DESARROLLO CIENTíFICO, PERCEPCIóN SOCIAL Y AVANCES PRODUCTIVOS
Hay actividades con riesgos emergentes que para la ciencia y la tecnología son manejables con grandes márgenes de seguridad (la energía nuclear o la industria del petróleo). En cambio, para una parte de la población tales riesgos se perciben como peligrosos.
› Por Vladimir L. Cares *
“... a la entrada del pueblo la enfermera delegada me habló. Tenía una voz singular, que no correspondía a su rostro; una voz melodiosa y trémula. Me dijo: ‘Si uno anda despacio, corre el riesgo de una insolación. Pero si anda demasiado aprisa, transpira y, en la iglesia, pesca un resfriado’. Tenía razón.” Albert Camus, El extranjero.
¡Qué cosa con el riesgo! Desde la literatura hasta la industria del seguro el riesgo se ha constituido en un elemento de referencia, sea para la reflexión existencial, sea para el lucro desenfrenado, sea para el estudio académico sistemático. Sin embargo, cuando se quiere profundizar la mirada notamos que se presentan dificultades notorias para delimitar el significado y los alcances del término. N. Möller, S. O. Hansson y M. Peterson en el texto “Safety is more than the antonym of risk” han encontrado al menos cinco significados distintos de la noción de riesgo, que varían desde enunciados cualitativos próximos al sentido común (riesgos entendidos como eventos indeseados futuros, que pueden o no ocurrir) a expresiones formales de lenguaje matemático (el riesgo como valor esperado estadístico). Asimismo, podríamos incorporar al esquema de Möller una acepción más: el riesgo como concepto intuitivo, que no requiere mayor precisión. Tal es el enfoque utilizado, por ejemplo, en la Ley General de Ambiente 25.675 y en la Ley 19.587 de Higiene y Seguridad en el Trabajo.
Para complejizar aún más la cuestión existen al menos tres enfoques para contextualizar el riesgo: como variable científica, como concepto psicológico o como término construido socialmente. Por otra parte, en un plano de mayor generalidad autores como Ulrich Beck plantean que el ser humano contemporáneo vive en una auténtica sociedad del riesgo. Esta omnipresencia del riesgo hace que no resulte extraño que periódicamente se den acaloradas controversias respecto de la viabilidad de determinadas tecnologías. Entre ellas, destaca por su visibilidad actual en términos de sus posibles impactos a escala regional y nacional la disputa en torno del uso de la fractura hidráulica (fracking) en el desarrollo de los hidrocarburos no convencionales. Aquellos sectores proclives a prohibir esta técnica esgrimen diversos argumentos en los que se sostiene la existencia de determinados riesgos para la población y el medio ambiente. Concejos Deliberantes que han resuelto la prohibición de la fractura hidráulica en varias ciudades argentinas (Concepción del Uruguay, Allen, Tornquist, Epuyén, General Alvear) hacen detalladas menciones de los riesgos asociados. También, influyentes organizaciones ambientales o autodenominadas asambleas ciudadanas mantienen puntos de vista similares para reclamar en contra del uso del fracking.
En general, de la lectura de estas fuentes documentales se desprende que los riesgos son entendidos de una manera cualitativa, con un esquema acorde con la primera de las alternativas planteadas anteriormente por Möller et al. Esto dificulta conciliar puntos de vista con otras miradas respecto del riesgo, en particular con la metodología sistemática de evaluar riesgos tecnológicos, entendidos éstos como los peligros potenciales generados por la actividad humana relacionados con el acceso o uso de la tecnología y que son evaluados en términos del llamado Análisis Probabilístico de Riesgos (APR). Se asume aquí al riesgo tecnológico como una variable objetiva y, por ello, sujeta a análisis científico sistemático en términos de la cuantificación de su magnitud, la que puede ser calculada a partir de la combinación de dos factores: la probabilidad de un evento indeseado y el tamaño estimativo del daño. Una primera conclusión de lo reseñado hasta ahora es que hay una diferencia esencial en la forma en la que expresamos y entendemos los riesgos. Por ejemplo, las ordenanzas municipales y las organizaciones ambientalistas hablan de riesgo, el complejo científico-tecnológico también, pero hablan desde dos lenguajes diferentes.
