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Domingo, 7 de junio de 2015

LOS RECIENTES ACUERDOS DE ARGENTINA Y BRASIL CON CHINA

Negociar en la emergencia

En un contexto de necesidad, los beneficios de corto plazo que puede brindar China son tentadores, pero pueden derivar en serios condicionamientos para el desarrollo de cara al futuro.

 Por Esteban Actis * y Nicolás Creus **

La creciente importancia de la República Popular China para la economía global y la consecuente consolidación de su presencia en América latina constituyen un dato saliente de la política internacional. En los últimos meses, muchos de los países de la región profundizaron sus relaciones con la potencia asiática a través de la firma de distintos convenios que eventualmente vehiculizarían el arribo futuro de millonarias inversiones. La nueva estrategia internacional desarrollada por Beijing, además de reforzar el tradicional canal comercial, tiene como trasfondo su condición de gran acreedor internacional. China logró captar gran parte del ahorro mundial generado en la primera década del siglo XXI y ahora –en un contexto de menor crecimiento relativo de su economía– comienza a identificar a su “periferia” como un lugar fértil para expandir sus inversiones, tanto en el plano productivo –orientándose principalmente al desarrollo de infraestructura– como financiero –otorgando ayuda a países con necesidades.

Para muchos analistas, este fenómeno representa una excelente noticia para la región, dado que los capitales chinos contribuirán a robustecer el crecimiento de las economías latinoamericanas al aportar los dólares que hoy escasean, aconsejando en consecuencia la profundización de los vínculos. No obstante, otras voces desconfían de las intenciones cooperativas de China y hacen hincapié en las profundas asimetrías existentes entre las partes, al tiempo que auguran una nueva etapa signada por una dependencia creciente.

En este sentido, el debate que debe proliferar desde la academia no puede reducirse a la tramposa disyuntiva “China sí o China no”. La experiencia histórica demuestra que el mejor camino a la hora de relacionarse con actores de mayor poder relativo (Gran Bretaña hasta mediados del siglo XX y Estados Unidos a partir de la segunda posguerra, son un ejemplo) no radica ni en el aislamiento ni en la confrontación, así como tampoco en el acoplamiento acrítico. Para los poderes medios sudamericanos, como lo son Brasil y en menor medida Argentina, el gran desafío con respecto a China reside en poder desarrollar estrategias que maximicen los beneficios que podrían derivarse del ascenso del gigante asiático, aunque sin perder de vista los riesgos y costos que inevitablemente conlleva toda relación asimétrica en términos de poder. El problema que se presenta en la actualidad es que la coyuntura “expansionista” del gigante asiático coincide con un contexto político y económico regional signado por la necesidad. De este modo, a las asimetrías estructurales que caracterizan la relación de China con Argentina y Brasil, se le debe sumar la debilidad coyuntural por la que hoy atraviesan estos últimos. Como nunca en lo que va del siglo XXI, Argentina y Brasil están urgidos por obtener divisas para apaciguar las tensiones que experimentan sus economías. La urgencia y la necesidad obviamente atentan contra la capacidad de negociación en tanto que los márgenes de maniobra del “necesitado” se reducen ostensiblemente en tales situaciones.

A modo de ejemplo, en Argentina, en un contexto en donde los préstamos del Banco Central de China (swaps) se han transformado en un canal de financiamiento clave para lograr tranquilidad cambiaria, los términos pactados para el arribo de capitales chinos orientados a la ejecución de grandes obras de infraestructura han sido desfavorables para los intereses nacionales, dadas las concesiones que mediante la firma de un tratado internacional le fueron otorgadas al empresariado chino por sobre cualquier posible competencia.

Asimismo, en el caso de Brasil, el desembolso de 3500 millones de dólares que el Banco de Desarrollo de China (CDB) anunció para financiar a la empresa estatal Petrobras (todo un símbolo de la autonomía brasileña) se produce en un contexto de extrema debilidad de la petrolera por los escándalos de corrupción que sacuden su accionar. Los mercados internacionales sancionaron a la firma bajando su condición crediticia y dificultando así la obtención de financiamiento privado. Como contrapartida, el préstamo del CDB permitirá a China no sólo poner un pie en una de las principales petroleras del mundo, sino que además sus empresas de ingeniería van a reemplazar como contratistas para futuras obras a las prestigiosas firmas brasileñas (Odebrecht, OAS, Camargo Correa, entre otras), hoy afectadas por la malversación de fondos públicos.

Si bien la asistencia financiera china –a diferencia de un préstamo del FMI o del financiamiento a través del mercado de capitales internacional– parece implicar menores condicionamientos sobre el manejo de la política económica, lo cierto es que no es gratis. Esto resulta evidente en los ejemplos citados, donde es posible apreciar cómo mediante el otorgamiento de financiamiento –no necesariamente barato–, China logró obtener a cambio concesiones sumamente importantes en materia de inversiones.

En un contexto de necesidad, los beneficios de corto plazo que puede brindar China son tentadores, pero pueden derivar en serios condicionamientos para el desarrollo de cara al futuro. En tal sentido, Argentina y Brasil deben restablecer sus equilibrios macroeconómicos y repensar el vínculo con China con una visión de largo plazo y menos atravesada por las urgencias coyunturales.

* Docente de Política Internacional Latinoamericana, UNR.

** Docente de Política Internacional Argentina, UNR.

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Además de ser potencia en el comercio mundial, China es el principal acreedor internacional.
 
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