AHORRO, CONSUMO Y TASA DE INTERéS
› Por Andrés Asiain y Lorena Putero
“Arbol que nace torcido, jamás su tronco endereza.” El refrán bien podría aplicarse a ciertos desarrollos teóricos de la economía ortodoxa que, con la intención inicial de negar la existencia de grandes corporaciones con poder de mercado, termina acumulando una serie de retorcidas teorías y supuestos. El que aquí interesa es el de la “tasa de impaciencia”, que señala que todos los seres humanos son impacientes y, por lo tanto, prefieren consumir hoy más que mañana. Esa impaciencia sería el origen de la tasa de interés, que premia a quienes hacen el esfuerzo de posponer el consumo, o sea, ahorrar.
Que existan individuos impacientes no parece un supuesto falto de realismo. Pero que todos los individuos lo sean debería ser algo que, cómo mínimo, habría que justificar. Por otro lado, la imagen de un desaforado que prefiere repetir el plato del almuerzo, aun a costa de la cena, parece contrastar con el hombre frío y calculador con que el resto de los supuestos de la economía neoclásica presenta al Homo economicus. Esa contradicción entre los supuestos de racionalidad y previsión para el cálculo económico, y el carácter impulsivo que requiere el concepto de impaciencia, es sorprendentemente pasada por alto por los meticulosos académicos que dedican su vida a dar vueltas sobre cada milímetro teórico de la ciencia.
Para comprender el porqué del supuesto de impaciencia, hay que tirar del hilo hasta llegar al centro del ovillo. Allí se encuentra la voluntad ortodoxa de negar la existencia de grandes empresas para poder pintar a la economía de mercado como un mundo de pequeñas empresas sin capacidad de fijar elevados precios, para obtener ganancias extraordinarias, formar preferencias mediante la publicidad, ni mucho menos influir a través del lobby en las decisiones de políticas públicas. Para construir ese mundo de ciencia ficción donde reina la competencia perfecta, la teoría neoclásica ha negado la posibilidad de que, a medida que una empresa acumula capital, sus ganancias continúen incrementándose por encima de la de sus competidores. De esa manera, ninguna empresa puede crecer continuamente por sobre las demás ni, por lo tanto, llegar a dominar un determinado mercado.
Ese supuesto de “rendimiento decreciente del capital” tiene, sin embargo, algunos problemas. Si llegado cierto punto de acumulación de capital, las ganancias caen, una vez alcanzado cierto tamaño empresarial no existiría incentivo a continuar acrecentándolo. Pasando del análisis de una determinada empresa al de toda una economía, una vez alcanzado el nivel óptimo de acumulación de capital, donde todas las empresas alcanzaron su tamaño ideal, no conviene seguir invirtiendo más allá de lo necesario para reponer el desgaste del material productivo. De esa manera, no existiría incentivo para el ahorro ni justificación para la existencia de una tasa de interés positiva.
Es en ese momento donde aparece la “tasa de impaciencia” como un parche teórico que aparenta explicar el porqué del ahorro y del interés. Las contradicciones señaladas respecto de otros supuestos de comportamiento de los individuos son considerados por la ortodoxia como un mal menor frente a la posibilidad de que la teoría admita la existencia de grandes conglomerados empresarios. Cosas que pasan cuando la economía deja de ser ciencia, para transformarse en un instrumento más del lobby corporativo
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