Esto impacta fuertemente en la manera en que se deben resolver las controversias abiertas por el desarrollo de proyectos tecnológicos y, por ende, dificultan al poder político la toma de decisiones en materia de regulaciones. Además, en toda democracia moderna es pertinente la participación de la ciudadanía en el debate y se incorpora como elemento de análisis para la solución de los conflictos la llamada “percepción de riesgos”. Esta denominación hace referencia al entendimiento intuitivo, psicológico y subjetivo del riesgo que un ciudadano posee respecto del desarrollo de tal o cual tecnología. Una manera de comprender la percepción del riesgo es mediante un procedimiento conocido como técnica psicométrica. Los resultados alcanzados mediante esta metodología en distintos países del mundo arrojan resultados interesantes. Por ejemplo, la población siente particular aversión con aquellos riesgos percibidos como involuntarios, incontrolables, inmorales, desconocidos, horrorosos o potencialmente catastróficos. Así, la tecnología nuclear, los desechos radiactivos, las aguas residuales o la minería de uranio son percibidas de manera muy negativa, a diferencia de la tecnología médica de rayos X, que es vista como controlable y básicamente segura, o los riesgos de accidentes viales que son asumidos como riesgos voluntarios.
En este listado, parcial, incompleto, se observa que hay actividades productivas en la que los riesgos emergentes aparecen para la ciencia y la tecnología como manejables y con grandes márgenes de seguridad (la energía nuclear o la industria del petróleo, por caso). En cambio, para una parte importante de la población tales riesgos se perciben como radicalmente peligrosos.
Paul Slovic en su artículo “Perception of Risk Posed by Extreme Events” reconoce que los disímiles entendimientos del riesgo existentes entre expertos y ciudadanía (también encontrados entre hombres y mujeres o entre personas de diferentes culturas) están en el centro de las controversias sobre cuál es el mejor curso a seguir respecto del desarrollo tecnológico. Por ende, ante el debate sobre el uso de la fractura hidráulica, ¿cómo conciliar el riesgo entendido como una variable científica y el riesgo en tanto percepción psicológica? No hay respuestas sencillas para esta cuestión. Sin embargo, una de las estrategias que han devenido más aptas es el uso institucional (público y privado) de una adecuada comunicación del riesgo a la población.
El objetivo principal de esta herramienta comunicacional, nos recuerda B. Fischhoff, no es evitar los conflictos sino más bien conseguir acotar y mejorar la calidad de los mismos. Para ello, la comunicación de riesgos debe aportar la mejor información posible a fin de que la comunidad tome decisiones sobre bases sólidas. Algunas sugerencias a este respecto:
1. no negar la existencia de riesgos;
2. que el Estado y las empresas involucradas realicen una conveniente evaluación de los costos y beneficios de los proyectos tecnológicos y sus riesgos, poniendo los resultados al alcance de la comunidad de manera clara y precisa;
3. adoptar pautas comunicacionales que contribuyan a que la comunidad vaya incorporando mecanismos de decisión más idóneos respecto de cómo evaluar y gestionar riesgos tecnológicos;
4. informar de manera conveniente acerca de las responsabilidades asumidas por el Estado y las empresas, evidenciando cómo se regulan y gestionan los riesgos e incorporando a la propia comunidad afectada en la evaluación integral del proyecto tecnológico;
5. incentivar, tanto como sea posible, la participación democrática de la comunidad en las decisiones que la involucren.
Las tensiones emergentes en cualquier controversia que se precie son parte indispensable del paisaje de una sociedad democrática y no deben llamar a preocupación. Los debates no hay que negarlos, hay que poder canalizarlos institucionalmente. Esto es particularmente cierto cuando se trata con algo tan complejo como el riesgo y sus consecuencias
* Ingeniero en Petróleo, Facultad de Ingeniería, U. N. del Comahue.
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