“A Mar del Plata yo me quiero ir.”
Estribillo popular en las décadas
del ’40 y del ’50.

La cantidad de argentinos que acompañó a la Selección de Fútbol fue muy superior a los pronósticos previos. Los pasos terrestres fronterizos registraron un intenso movimiento mientras los aviones despegaban con ocupación completa trasladando a 80 mil argentinos, que gastaron entre 5500 y 32 mil pesos por pasaje. Ese boom turístico es apenas una muestra de lo que viene ocurriendo en los últimos años. La salida de argentinos al exterior creció en más de tres millones (2003) a 7.247.040 personas (2012), según un estudio del Ministerio de Turismo de la Nación.

El dato más auspicioso es el crecimiento del turismo interno impulsado por franjas poblacionales de menores ingresos. La cantidad de turistas aumentó 54,8 por ciento durante las temporadas estivales, 60,4 por ciento en las invernales y 98,1 por ciento en los fines de semana largos. El ministro Enrique Meyer declaró que “de aquel 35 por ciento de argentinos que había viajado alguna vez al año en 2006, llegamos al 43 por ciento actual”. El funcionario también rescató la reducción de la brecha social medida en función de la cantidad de viajes vacacionales (familias de mayores ingresos versus de menores ingresos). Esa relación descendió de 11 a 1 (2006) a 4 a 1 (2012).

La democratización del ocio es una tendencia que se afianzó, en las naciones europeas, en la década del ’30 del siglo pasado. Durante la República de Weimar, el 98 por ciento de los trabajadores alemanes gozaba del beneficio de las vacaciones pagas. A su vez, el Frente Popular francés impulsó la sanción de la ley de vacaciones pagas en 1936. La situación era distinta en el continente americano. Apenas el 36,7 por ciento de los asalariados norteamericanos contaba con ese beneficio en 1937.

La incorporación de las masas populares al turismo llegaría de la mano del peronismo a la Argentina. Gabriel Comparato, en Matices populistas: la política turística de Getulio Vargas (1937-1954) y de Juan Domingo Perón (1946-1952), sostiene que “la política turística no fue un elemento secundario en la planificación peronista, sino que constituyó un aspecto significativo y explícito. Se centró no sólo en lo que concierne a la ampliación de la infraestructura y la capacidad hotelera, sino que también incluyó estímulos para el desplazamiento masivo, desde descuentos en tarifas de transporte hasta la organización del turismo popular y/o social administrado por el Estado, los sindicatos y la Fundación Eva Perón”.

La incorporación de los trabajadores a las prácticas recreacionales fue impulsada mediante la construcción de hotelería sindical y complejos vacacionales estatales en Chapadmalal, Embalse Río III y Uspallata, entre otros. La historiadora Elisa Pastoriza señala en El turismo social en la Argentina durante el primer peronismo. Mar del Plata, la conquista de las vacaciones y los nuevos rituales obreros, 1943-1995 que “la conquista de Mar del Plata para los trabajadores será un rasgo central en el mensaje del proyecto público. El balneario era presentado como el lugar donde se conocían los argentinos, lo que acentuaba su carácter nacional”. El discurso oficial señalaba que el turismo marplatense corregía las fallas que atentaban contra la cohesión nacional (grandes distancias, regiones diferenciadas), porque los argentinos de distintos puntos cardinales acudían a sus costas. Alejandro Cattaruzza en Historia de la Argentina. 1916-1955 precisa que “a Mar del Plata habían arribado, en el verano de 1930, unos 65.000 turistas; en 1940, los veraneantes eran 380.000; y en 1955 llegaban a 1.400.000”. “Así como para la ‘década infame’ el turismo fue una herramienta de ‘civilización’ y ‘progreso’, cuyos modelos a imitar eran Suiza, Francia e Italia en cuanto a su organización, y expresado con el lema: ‘Conocer la Patria es un deber’, para el peronismo será parte de un proyecto de ‘conquistas sociales’ y de democratización del ocio”, señala Comparato.

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@diegorubinzal