› Por Mariano Kestelboim *
La Justicia de Estados Unidos complicó el proceso de reestructuración de la deuda pública local. La alta aceptación al canje (92,4 por ciento) seguramente no habría sido posible si no se establecían tribunales extranjeros de arbitraje ante eventuales controversias. La grosera parcialidad de Griesa, en beneficio de fondos buitre, quedó de manifiesto y ha sido profundamente analizada. No precisamente por el autodenominado periodismo independiente. Este reserva su nacionalismo para criticar fallos adversos en el fútbol, como “el claro penal” que Nicola Rizzoli no cobró en la final. El peso que históricamente ha tenido la deuda y los condicionamientos de políticas económicas que ha implicado deberían motivar una mayor cobertura del caso. Lamentablemente, parte del periodismo levanta la bandera de Argentina sólo para el deporte. Y no es para nada un tema menor la evaluación de las implicancias del conflicto; contribuye a que el abuso en contra del interés nacional no sea gratuito. El prestigio de los tribunales de Estados Unidos se pone en discusión. El análisis del caso –apoyado por gobiernos y organismos internacionales– también es importante para que podamos negociar mejores condiciones de pago y que se plantee, a nivel mundial, la necesidad de llenar el vacío legal de regulación de los mercados financieros internacionales. Como el sacrificio del equipo argentino en la Copa, también se debería valorar la defensa ante el “anarcocapitalismo financiero”, sobre todo cuando gobiernos pasados dilapidaron, sin reparos, el patrimonio nacional y originaron la deuda que hoy se paga y está en discusión.
Hace unas semanas, Arnaldo Bocco, ex director del Banco Central, en una entrevista publicada en este diario indicó que la Corte de Estados Unidos, en su respaldo a Griesa, ratificó la tesis jurídica y financiera más conservadora; la del respeto a la teoría del contrato y no a la teoría del régimen sistémico. Bocco explicó que la primera “va en contra de la lógica del proceso de negociación (los canjes que ofreció Argentina) y no toma en cuenta las implicancias del default como antecedente de reestructuraciones mayores”. El especialista en el sector financiero también describió que la teoría del contrato se sostiene en la idea de que el deudor se va a cuidar cuando emita deuda. Si no la puede pagar, sabe que hay un antecedente para demostrar que el que no paga es sancionado. Sin embargo, Bocco advierte que las implicancias sistémicas del fallo son demasiado graves.
Para entenderlas no se puede dejar de observar que el mayor problema de la economía mundial es cómo administrar la abundancia. A nivel global, se fabrica mucho más de lo que se demanda. Si hubiera escasez de productos, hoy la mayor potencia económica mundial no sería Estados Unidos, sería China.
Para eludir ese escollo, las empresas renuevan sus estrategias de producción y venta. Estimulan el consumo, desarrollan departamentos que estudian cómo reducir, de forma programada, la vida útil de lo que elaboran y también se forman carteles para segmentar mercados, acordar niveles de precios mínimos o de producción máxima. Periódicamente eso no es suficiente y se generan crisis de sobreproducción o subconsumo, como la que afecta a la periferia de la Unión Europea. La industria del Viejo Continente acumula stocks de mercadería, despide trabajadores y cierra fábricas porque la producción asiática ocupó su mercado.
Como había advertido Karl Marx en el siglo XIX, en la medida en que el capitalismo se desarrolla, el capital se concentra, la explotación laboral crece, el mercado requiere menos trabajadores y una porción más pequeña de la población está en condiciones de consumir lo producido. La incorporación de cientos de millones de trabajadores asiáticos a la producción industrial a escala, con jornadas más intensivas y extendidas, y los avances tecnológicos exacerbaron esa dinámica.
La sobreproducción tiende a ser cada vez mayor y la economía, para crecer sin fuertes pujas distributivas entre empresarios y trabajadores, se ha vuelto adicta a burbujas de endeudamiento. Ellas dinamizan temporalmente el consumo y la actividad y hacen que el sistema sea más cíclico y regresivo.
El endeudamiento abrió un poderoso canal de absorción de los excesos de producción y se desarrollaron múltiples mecanismos financieros para que los Estados y las familias tengan una capacidad ficticia de consumo.
Ahora bien, el fallo de la Justicia de Estados Unidos, en favor de los buitres, va en contra de este mecanismo financiero de absorción del excedente productivo. El antecedente dificultará los futuros procesos de reestructuración de deudas soberanas.
A la Justicia norteamericana no le importó que las elevadas tasas de interés dieran cuenta del riesgo que asumían los que prestaban. Tampoco fue relevante para ella que los buitres no hayan sido los que prestaron con ánimo de lucro (compraron los bonos públicos ya defaulteados). Ese tribunal, a su vez, fue indiferente respecto de los costos pagados por el país, en términos de desocupación y miseria, derivados del cierre de los mercados de crédito. Después del default de diciembre de 2001, la voluntad de pago tampoco pesó. Argentina pagó puntualmente a sus acreedores, desde 2003, casi 190.000 millones de dólares, en concepto de deuda (esa cifra representa más de dos años y medio de importaciones), según el Ministerio de Economía.
