› Por Néstor Restivo
El 30 de noviembre de 2001, Goldman Sachs publicó un informe titulado Building Better Global Economic Brics. Lo firmaba el investigador jefe del banco estadounidense en Londres, Jim O’Neill, junto con otros economistas regionales del banco. Básicamente, señalaba que en los años siguientes la mayor fuerza económica mundial la constituirían Brasil, Rusia, India y China, los países cuyas iniciales formaban el acrónimo que juega con la palabra brick, ladrillo en inglés. La “s” final era entonces sólo para indicar plural, todavía no se había incorporado Sudáfrica.
El trabajo pronosticaba que ya en una década, el peso de los Brics en el PBI mundial tendría impactos fiscales y monetarios en todo el globo y que las potencias del G-7 (países “ricos”) harían bien en contemplar tales cambios. También, que en menos de 40 años a partir de entonces las economías Brics superarían a las potencias –Estados Unidos, las mayores economías europeas y Japón–, que entonces suponían dos tercios del PBI mundial. El cálculo resultó correcto: trece años después, ya esa tríada cayó a representar la mitad del PBI mundial, al tiempo que los Brics, que en 2001 significaban 8 por ciento, subieron a 25 por ciento del total. Cinco nuevas fuerzas que sostienen una cuarta parte de toda la economía global.
Goldman Sachs se quedó un poco corto, ya que en 2001 proyectaba que los Brics, en diez años, pasarían a representar el 14 por ciento del PBI mundial, y no 25 por ciento como ocurrió. Y por país también pecó de conservador, excepto su cálculo para India. En 2003, en una revisión del trabajo esta vez comandada por Dominic Wilson y con O’Neill como colaborador, proyectaba los siguientes PBI para 2014: Brasil, 888 mil millones de dólares (hoy es el cuádruple, de 3,170 billones); a Rusia le asignaba 1,149 billones (hoy es de 1,480); a India 1,299 billones (hoy es de 1,237); y a China 4,371 (hoy es el doble, 8,939 billones; segunda economía mundial, con la mitad de riqueza producida que la líder, Estados Unidos). Los cálculos para 2014 son del FMI.
Como todo banco de inversión, Goldman Sachs sólo miraba “mercados” (y no países, sociedades, pueblos) “emergentes” para conveniencia propia y de sus clientes, que andan a la caza de bonos públicos y acciones de empresas en países y mercados que crecen. Como marketing, la sigla Brics fue muy exitosa y al cabo de esa premonición los países involucrados en el nuevo bloque, que hasta entonces no soñaban con trabajar juntos, comenzaron a tejer ellos mismos acercamientos y alianzas.
Desde una mirada sudamericana, ya en 2004 los entonces presidentes Lula Da Silva y Néstor Kirchner viajaron estratégicamente a Rusia y a China –desde entonces, el intercambio de misiones políticas y económicas fue creciendo, de la mano de los negocios en forma galopante–, y Brasil y Argentina cada vez más, lejos de “aislarse” del mundo como plantean analistas conservadores, comprendieron que los ejes de acumulación de riqueza y comercio mundiales iban desplazándose del Atlántico hacia el Pacífico y del Norte al Sur. Este es el punto crítico de la economía y la política mundiales hoy y todo indica que lo será por el resto del siglo.
Los líderes del Brics comenzaron a reunirse en 2006 en Nueva York, en el marco de la asamblea anual de la ONU, y allí convinieron en institucionalizarse. Ya hicieron cinco cumbres: Yekaterimburgo, Rusia, en 2009; Brasilia en 2010; Sanya, China, en 2011; Nueva Delhi, India, en 2012, y Durban, Sudáfrica, en 2013. Y para la sexta, el mes que viene en Fortaleza, Brasil, Argentina fue invitada especialmente por Rusia.
En cada una de las citas se avanzó en mayor integración y negocios mutuos desde la perspectiva de la multipolaridad. Anunciaron la creación de un Banco de Desarrollo para los países del grupo, que inicialmente tendría un capital prestable de 50.000 millones de dólares, a partir de 2016, según reportaron en Moscú a la agencia de noticias Reuters esta semana. También creció exponencialmente el comercio “intrazona”, a un ritmo actual de 28 por ciento anual, y en monedas locales, sin dólares ni euros. Estudian crear una moneda común, en un mundo que bajó sus reservas en dólares del 85 al 60 por ciento del total. Por su parte, Rusia y China acaban de firmar un acuerdo gasífero por nada menos que 400 mil millones de dólares, en lo que los medios locales llamaron el “pacto del siglo”, negociado por más de diez años, y ambos tienen con Sudamérica y con Africa cada vez mayores lazos en comercio e inversiones. Además, hay participación cruzada de los socios Brics en entidades como la Organización de Cooperación de Shanghai (China y Rusia), el G-20 (donde también está Argentina), el Foro Trilateral IBSA (Brasil, India y Sudáfrica) o el Foro Económico de San Petersburgo con unos 70 países participantes, entre muchos otros entrelazamientos. Desde luego, Rusia y China asimismo tienen voz y voto en el Consejo de Seguridad de la ONU y cada vez más peso en organismos de crédito internacional como el FMI o el Banco Mundial, aunque éstos siguen dirigidos por Estados Unidos y Europa.
