Dom 18.05.2014
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El efecto...

› Por Bruno Susani *

Thomas Piketty, profesor de la Ecole d’Economie de Paris, acaba de publicar un libro importante sobre la desigualdad en la distribución del ingreso. Le Capital au XXIème Siècle, Ed. Le Seuil, 2013, apareció hace dos semanas en los Estados Unidos bajo el mismo título, Capital in the Twenty-First Century, Harvard, University Press, 2014. Paul Krugman señaló que esta obra cambiaba completamente la forma de abordar el problema de las desigualdades del ingreso en la teoría económica. La gran editorial universitaria de los Estados Unidos, que habitualmente brilla por la circunspección de las carátulas, cedió a la tentación e inscribió la primera palabra del titulo, “Capital”, en letras rojas y enormes que recordaban otro libro famoso.

Comencemos, ante todo, rindiendo homenaje al autor, ya que este libro de más de mil páginas en la edición francesa, 696 en la versión inglesa, con 160 gráficos y cuadros estadísticos es un libro de consulta, un trabajo gigantesco de compilación y tratamiento de datos sobre la distribución del ingreso en las economías de 26 países, de lo que resulta una suma estadística, una obra monumental antes que un best-seller. Thomas Piketty es, en la actualidad, el economista francés más prestigioso. Fue recibido el 15 de abril en la Casa Blanca, por el Council of Economic Advisers del presidente Barack Obama, y por el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Jack Lew. Al día siguiente, el autor participó en el Graduate Center en un debate en Internet (economistsview.type pad.com) y el sitio Amazon y The New York Times lo ubicaron, el 26 de abril de 2014, en el “top” de las ventas, con 60.000 ejemplares, bastante más que Games of Thrones.

En términos teóricos, recordemos que Simon Kuznets, Premio Nobel en 1971, uno de los padres, a la vez, de la introducción de la estadística en economía y de las cuentas nacionales, había observado en su libro Economic Growth and structure, que en los Estados Unidos, y en los países más industrializados de Europa durante la primera mitad del siglo, la parte del producto bruto captada por el último decil –el 10 por ciento de la población que gana más– había sensiblemente disminuido a partir de 1914. Piketty muestra en su libro que a partir de 1980, se observa un incremento de la parte del ingreso captado por ese sector de la población y que sobre el siglo que va desde 1914 al 2012, la parte del ingreso del 10 por ciento que gana más tiene una forma de U, baja entre 1914 y 1980 y vuelve a aumentar a partir de esa fecha.

En la primera fase la disminución de la parte del ingreso percibida por el 10 por ciento de los que ganan más no había, sin embargo, modificado un parámetro esencial: que el ahorro y la inversión eran realizados, como lo señaló Kuznets, solamente por el 5 por ciento más rico de la población. Eso hacía que la mejora de la distribución del ingreso, una disminución del coeficiente de Gini, no impidiera que hubiera una continuidad en la concentración del patrimonio en el sector más rico de la sociedad. Piketty muestra en este sentido que después de los años ’80, la parte del ingreso total que obtiene este sector, como así también el patrimonio, se ha incrementado, gracias a la disminución de los impuestos directos –vale decir, al ingreso– y a los derechos sucesorios. Es muy probable que dicha evolución haya sido similar en Argentina; que la parte del ingreso global obtenido por el 10 por ciento de los argentinos que ganan más, luego de disminuir durante el gobierno peronista, haya vuelto a incrementarse después del golpe cívico-militar de 1976, volviendo así a recuperar varios –quizás una decena– puntos porcentuales que había perdido durante el gobierno peronista.

La tesis

Piketty muestra y recuerda a los norteamericanos que los Golden Sixties fueron los años en los cuales las desigualdades sociales de patrimonio y de ingresos eran menos importantes que lo que son hoy. Si la parte del ingreso nacional que recibe el 10 por ciento que gana más bajó a partir de los años ’30, fue el resultado de la crisis y de las leyes rooseveltianas sobre los impuestos a la herencia y a las ganancias, cuando la tasa marginal de este último llegaba al 91 por ciento. Los editorialistas económicos ortodoxos de Buenos Aires lo considerarían hoy “confiscatorio”, lo cual conviene recordar es también la narrativa de la ultraderecha norteamericana, la cual parece gozar de una gran simpatía en las elites modernas y “democráticas” argentinas. Pero está bastante claro que en la Argentina si los medios hablan mucho de la pobreza es porque no desean hablar de la concentración de la riqueza ya que, obviamente, si hay muchos pobres es porque los ricos lo son demasiado. Si el libro del iniquity gurú ha tenido ese éxito en los Estados Unidos es justamente porque los norteamericanos comienzan a comprender que los homeless no surgen de la nada.

Los análisis realizados por Piketty y Emmanuel Sáez, profesor de la Universidad de Berkeley, muestran que las desigualdades no sólo se manifiestan en los ingresos cada vez más elevados del 10 por ciento que gana más, pero llegan a niveles escandalosos en el “top 1 por ciento”, el 1 por ciento formado por directivos de empresas y bancos que ganan fortunas.

La existencia de estos ingresos estrafalarios plantea interrogantes importantes a los economistas que van más allá de los debates emblemáticos sobre la justicia en una democracia. En primer lugar, surge el interrogante sobre la vigencia de las instituciones políticas democráticas, ya que éstas pueden verse alteradas y envilecidas por el dinero y el poder que éste otorga y así dejen de poseer su rol estabilizador. En segundo lugar, la concentración de la riqueza limita el crecimiento económico y de los ingresos, son un freno al crecimiento económico en la medida en que éste está asociado a una distribución del ingreso que permita la expresión de una demanda elevada.

