LA SITUACIóN SOCIAL Y ECONóMICA EN AMéRICA LATINA
En diálogo con Cash, Bernardo Kliksberg analiza las causas y consecuencias de la pobreza e indigencia en América latina. Cuestiona que los grupos dominantes no aceptan reformas fiscales para financiar programas sociales.
› Por Cristian Carrillo
“En América latina se estima que más personas tienen acceso a un celular que a un inodoro”, señala Bernardo Kliksberg, referente mundial en temas de pobreza. El especialista, padre de la Gerencia Social, analiza en una entrevista de Cash las causas y consecuencias de la pobreza e indigencia en América latina. Dispara contra los grupos dominantes al señalar que “los sectores más poderosos no aceptan reformas fiscales para financiar programas sociales amplios”. “Protestan contra los modestos subsidios a los pobres y en cambio juzgan con una vara muy distinta los generosos subsidios que en las recetas ortodoxas recibían los grupos económicos poderosos. Eso es una doble moral”, asegura Kliksberg, quien asesora a distintos gobiernos en la lucha contra la desigualdad.
Diferencia las protestas sociales que se dieron en Brasil de los saqueos organizados por las fuerzas policiales en la Argentina. “Fueron minorías muy pequeñas, con repudio generalizado de la población, que condenó además la metodología utilizada por las fuerzas policiales para elevar sus reclamos, que crearon esas condiciones. No había demandas sociales”, sostiene. Brinda también algunas claves para avanzar en la erradicación de la pobreza y en el rol protagónico del Estado.
La Cepal reportó que en América latina 164 millones de personas, el 27,9 por ciento de la población, están por debajo de la línea de pobreza, y 68 millones, 11,5 por ciento, debajo de la indigencia. ¿Cómo interpreta esos resultados?
–Como bien dice su secretaria, Alicia Barcena, el único nivel de pobreza tolerable es cero. La pobreza no es neutra, implica privaciones que hacen muy difícil la vida de la gente. Si no hay alimentación suficiente en los mil primeros días de vida, los niños sufren severos daños neuronales y físicos que no son enmendables. Si no tienen agua potable e instalaciones sanitarias, se enferman. Si tienen que trabajar desde pequeños, desertarán de la escuela. Hay 120 millones de latinoamericanos que viven en la precariedad. En América latina se estima que más personas tienen acceso a un celular que a un inodoro.
¿Es igual en toda la región?
–Más de una cuarta parte de la población de un continente tan rico potencialmente está en esta situación, y cuando se desagregan las cifras, los problemas son muy agudos y las contradicciones muy altas. La situación es diferente en el Norte y en el Sur. Por ejemplo, en Guatemala la desnutrición superaba el 70 por ciento de la población. El país exporta alimentos y tiene sin embargo desde hace 30 años un 48 por ciento de desnutrición infantil crónica. En Honduras, las cifras de pobreza, pobreza extrema y desnutrición son agudísimas. México es la duodécima economía del mundo. Según datos oficiales, la pobreza ha crecido en 12 millones de personas en los últimos diez años, mientras que uno de cada cuatro mexicanos enfrenta algún grado de pobreza alimentaria. La Cepal marca mejoras en Brasil, Argentina, Uruguay.
Los saqueos que se registraron en distintos puntos del país fueron comparados con las protestas en Brasil, donde el crecimiento económico no redujo la desigualdad.
–Se puede caer en el facilismo de equipararlos a las manifestaciones masivas de protesta recientes en el Brasil, pero son diferentes. En Brasil, los nuevos incluidos pidieron legítimamente más: transportes baratos, mejores servicios de salud y otras consignas similares. La presidenta Dilma Rousseff hizo suyas las reivindicaciones y las integró en la agenda pública en un lugar prominente. En la Argentina habrá que esperar los resultados de las investigaciones en marcha, pero fueron minorías muy pequeñas, con repudio generalizado de la población, que condenó además la metodología utilizada por las fuerzas policiales, para elevar sus reclamos las que crearon las condiciones. No había demandas sociales, sino que se violaron, a través de los saqueos, los derechos humanos de la inmensa mayoría. Nada que ver.
Pero la desigualdad continúa siendo alta. ¿Qué es lo que se puede hacer para disminuirla?
–Se suele afirmar que hay pobreza y desigualdad en América latina. Mi tesis es que hay pobreza porque hay desigualdad. Paraguay, que tiene 38 por ciento de pobreza y 18 por ciento de indigencia, creció a altas tasas en los últimos años –13 por ciento en 2013– gracias al aumento de las exportaciones de carne y soja. Pero los grandes exportadores pagan impuestos mínimos y la recaudación fiscal es muy limitada. En países como Guatemala y Honduras, la presión fiscal es bajísima. La riqueza está muy concentrada y los sectores más poderosos no aceptan reformas fiscales para financiar programas sociales amplios.
En el país, los empresarios se quejan por la alta presión tributaria y la comparan con países desarrollados.
–Cuanto más mínimo es el Estado y sus servicios de salud, educación, protección social y cobertura jubilatoria, mayores serán las desigualdades y menos personas podrán emerger de la trampa de la pobreza. El gasto total del gobierno representa en Francia el 56,6 por ciento del Producto. En Brasil y la Argentina, ese porcentaje se elevó a 38,2 y 44,6 por ciento, respectivamente, con importante aumento de la inversión social, lo que incidió en sus considerables reducciones de la desigualdad, en la última década. En México es del 26,2 por ciento y el nuevo gobierno de ese país está poniendo en marcha una profunda reforma para aumentar la presión fiscal. Protestan contra los modestos subsidios a los pobres; en cambio juzgan con una vara muy distinta los generosos subsidios que en las recetas ortodoxas recibían grupos económicos poderosos. Eso es una doble moral.
¿Son muy distintas las recetas que cada país requiere?
–No es lo mismo tener menos del 20 por ciento de pobreza, como sucedió durante décadas en Costa Rica, que tener un 58 por ciento, como se dio en la Argentina a fines del 2002. Como en Brasil, que al inicio del gobierno de Lula tenía 45 millones de personas con hambre, o en Uruguay que cuando la población llevó al Frente Amplio al gobierno tenía un 39 por ciento de pobreza. En estos casos las demandas sociales eran por una reforma social integral, por un modelo económico inclusivo y fortalecer en profundidad la política pública.
¿Cómo trabajar por los excluidos?
–Junto a políticas públicas a favor de la gente, se requiere articulación entre las políticas económicas y las sociales, gerencia social de excelencia, cero corrupción y eliminación de todo clientelismo, alianzas estratégicas entre el Estado, la sociedad civil y las empresas responsables, transparencia y participación de las comunidades desfavorecidas. Esto es lo que recomiendo en todos lados. Y, fundamentalmente, terminar con las falacias en torno de la pobreza. Hay sectores de las elites que siguen insistiendo en que los programas sociales son subsidios intolerables, que estimulan el no-trabajo y la indolencia, que los beneficiarios los usan para adquirir alcohol, y todos los lugares comunes conocidos. No hay ninguna investigación empírica que sustente esas afirmaciones.
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