LOS PREJUICIOS SOCIALES Y LA POBREZA
› Por Andrés Asiain y Lorena Putero
En la historia argentina, cada conquista de un derecho para los más humildes fue acompañada de una campaña de difamación por parte de los sectores del privilegio. En 1881, la sanción de la ley de descanso dominical fue estigmatizada como un fomento a “la haraganería, el vicio, la ebriedad y el escándalo”. En los primeros gobiernos del general Perón, la solución a la problemática de vivienda popular mereció como respuesta la zoncera del “parquet para el asado”. Hoy el acceso a una asignación familiar para los hijos de empleados informales o desocupados a cambio de su escolarización e integración al sistema público de salud dio origen al mito de que “tienen hijos para cobrar la asignación”.
El objetivo es desprestigiar las conquistas populares para disminuir el consenso social en torno de ellas y, de esa manera, facilitar su abolición. Quienes dirigen la campaña son minorías conservadoras. Se suman sectores medios que ven en esas conquistas una fuente de encarecimiento de una serie de servicios personales: el doméstico, de seguridad privada, plomeros, albañiles y gasistas. Otro grupo lo integran algunas organizaciones sindicales que se desviaron de la larga lucha contra los patrones a la pelea por pagar menos impuestos para desfinanciar las políticas de inclusión. Están también los que “más cerca del barro que del asfalto” se suman a la campaña para “blanquear su piel” a fuerza de estigmatizar al vecino o familiar beneficiado por la política social.
El caso de “madres ponedoras” para cobrar una asignación no deja de sorprender. Cualquier análisis del esfuerzo, dedicación y gastos de criar un hijo frente a los 460 pesos al mes que reporta la asignación indicaría que hay unas cuantas changas que reportan una mayor remuneración con menor esfuerzo. Pero el prejuicio puede más que la racionalidad, como lo demuestra el comentario de una señora en el colectivo que al subir una embarazada no dudó en sentenciar: “Se embarazan para que les den el asiento”. Vamos a algunos datos duros para desmentir el mito a partir de los censos 2001 (previo a la asignación) y 2010 (post asignación).
De acuerdo con la comparación entre censos, la tasa global de fecundidad, que indica el promedio de hijos por mujer en edad de merecer, cayó de los 2,6 hijos por mujer en 2001 a 2,2 en el 2010. Un seguimiento provincia por provincia muestra que en las regiones más humildes la disminución fue más pronunciada. Mientras que en la ciudad de Buenos Aires se mantuvo casi sin cambios y disminuyó levemente en Córdoba, Mendoza y Santa Fe, las mayores bajas se dieron en Santiago del Estero (1,4), Catamarca (1,2), Misiones (1,0), Formosa (0,9) y Salta (0,9).
La explicación es sencilla: el progreso económico va asociado a una reducción de la cantidad de hijos por familia, no de su incremento, como lo muestra la comparación entre el crecimiento de la población en países ricos y pobres. Ese fue el impacto, dentro de los hogares humildes, de la asignación, junto a las políticas de inclusión jubilatoria y de creación de empleo. Lo cierto es que cada vez más madres humildes están junto a sus hijos. En ese mismo lapso, la mortalidad infantil disminuyó del 16,3 por mil de 2001 al 11,9 en 2010.
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