Domingo, 25 de mayo de 2014 | Hoy
POLíTICA COMERCIAL E INGRESOS
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
El hecho de que muchos productos importados sean más baratos que los nacionales suele inducir a la idea de que una política de libre importación permitiría mejorar el nivel de vida de la población, ya que incrementaría el poder de compra de los salarios y demás ingresos. En esa apariencia se fundan las doctrinas liberales para argumentar que el libre comercio mejora el bienestar de las sociedades. Esas doctrinas, que benefician centralmente a las grandes corporaciones que organizan su producción trascendiendo las fronteras nacionales, reciben en el Tercer Mundo el apoyo de cámaras de importadores y sectores exportadores de productos primarios que pueden sobrevivir a la competencia internacional. Los medios de comunicación y partidos políticos tributarios de esos diversos intereses son los encargados de crear el consenso y llevar a la práctica las políticas de libre importación.
El argumento a favor del ingreso irrestricto del producto importado se desvanece cuando se considera que los salarios e ingresos de una población no son independientes de la política comercial. Así, en la Argentina liberal de los noventa, muchos de los supuestos beneficiarios de un incremento del poder de compra de sus ingresos por el importado barato descubrieron que sin protección a la producción nacional dejaban de percibir ingresos. El cierre de fábricas con despidos obreros y la presión a la baja de los salarios inducida por el desempleo provocaron una contracción del consumo y las ventas. Esta situación deprimió el conjunto de las actividades económicas y los ingresos de la población, con la excepción de aquellas cuyo mercado se encontraba fuera del país, de escaso peso en materia de empleo e ingresos nacionales.
La posibilidad de contrarrestar esa tendencia contractiva ampliando el gasto público se ve restringida porque la libre importación incrementa el porcentaje de gasto en dólares del ingreso nacional. Por ello, las gestiones liberales suelen acudir al endeudamiento externo para anestesiar a las sociedades, que cuando despiertan se ven sacudidas por una crisis donde se combina la capacidad destructiva de la libre importación con una restricción de dólares acentuada por el endeudamiento previo.
Respecto de la ilusión de mejorar el nivel de vida de una sociedad mediante la libre importación, el socialista latinoamericano Manuel Ugarte decía: “Abaratar las cosas en detrimento de la producción nacional es ir contra buena parte de aquellos a los cuales se trata de favorecer, puesto que se les quita el medio de ganar el pan en la fábrica. Disminuir el precio de los artículos y aumentar el número de los desocupados resulta un contrasentido. Interroguemos a los millares de hombres que ambulan por las calles buscando un empleo a causa de las malas direcciones de la política económica; preguntémosles qué es lo que elegirían: vivir más barato o tener con qué vivir. ¿De qué sirve al obrero que baje el precio de los artículos, si no obtiene con qué comprarlos? El temor de la vida cara es uno de los prejuicios económicos más atrasados y lamentables. La vida es siempre tanto más cara cuando más próspero y triunfante es un país. Todo se abarata, en cambio, en las naciones estancadas y decadentes. La vida es barata en China, y cara en los Estados Unidos. Pero como los salarios van en proporción con la suma de bienestar de que esos grupos disfrutan, la única diferencia es que unos pueblos VIVEN en mayúscula y otros mueren en minúscula” (Revista de Economía, 1928, página 28)
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