró una teoría según la cual lo importante era comparar los costos de cada país de producir distintos bienes, que cada uno se especialice en el sector en donde su costo relativo era menor y obtenga mediante el libre comercio internacional los demás bienes.
De acuerdo con Ricardo, la especialización según las ventajas comparativas no sólo era favorable para el país con ventajas industriales sino que también lo era en aquellos con ventajas en el sector primario. Así lo entendieron los liberales argentinos que desde nuestra temprana independencia proyectaron un país agropecuario, complementario de la economía británica. Paradójicamente, el principal libro de Ricardo –Los principios de economía política y tributación– se publicó en 1817, el mismo año en que San Martín realizaba el cruce de los Andes. Mientras que la espada del Padre de la Patria nos liberaba del dominio español, las teorías del economista británico nos encadenaban al Imperio Británico.
Las omisiones de la teoría de las ventajas comparativas son múltiples. En primer lugar, y siguiendo el ejemplo de la mantequilla y los cañones, quien produce armas puede utilizarlas para apuntar con ellos al productor de alimentos. Ese fue el caso de la Nicaragua invadida por los marines norteamericanos que defendían los intereses de la United Fruit Company, consolidando al dictador Somoza. A raíz de ello, uno de los comandantes sandinistas señaló que la revolución se hacía, entre otras cosas, para que nunca más se utilice el manual de Samuelson en las universidades de Managua. Otro punto que omite la teoría es que el tamaño del mercado y las posibilidades de innovación, de fijar precios, no son iguales para todos los sectores de la economía. Por ello, una economía especializada en la producción primaria que importa los demás bienes del exterior, puede ver limitadas las posibilidades de expansión económica, manteniendo desocupadas gran parte de sus fuerzas productivas humanas y naturales. El resultado de tal especialización es un producto y un nivel de vida menor que el que resultaría de sustituir importaciones por producción nacional, aun cuando ésta sea más cara y de menor calidad que la importada.
Erik Reinert, economista que cuestiona la doctrina de las ventajas comparativas, señala que más importante que ser eficiente es saber en qué ser eficiente. Para convencernos de ello, el economista noruego se pregunta: “¿Por qué Ricardo y Samuelson son capaces de convencernos de que un país de lavadores de vajilla será tan rico como un país de abogados, cuando intuitivamente sabemos que cada abogado será mucho más rico que cualquier persona que se gane la vida lavando platos?”
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