Con más énfasis de la economía que de la geopolítica, la edificación del Brics evoca sin embargo acciones del siglo XX, como la Conferencia de Bandung en 1955 y los intentos que continuaron, entre los llamados países tercermundistas o No Alineados. Buscaban que la interdependencia y la multipolaridad pudieran generar excedentes económicos controlados nacionalmente. Todas esas iniciativas fueron frustradas por las crisis de los años ’70 primero y el neoliberalismo después, que avanzó primero con dictaduras militares y luego con un fuerte dispositivo cultural. Por esos factores, los países del Sur cedieron el control de la acumulación a fuerzas transnacionales. Ahora retomaron la idea de constituir, con el Brics, otro desafiante polo económico mundial.
Como lo hace en otros ámbitos, Argentina busca un nuevo protagonismo en el reformateo global. Acorde con su tamaño y recursos, ni más ni menos, busca tener políticas de Estado que superen las coyunturas de gobiernos. Con China, por ejemplo, donde desde 2004 hay una alianza estratégica (con el marco inicial del intercambio de visitas de Hu Jintao y Kirchner, luego de Cristina Fernández de Kirchner en 2010) a refrendarse cuando, tras el Brics, el presidente Xi Jinping y casi dos centenares de empresarios lleguen a Buenos Aires. Esta semana, un seminario del Conicet y su similar chino, Cicir, en Cancillería, permitió que desde la academia se pusiera la lupa crítica al futuro de la relación en términos de asimetrías, déficit y perfiles del comercio que se intercambia. Se trata de que la multilateralidad no signifique replicar esquemas de hegemonía y que haya “beneficios mutuos”, como suele plantear Beijing. Claro que para ello no siempre la responsabilidad está en el hegemón, sino también en la voluntad y la inteligencia de quien a priori aparece como más débil.
Además de Argentina, otros países como México, Corea del Sur o Arabia Saudita sonaron como posibles futuros integrantes del Brics. Por ahora hay una invitación a Cristina, que Brasil haría extensiva a otros mandatarios regionales. “La ampliación formal del Brics se decide por consenso. De momento no se plantea su ampliación”, aclaró en Moscú el canciller ruso Serguei Lavrov cuando, en una reunión, le trasladó la invitación a su homólogo argentino, Héctor Timerman, quien a su vez observó: “Obviamente, vemos con mucho interés el desarrollo que han tenido los Brics en la política internacional, trabajamos muy cerca de sus países miembros, pero respetamos las individualidades y creemos que son los Brics los que tienen que definir ese tema”.
Al ser hecha por Rusia, la invitación recrea la idea de los recelos que puede expresar Brasil cuando no logra por sí solo lo que le correspondería por peso económico, su liderazgo como voz sudamericana. Lo sufren de algún modo sus vecinos, cuando no avanza el Banco del Sur, por ejemplo, o Argentina cuando no logra imponer sus criterios industriales en los convenios comerciales de intercambio. Quizá pueda hacerlo más ágilmente el Banco de los Brics o negociaciones más amplias. En cualquier caso, coinciden los analistas, todo sería más difícil si desde esta región no se contara, aun con sus limitaciones, con un espacio común como es el Mercosur y construcciones políticas tales como Unasur y Celac.
Es una visión regional, integral, de convergencia, del potencial enorme que tiene el área sudamericana lo que puede darles a sus países una vinculación positiva con los países del Pacífico. Ambos espacios, frente a las decadencias relativas de Estados Unidos y más marcadamente de Europa, pueden entablar negociaciones muy convenientes para ambos. Y se trata de espacios en los cuales, al no haber sido cuna del capitalismo, más bien víctimas, se tejen formaciones económicas y sociales híbridas, novedosas, que podrían forjar un mundo más igualitario o un nuevo horizonte por el cual trabajar.
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