Bajo las reglas expuestas por la Justicia de Estados Unidos, el endeudamiento crónico de su economía se consolida como el principal canal de absorción de los excedentes productivos del mundo. En 2015, Estados Unidos cumplirá 40 años consecutivos de vivir del ahorro externo. Desde 1976, ese país registró todos los años un intercambio deficitario de bienes y servicios con sus “socios” comerciales. Entre 1976 y 2013, en promedio, el exceso de sus compras externas en relación con sus ventas, equivalió al 23 por ciento de sus importaciones por año, según las estadísticas del Departamento de Comercio estadounidense. De esa forma, el acumulado de sus saldos negativos en los últimos 38 años representa 9 años de importaciones de su economía. El resto del mundo le financió entonces, sin costo, el equivalente a casi 21 billones de dólares. Esa deuda –que nadie le reclama– representa 284 años de importaciones de nuestro país. Poseer el señoreaje internacional (potestad de emitir moneda de aceptación universal) le otorga ese enorme privilegio a Estados Unidos. Ahora bien, su discrecional administración monetaria, en simultáneo con el rigor con que la Justicia de ese país aplicó la teoría del contrato en el caso de los buitres, pone de manifiesto la capacidad de lobby de los grupos financieros y su vocación imperialista.
El período histórico más prolongado de déficit de cuenta corriente de Argentina fue durante la convertibilidad. Bajo ese modelo, todos los años hubo déficit y el promedio anual equivalió al 40 por ciento de las importaciones. Se pagó, en parte, rematando activos nacionales a través de las privatizaciones. El cálculo de Eduardo Basualdo y Cecilia Nahón –disponible en el documento de trabajo número 13 de Flacso, de 2004– indica que el ingreso por privatizaciones, entre 1990 y 1999, fue de 23.851 millones de dólares. Ese monto sólo alcanzó a cubrir una cuarta parte del déficit acumulado de la cuenta corriente en la convertibilidad (90.652 millones de dólares). El resto fue financiado con deuda. Ni siquiera la recesión (redujo la demanda local por productos importados), iniciada en 1998, bastó para corregir el tremendo descalabro macroeconómico. Curiosamente, el periodismo “independiente” de la época no advertía sobre el peligro que implicaba el desajuste externo; éste solamente podía sostenerse con la “asistencia” financiera de los organismos internacionales de crédito. Poco se mencionaba las tasas que pagaba Argentina para acceder a esos préstamos, a pesar de que la economía no podía endeudarse indefinidamente (como la de Estados Unidos) y que el crédito era usado para la especulación financiera, el consumo de bienes importados y la remisión de utilidades. A su vez, la estructura productiva se desmantelaba, haciendo más frágil y dependiente a la economía.
Hoy, en América del Sur, a pesar del aumento de los precios de los recursos naturales, todas las economías tienen déficit de cuenta corriente, excepto Venezuela. Argentina es la menos deficitaria. Su saldo negativo equivale solamente al 1 por ciento en relación con su PBI y el resto posee déficits de entre el 3 y el 5 por ciento respecto de sus PBI. Lo paradójico e inédito de la situación actual de nuestro país es que, luego de registrar el período más superavitario de, por lo menos, el último medio siglo (entre 2002 y 2009, tuvo superávit todos los años y acumuló un saldo positivo de 58.262 millones de dólares), la economía está sometida a una restricción externa (escasez de dólares) por un déficit que equivale a sólo el 6 por ciento de sus importaciones. Que con un déficit de cuenta corriente tan pequeño se genere tanta incertidumbre en materia cambiaria y sobre el nivel de reservas revela el agudo problema de acceso al financiamiento externo que atraviesa el país. Los buitres complicaron más el escenario.
Los buitres y los grupos financieros más concentrados no ven solamente el potencial de riqueza del país por la explotación de Vaca Muerta y el resto de sus recursos naturales, sino también el colosal sendero de endeudamiento en el que hoy Argentina podría ingresar con más señales favorables para los mercados.
En busca de recuperar el acceso al crédito externo en condiciones no abusivas, el país acordó con el Ciadi, con Repsol, con el Club de París y coordinó con el FMI el nuevo índice de medición de los aumentos de precios. El gran peligro ahora es que la necesidad de acceso al financiamiento, complicada por el fallo de Griesa y el acuerdo con los buitres, implique nuevas presiones de cambios en la política económica nocivos para el país. Entre ellos, dos históricos condicionamientos del FMI: la reducción del gasto social y la liberalización comercial.
El financiamiento externo podría abrir espacios de negocios que, en una primera etapa, podrían morigerar el impacto de una nueva oleada de políticas neoliberales como a principios de los noventa. Pero en el mediano plazo seguir ese camino implicaría tirar por la borda los avances en materia de industria e inclusión social. Por eso, la construcción de alianzas con nuevas asociaciones de poder, como la de los Brics, es una gran oportunidad. Tiene que servir para entablar una relación que permita acceder a créditos orientados a profundizar la recuperación productiva y social y no debe implicar volver al esquema de dependencia y sometimiento a los intereses de los grupos financieros dominantes
* Economista de la Sociedad Internacional para el Desarrollo.
@marianokestel
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