La vulgata liberal justifica la existencia los altos niveles de ingresos de por lo menos dos maneras: por un lado, sostiene que los sueldos exorbitantes que se asignan a sí mismos los CEO de las grandes empresas y de los bancos son una remuneración normal habida cuenta de sus capacidades para dirigirlos, ya que logran los mejores resultados para los accionistas. Pero los estudios realizados no permiten ratificar este aserto y muestran que, muy a menudo, ocurre lo contrario. La crisis financiera de 2008 lo ha demostrado ampliamente. En segundo lugar, se sostiene que las altas ganancias de las empresas y las remuneraciones de los accionistas y de los dirigentes permiten invertir e incrementar la producción y el empleo y que, en última instancia, favorecen al conjunto de la sociedad. Esta es la justificación del capitalismo, pero la historia reciente muestra que tampoco es así. Las tasas de crecimiento en los países industriales son más bajas en el período post-1980 que aquéllas de la década de los años 1960, cuando la distribución del ingreso era menos injusta, lo cual muestra que las performances del capitalismo tienen poco que ver con las remuneraciones de los dirigentes y los accionistas o con una distribución muy desigual del ingreso.

La injusticia social genera ganadores, los que son los favorecidos, y perdedores, los que la padecen. Las desigualdades siderales en la distribución del ingreso pueden ser a veces condenadas porque son moralmente injustificables y es normal que la gente de buena voluntad se indigne frente a ellas, que generan a menudo situaciones atroces. Sin embargo, la condena moral de aquellos a quienes esto beneficia no es suficiente, ya que la teoría económica ortodoxa afirma que la distribución del ingreso es el resultado del “libre juego de las fuerzas del mercado” y que ésta es, siempre, la más adecuada y además la única solución eficiente y óptima, puesto que asegura el pleno empleo de los factores. Argumento que permite a los editorialistas económicos de los medios sugerir que las desigualdades son el precio que una parte de la sociedad (los pobres) debe pagar para asegurar una mayor eficiencia que favorece al conjunto de la misma.

Keynes demostró que este postulado es falso, puesto que el equilibrio existía en múltiples casos en los que hay factores de producción desempleados y que era más común encontrar los múltiples casos de equilibrios con desempleo que un equilibrio con pleno empleo. Evidentemente, la injusticia social no es una condición para la eficacia económica sino todo lo contrario.

La tesis de Piketty es que, actualmente, en Estados Unidos y en los países europeos, en materia de distribución del ingreso, una parte significativa de los salarios va a los detentores del capital y su tendencia no sigue, como lo afirma la teoría ortodoxa, la evolución de la productividad del trabajo.

Existe una relación evidente, que raramente es enseñada a los alumnos de la licenciatura en economía, que es bastante simple. Los agentes económicos que tienen los mayores ingresos poseen además los patrimonios más importantes. Piketty muestra en su libro que la concentración de los ingresos en estos últimos años está acompañada por una concentración de los patrimonios.

Si se analizara el caso argentino con la metodología de Piketty-Sáez, esto explicaría una parte del estancamiento económico argentino en las décadas de los ’80 y los ’90. Actualmente, en Argentina, con un PIB de alrededor de 500 mil millones de dólares y un patrimonio global que incluye las fábricas, los haberes en dólares, las cuentas corrientes en Argentina y en el extranjero, joyas, activos financieros, parque inmobiliario, la tierra, las maquinarias, etc., se puede estimar en 1,5 billones de dólares. Para que el 10 por ciento más rico obtenga el 30 por ciento del PIB, como aparece en la encuesta de hogares, la tasa de rendimiento del patrimonio tiene que ser del 10 por ciento, lo cual es una enormidad. Como lo señala Piketty, en los países industriales el crecimiento del patrimonio del 10 por ciento de los que ganan más es espectacular, pero no así el crecimiento económico. Vale decir que una parte significativa de estos ingresos excesivos no son invertidos sino esterilizados en gastos suntuarios o en bienes no directamente productivos. El autor sostiene que esto último es una indicación de que se ha salido de un capitalismo empresarial que produjo el extraordinario crecimiento económico durante el siglo XX y estamos entrando en una suerte de capitalismo patrimonial que recuerda aquel del siglo XIX.

La desigualdad

El incremento de la concentración del ingreso en el 10 por ciento que gana más y la tendencia a la concentración patrimonial tienen una gran importancia en la evolución económica, que había sido ya señalada por Harrod cuando formuló, en 1948, el primer modelo de crecimiento económico. El modelo, llamado del “filo de la navaja”, debía su nombre a la inestabilidad provocada por las variaciones de la demanda efectiva que, como lo explicaba Keynes, tiene que ver con la concentración del ingreso. Los que ganan más ahorran más y un exceso de ahorro, al que se le agregan expectativas negativas de la inversión, conduce a la caída de la demanda. En teoría económica pura, bajo ciertas condiciones e hipótesis, la evolución económica se puede describir a través de la igualdad g=r, donde g es la tasa de crecimiento y r la tasa de crecimiento del capital en el sentido indicado como conjunto del patrimonio. Piketty sostiene que esta igualdad ya no se verifica, ya que actualmente g < r, lo cual quiere decir que la tasa de crecimiento es inferior al incremento del capital, o dicho de otra manera, que el incremento patrimonial no es utilizado para incrementar la inversión productiva. Esto es bien conocido en Argentina, donde una parte de las ganancias del 10 por ciento que gana más se “evapora”, ya que es expatriada o guardada en dólares, pero no invertida para incrementar el acerbo del capital productivo. Pero eso es una vieja manía de las clases poseedoras del patrimonio en este país.

* Ex Consejero Regional de Ile de France (Grupo Socialista).

Doctor en Ciences Económicas de la Universidad de París.

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