Dom 15.03.2015
cash

La nueva potencia

› Por Mariano Kestelboim *

La China rural y atrasada tecnológicamente de hace apenas tres décadas representa hoy la mayor revelación de la historia económica mundial. Sobre la base de un creciente de-sarrollo industrial, conducido estratégicamente por el Estado, el gigante asiático logró poner en discusión la hegemonía de Estados Unidos, máxima potencia de la era capitalista.

El extraordinario crecimiento de China –entre 1983 y 2013 aumentó su PBI a un ritmo promedio anual del 10,1 por ciento– se ajustó al esquema neoliberal de organización mundial de la producción. El modelo global de acumulación, originado en los años setenta y profundizado con mayor intensidad desde la caída del Muro de Berlín, tuvo como eje un progresivo proceso de fragmentación y deslocalización de la fabricación industrial masiva en países “emergentes” con mano de obra abundante y barata. La nueva distribución contribuyó a impulsar un rápido crecimiento asiático, que pasó a desarrollar gran parte de los procesos industriales altamente dependientes de mano de obra.

A diferencia de los tigres asiáticos que prosiguieron el desarrollo japonés (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur, Tailandia, Malasia e Indonesia), China resistió la presión de las corporaciones occidentales a desregular su economía a favor del libre movimiento de capitales y aplicó un plan que logró aprovechar los vericuetos del sistema. Su estrategia se nutrió de tres bases fundamentales. En primer lugar, empleó un régimen de organización social de estricto control estatal con un alto componente represivo. Su Estado concentró y dirigió, de modo planificado, los recursos generados. Bajo ese esquema que, por ejemplo, bloqueó el libre acceso a Internet, China pudo conservar las pautas de organización de su sociedad sin interferencias del discurso occidental. Su difusión podría haber incrementado los reclamos sociales hasta un nivel insostenible y desestabilizado su proceso de crecimiento.

En segundo lugar, el dinamismo de la estructura productiva china se basó especialmente en el desarrollo de inversiones en industria y en infraestructura general, en la explotación laboral capitalizada estatalmente y en la redistribución de recursos a favor de sus exportaciones. Así, el incremento del empleo en sus fábricas fue erosionando a las industrias del resto del mundo, desatando un fenomenal proceso de destrucción de puestos de trabajo industriales fundamentalmente en Estados Unidos y en la Unión Europea. Esa estrategia también provocó un superávit de cuenta corriente constante y creciente. En consecuencia, desde el ingreso de China a la OMC (2001), su economía saltó de contabilizar 0,22 billones de dólares de reservas a más de 4 billones en la actualidad. En tanto, el bajo grado de desarrollo tecnológico en América del Sur y Africa y la aplicación en nuestro continente, desde los años setenta, de programas económicos que tendieron a desmantelar los aparatos estatales de regulación, facilitaron la extracción a bajo costo de los recursos naturales necesarios para abastecer el acelerado crecimiento de la gran economía asiática.

El tercer pilar central de acumulación de poder de China fue su alianza política y económica con países en desarrollo, influenciados positivamente por su dinámica de crecimiento –los proveedores de recursos naturales– y con economías que poseen también amplios mercados internos y no están dominadas por los intereses de Estados Unidos, como los demás Brics.

Ese cúmulo de factores de fuerza fue decisivo para que China pudiera rechazar los condicionamientos de Estados Unidos y la Unión Europea que la presionaron insistentemente por su apertura económica y la revalorización de su moneda. A pesar del notable progreso tecnológico chino, después de una maxidevaluación en 1994, la cotización del yuan se mantuvo fija en relación con el dólar hasta 2005. A partir de ese año se ha ido apreciando lentamente; el tipo de cambio del yuan con el dólar pasó de 8,26 en 2005 a los actuales 6,14, pero todavía no alcanza el valor que tenía a fines de 1993 (5,80). Si bien la devaluación de mediados de la década del noventa había provocado dos años con una inflación por encima del 20 por ciento, el resto de los años China tuvo una inflación menor que la de Estados Unidos. Recién a partir de la crisis de 2008/2009 China está teniendo una inflación levemente superior a la de Estados Unidos, derivada del fomento de la demanda interna mediante los aumentos salariales otorgados. Esa medida, además de haberle permitido sostener el crecimiento en tasas de entre el 7 y 9 por ciento, apaciguó tensiones sociales y redujo su dependencia de los mercados externos. En el medio, su economía también registró un proceso de mejora rápida y continua de productividad, lo cual profundizó la subvaluación del yuan. La introducción de nuevas tecnologías y el desarrollo de su infraestructura aumentó la productividad laboral en China a un ritmo del 12 por ciento anual entre 2003 y 2007 y del 9 por ciento entre 2008 y 2012, mientras que la de Estados Unidos creció a menos del 2 por ciento en ambos períodos, según un informe de Conference Board.

El Partido Comunista de China no dejó que los capitales privados actuaran libremente. La actual mayor economía mundial copió regulaciones de las experiencias de desarrollo en Asia y, a pesar de la dificultad de administrar el país más habitado del planeta, registró el crecimiento más significativo de la historia mundial.

