Domingo, 15 de diciembre de 2013 | Hoy
ESTADOS UNIDOS
Por Diego Rubinzal
“¿Han cambiado la manera en que se mide la inflación? El IPC reportado excluye alimentos y energía. Si se quitan esas cosas, se está excluyendo precisamente lo que encarece todo lo demás. ¿Cuál es entonces la verdadera tasa de inflación si se añaden ambos elementos y la influencia que ejercen sobre todo lo demás?” Mensaje de un televidente norteamericano leído en un programa emitido por un canal de Washington. La polémica instalada alrededor del índice de precios oficial está lejos de ser una exclusividad argentina.
El Instituto Nacional de Estadísticas (INE) chileno interrumpió recientemente la difusión de los valores considerados para el cálculo del Indice de Precios al Consumidor. La medida coincidió con la publicación de un informe privado que denunciaba la subestimación en la variación de precios de ciertos rubros (vestuario, electrónica). El INE fue acusado también de manipular las cifras del Censo 2012. Esto motivó una crisis interna en el organismo chileno ya que once –de catorce– jefes técnicos operativos y de infraestructura estadística publicaron una carta denunciando el accionar del director del Instituto.
La principal potencia económica tampoco es ajena a esas discusiones. La mayoría de los ciudadanos norteamericanos descree del índice oficial de inflación. Entiende que su “realidad” no concuerda con los datos publicados por el instituto de estadísticas públicas. El IPC también recibe críticas desde círculos académicos. El economista John Williams sostiene que “con el paso del tiempo los datos están cada vez más distantes de lo que la gente observa día a día, pero el gobierno no para de cambiar las metodologías para poder construir un sesgo alcista sobre los datos del PIB (la medida económica más amplia) o el empleo, pero también para poder construir otro bajista para el IPC, que es la medida más ampliamente conocida sobre la inflación”.
Las objeciones de Williams están centradas en las modificaciones metodológicas implementadas durante la presidencia de Bill Clinton. Esa reforma determinó que la canasta fija de bienes y servicios, entre otras importantes correcciones (ajustes estacionales, alteraciones de las ponderaciones), fuera reemplazada por una móvil. La conformación de esa nueva canasta presupone que, ante un incremento de precios, los consumidores reducen su estándar de vida adquiriendo productos de inferior calidad (y más baratos). Williams sostiene que el IPC crecería, aplicando la antigua metodología, en torno al 8 por ciento anual.
La minimización del índice inflacionario tiene consecuencias muy concretas. Por ejemplo, las jubilaciones se actualizan de acuerdo con la variación del IPC. La subestimación del indicador implica destinar menores recursos a la seguridad social. A su vez, esa deficiente medición incidiría en el cálculo del PIB. El economista sostiene que “la recuperación oficial simplemente es una ilusión estadística creada por el gobierno mediante la utilización de una inflación subestimada al desvalorizar el PIB”. El ex editor del Wall Street Journal Paul Craig Roberts agrega en “las mediciones amañadas subestiman la inflación. La recuperación económica virtual de los Estados Unidos” que “los ingresos medios de un núcleo familiar a finales de 2011 han vuelto al nivel que tenían en 1967-68... Williams ha desvalorizado los ingresos domésticos para llegar a su valor real utilizando la medida oficial de inflación, que subestima sustancialmente la inflación. Si Williams hubiera utilizado la metodología oficial del gobierno de 1990 o 1980 para calcular el índice de precios al consumo, los ingresos medios reales de los núcleos familiares serían menores. Además, el bajo ingreso medio real del núcleo familiar en 2011 es la suma, en la mayoría de los casos, de dos generadores de ingresos por familia, mientras que en 1967-68 un solo perceptor de ingresos podía producir el mismo ingreso real”
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