INTERNACIONALIZACIóN DEL CAPITAL
› Por Diego Rubinzal
El inicio de la segunda etapa de la industrialización por sustitución de importaciones coexistió con la intensa radicación de filiales extranjeras en América latina. Ese proceso de internacionalización del capital productivo respondía a las necesidades de conquista del mercado latinoamericano. De esa manera, las casas matrices sorteaban las trabas arancelarias que dificultaban las exportaciones hacia la región. La producción de las subsidiarias era destinada al abastecimiento del mercado interno.
En esos tiempos, el brasileño Celso Furtado advertía que “en América latina (...) hay una conciencia general de estar viviendo un momento de declive. La etapa ‘fácil’ del desarrollo a través de mayores exportaciones de productos primarios o por sustitución de importaciones ha terminado en todas partes”.
La escuela estructuralista latinoamericana sostenía que la heterogeneidad estructural era un obstáculo para el desarrollo regional. Implicaba la existencia de fuertes asimetrías de productividad entre los disímiles sectores productivos (altos niveles en las actividades de exportación de materias primas-baja competitividad de la producción industrial).
Por su parte, Aníbal Pinto señalaba que la industrialización por sustitución no había logrado corregir las disparidades de productividad y, que por el contrario, el desequilibrado crecimiento de las economías latinoamericanas tendía a reproducir la heterogenidad estructural. Osvaldo Sunkel explicaba que la radicación de filiales extranjeras no hizo más que retroalimentar esa situación debido a “sus escasos encadenamientos hacia el resto de los sectores, que imposibilitaban la emergencia de un complejo industrial integrado, por sus posiciones dominantes en la industria, y porque los desarrollos tecnológicos permanecían centralizados en las casas matrices, situadas en los países centrales”, tal como resumen Matías Mancini y Pablo Lavarello en “Heterogeneidad estructural: origen y evolución del concepto frente a los nuevos desafíos en el contexto de la mundialización del capital”.
La internacionalización del capital asumió nuevas formas a partir de la crisis del fordismo. La liberalización del mercado de capitales modificó las modalidades de expansión del capital a escala mundial. Las estrategias de las compañías multinacionales fueron mutando al amparo de esas transformaciones sistémicas. En ese sentido, Mancini y Lavarello apuntan que “estos cambios se expresan en nuevas configuraciones de las empresas multinacionales (EMN) que pasan de estrategias y formas de organización basadas en las instalaciones de ‘filiales réplica’ de sus casas matrices hacia formas de organización concebidas a escala global. La estrategia de las EMN ha virado hacia la racionalización y la externalización de actividades antes desarrolladas internamente, concentrándose en las actividades centrales”.
La retención de las actividades más complejas en las casas matrices (diseño, investigación y desarrollo) refuerza la dependencia tecnológica de las naciones periféricas.
“Es de prever que los problemas de heterogeneidad estructural por la existencia de un núcleo transnacionalizado solo cambiarían su modalidad: desde la presencia de filiales réplicas instaladas en la periferia con el objeto de abastecer al mercado interno a empresas subsidiarias con mayor grado de especialización internacional (atraídas por ventajas de mercado pero también de mano de obra calificada a bajo costo) pero con nulos encadenamientos productivos con el resto de la economía doméstica”, concluyen Mancini y Lavarello.
La única manera de alterar esa tendencia estructural sería mediante el diseño de una política industrializadora compatible con las necesidades nacionales.
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