Con muy elevadas economías de escala y con la inserción en sus fábricas de trabajadores rurales con ingresos marginales y precarias condiciones laborales, China ingresó agresivamente en los mercados internacionales a precios, en muchos casos, inferiores a los costos medios de producción internacionales. En el comienzo de su fase de acelerado crecimiento, acaparó la producción y la exportación mundial especialmente de manufacturas livianas, a costa de un menor desarrollo de su mercado interno. Una industria emblemática de ese comportamiento depredador fue la del calzado, una de las más intensivas en mano de obra del planeta. Por ejemplo, mientras que Vietnam e Indonesia, segundo y tercero mayores exportadores de calzado con capellada textil del mundo registraron, en 2012, precios promedio de 13,20 y 21,50 dólares por par, respectivamente, las ventas externas de China de esos calzados se realizaron a un valor medio de 4,09 dólares por par. Así, el gigante asiático controla más del 70 por ciento de la exportación mundial de calzado.

Además de sus bajos valores de exportación para conquistar la demanda mundial, la industria china diseñó una ingeniosa estrategia de inserción en los mercados que, si bien en una primera etapa fue asociada a la baja calidad de su oferta, fue alcanzando rápidas mejoras y desarrollos creativos. Sus empresas generan imitaciones de la fabricación occidental, con procesos innovativos de ensamblaje, composiciones de insumos más económicos y, en general, terminaciones de menor calidad que las de los países desarrollados. De este modo, sus productos consiguieron captar masivamente los segmentos de gama baja y media de los mercados internacionales y desplazaron parte de la oferta de ciertas industrias de otros países intensivas en mano de obra o bien estratégicas, como la textil, metalmecánica, la electrónica y la automotriz. Este último caso representa uno de los mejores ejemplos de su crecimiento. La veloz acumulación de conocimiento de China sobre las técnicas de producción, la creciente importancia de las economías de escala como ventaja competitiva y el hecho de poseer un mercado en continuo crecimiento, fueron centrales para que se haya podido duplicar su participación en la producción mundial entre el estallido de la crisis financiera internacional (2008) y 2014. En el último año fabricó 23,7 millones de vehículos que representaron el 26,4 por ciento del mercado mundial.

Para evitar que el dinamismo de su desarrollo productivo se quebrara, China sostuvo la demanda de billetes y bonos de deuda pública de Estados Unidos, su principal cliente. Así, se transformó en el principal acreedor de ese país, ganando un notable poder a la hora de negociar.

El plan de internacionalización de la producción de la economía líder de Asia se encuentra hoy en una fase de transición. Tras la última crisis financiera global, la política china ha avanzado mediante el desarrollo de inversiones externas directas orientadas por su gobierno. Ellas tuvieron, como destino principal en una primera etapa, la captación de recursos naturales, principalmente energéticos y de minería, ya que para esa economía la falencia de esos recursos es su mayor cuello de botella. Y, en los últimos años, también comenzó a pisar fuerte en el terreno financiero. Ahí compite con los colosos estadounidenses y europeos y logró que el yuan se fuera introduciendo como moneda de intercambio y reserva global. También se convirtió en un gran prestamista de naciones con recursos naturales vinculados a sus necesidades. Además de los préstamos que le concedió a Argentina, China, tras la reciente debacle del precio del petróleo, otorgó rápidamente créditos por 20.000 millones de dólares a Venezuela y 5300 millones a Ecuador.

El conflicto social generado por la desigual distribución de la riqueza del modelo neoliberal es el principal factor que deteriora el poder de los centros económicos mundiales. Sin embargo, más allá de sus avances, China aún está lejos de desplazar a Estados Unidos como potencia hegemónica. Múltiples factores mantienen al gigante norteamericano en la cima: su poderío militar, el predominio de sus compañías multinacionales en ámbitos estratégicos como el petróleo y las TIC, el liderazgo de sus universidades y centros de investigación y desarrollo, la influencia de sus industrias culturales como Hollywood y sus cadenas comunicacionales y su control financiero. En tanto, las restricciones de recursos naturales y la conflictividad social en China son obstáculos que deberá seguir sorteando la potencia emergente.

De todas maneras, la osadía de China, expresada en sus rígidas y soberanas políticas económicas como la infravaloración del yuan, su vehemencia en las disputas comerciales, su laxa protección de los derechos de propiedad intelectual, las restricciones a la apertura de su mercado de capitales y al acceso de las compañías estadounidenses a las compras del gobierno chino, dan cuenta de que no planea frenar su ascenso. Y, por lo visto en estas últimas décadas, la capacidad de China no debería discutirse.

La fragmentación del poder global abrió un margen más amplio para las negociaciones de Argentina con los centros de poder. También las riquezas naturales de la economía local que China requiere para continuar su escalada de crecimiento brindan una mayor capacidad de negociación a nivel global. Desde ya, habrá que saber aprovecharla para orientar recursos al fortalecimiento de las cadenas de valor agroindustriales sólidas y, de esa manera, tratar de seguir ganando autonomía en el concierto de relaciones de fuerza globales y cimentar el desarrollo nacional.

* Economista de la Sociedad Internacional para el Desarrollo

@marianokestel

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux