Dom 01.06.2003
cash

MáS SOBRE LA DISPUTA CONINAGRO-MONSANTO

El debate ausente

En las últimas tres ediciones del Cash se abrió la polémica sobre el precio del glifosato. Dos analistas amplían el límite de la discusión.

Por Benjamin Backwell (*)
y Pablo Stefanoni (**)

La polémica desarrollada entre los productores agropecuarios agrupados en Coninagro y Monsanto Argentina a propósito de la libre importación de glifosato de origen chino (Cash, 11-5, 18-5 y 25-5) se centra en algunos aspectos comerciales vinculados a la potencial posición monopólica de la firma estadounidense en el mercado local. Pero deja de lado una discusión más profunda acerca de los efectos de la “economía de la soja” y del uso masivo del glifosato, un herbicida de amplio espectro, no selectivo, que es utilizado para eliminar malezas indeseables en superficies sembradas con semillas genéticamente modificadas Round-Up Ready (RR), producidas por Monsanto y resistentes a la acción de esa sustancia química.
La guerra de cifras sobre la “creación de empleo” en el procesamiento del glifosato –sea en la planta de Monsanto en Zárate o en las empresas procesadoras de glifosato chino– oculta algunas tendencias de mayor envergadura: los propios efectos del herbicida, la desaparición de miles de empleos y de explotaciones agropecuarias a través de la concentración de la tierra, la uniformación alimentaria promovida por los grandes productores de soja GM (Campaña Soja Solidaria) y el alineamiento con Estados Unidos en su guerra contra la moratoria europea (y brasileña) que impide el cultivo de Organismos Genéticamente Modificados (OGM).
Todavía están por determinarse los efectos de mediano y largo plazo sobre la biodiversidad del “bombardeo” aéreo con glifosato –un componente central del programa de erradicación de la coca en Colombia– sobre los campos sembrados con soja RR. En un artículo denominado “Toxicología del Glifosato: Riesgos para la salud humana”, el especialista Jorge Kaczewer señala que “recientes estudios toxicológicos conducidos por instituciones científicas independientes parecen indicar que el glifosato ha sido erróneamente calificado como ‘toxicológicamente benigno’, tanto a nivel sanitario como ambiental. Por ende, los herbicidas en base a glifosato -como el Round-Up– pueden ser altamente tóxicos para animales y humanos”. Este año la producción sojera rondará las 35 millones de toneladas, marcando un nuevo record histórico, de las cuales más del 95 por ciento es transgénica, lo que llevó a Víctor Trucco, presidente de la Aapresid -grandes productores de soja RR– a definirnos futbolísticamente como los “campeones de la soja”.
Los márgenes de libertad de los agricultores –sobre qué y cómo producir– se fueron reduciendo, mientras el campo argentino se parecía cada vez más a un establecimiento fabril a cielo abierto, y grandes superficies se transformaron en “hectáreas fantasma” (monocultivos para la exportación) incapaces de garantizar la seguridad alimentaria y el empleo rural.
Algunas consecuencias de la lógica del monocultivo ya están a la vista: productos básicos de la dieta argentina empiezan a ser más escasos y la solución de los años ‘90 –importación de alimentos con un tipo de cambio sobrevaluado– ya no es posible. Por lo que su escasez relativa se hace sentir en los precios, excluyendo del acceso a los alimentos a grandes masas de la población argentina.
En una especie de adelanto del ALCA, promovido por Washington, Argentina se ha alineado decididamente y sin debate público con el modelo agropecuario estadounidense –basado en la producción de OGM–, actualmente en “guerra” contra la moratoria europea. Esta situación contrasta con Brasil, donde la introducción de semillas GM fue frenada en el ámbito judicial.
En el caso argentino, las presiones comerciales desde la Cancillería, junto el envío de semillas GM hacia Rio Grande do Sul, nos está transformando en una verdadera plataforma de Monsanto contra la principal barrera al avance del complejo político-genético-industrial estadounidense en América Latina. La importancia del país vecino está fuera de dudas. “Brasil es el último gran mercado donde el activismo anti-OGM tiene peso”, escribió Anatole Krattiger, analista de BioDevelopments LLC, unaconsultora en negocios agrícolas de Estados Unidos. Y por si quedaban dudas aclaró: “Cuando se abra los verdes serán historia”.
En un intento por legitimar el “nuevo modelo” rural, la Aapresid ha puesto en marcha la campaña Soja Solidaria, consistente en la donación del 1 por mil de las cosechas para “acabar con el hambre en Argentina”. En pocos meses introdujeron el consumo de soja –un alimento ajeno a nuestra cultura– en centenares de comedores asistenciales, mediante una amplia red de capacitadores coordinados por Angelita Bianculli, de la Asociación Civil La Esquina de las Flores.
Ninguno de los entusiastas promotores de la iniciativa ha prestado atención a las advertencias oficiales. En el Foro para un Plan Nacional de Alimentación y Nutrición, realizado en Buenos Aires en julio de 2002, se advirtió que si bien la soja posee grandes cantidades de proteínas y tiene un elevado valor energético, es deficitaria en calcio, y por su alto contenido de fitatos interfiere su absorción, al igual que ocurre con el hierro y el zinc, dos minerales de máxima importancia: el primero, como protector contra anemias y el segundo, por su papel en los procesos inmunitarios.
La tentación de crear un “alimento para pobres” parece sobrevolar estas iniciativas tendientes a legitimar un modelo agroalimentario que está destruyendo la diversidad productiva y consolidando una suerte de “apartheid alimentario”, en el que grandes masas de excluidos deberán conformarse con las sobras del modelo. Mientras el país entero se transforma en un laboratorio donde las empresas transnacionales experimentan con la salud de millones de personas, y lo utilizan como plataforma para presionar a los países vecinos más sensatos, que se resisten a aceptar los cantos de sirena del “progreso tecnológico”.

(*) politólogo, periodista (**) economista, periodista

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