Domingo, 12 de julio de 2015 | Hoy
PLAN PRODUCTIVO Y EMPLEO
El caso de Grecia o donde Ebenezer Scrooge se encuentra con la Ignorancia y la Miseria en “Cuento de Navidad”, de Charles Dickens.
Por Roberto Kozulj *
Tras el rotundo triunfo del “No” en Grecia se han oído todo tipo de opiniones respecto de sus consecuencias para el futuro de Europa, pero también para el de las instituciones crediticias y sus cuestionadas recetas. Una afirmación corriente asegura que Grecia –y todos los gobiernos en general– debe hacer bien los deberes: ejecutar medidas de austeridad, mejorar sus cuentas “al rojo vivo” y así una vez saneada la economía se estará en condiciones de crecer nuevamente. Todo otro camino, a la corta o a la larga, no hará sino hacer sufrir más a seres concretos de carne y hueso. Como contrapunto, el lema opuesto alude a que la medicina propuesta terminará matando al paciente. Para esta vertiente seres concretos de carne y hueso ya han sufrido innecesariamente y más de la misma medicina no conduciría a nada mejor sino todo lo contrario. Más recesión, destrucción de empleos y con ello de capital humano con consecuencias transgeneracionales. En síntesis, una expulsión hacia la pobreza.
En el “Cuento de Navidad” de Charles Dickens hay un personaje siniestro: Ebenezer Scrooge, protagonista de la novela escrita en 1843. Al principio de la misma es un hombre de corazón duro, egoísta y al que le disgusta la Navidad, los niños o cualquier cosa que produzca felicidad. Sea cual sea su trabajo parece estar relacionado con la usura hacia gente de escasos medios. Scrooge siente una total repugnancia hacia los pobres, sobre los cuales piensa que sería mejor que estuvieran muertos para “rebajar la población” que sobra. Dickens, como gran humanista, aún tenía grandes esperanzas en que, apelando a lo “bueno del corazón humano”, podía llegar a combatir los rasgos detestables de ese mismo corazón que, con el paso de menos de dos siglos, se fueron convirtiendo en virtudes racionales.
Sin embargo la cuestión apela a cuestiones más profundas que deben ser discutidas pues no existe una buena teoría económica para guiar la política, ni buenas políticas para guiar la economía. Hace tiempo que los éxitos microeconómicos pueden darse sin que converjan en resultados macroeconómicos aceptables, en particular en términos de empleo y distribución de la riqueza.
Es que el contexto global se ha modificado radicalmente. Las que tan sólo unas décadas atrás constituían actividades de creación de riqueza como flujo anual y generaban empleos e ingresos masivos con relativamente bajos niveles de capacitación (por ejemplo la construcción) han ido perdiendo fuerza pari passu con la progresiva saturación de mercados que supone el progresivo agotamiento de los procesos de urbanización. Nuevas actividades de servicios de entretenimiento pueden facturar miles de millones de dólares con una muy baja absorción de empleos y sin invertir siquiera en la producción de contenidos audiovisuales una fracción mínima de esos ingresos. Esto sólo para poner sobre el tablero algunos ejemplos. La automatización de los servicios transfiere costos desde los prestadores hacia los usuarios y una innumerable cantidad de gente busca cosas para hacer sin hallar salidas para poder vivir una vida digna en áreas urbanas. De hecho, la composición del producto conlleva un distinto uso de recursos, habilidades y pautas distributivas donde no hay lugar para todos a menos que se les haga ese lugar a través el gasto público o regulaciones que las empresas rechazan. La creencia en que un buen entorno macroeconómico es suficiente para crear riqueza a través de la inversión privada es sin duda muy poco fundada tanto en términos teóricos como empíricos, pues por equilibradas que se hallen las cuentas públicas nadie invierte si no hay mercados. El capital financiero ha creado los mecanismos para multiplicarse al margen del mundo de la creación material de bienes y servicios. Cuando las burbujas inevitablemente estallan, el rescate siempre está a la mano saqueando de uno u otro modo al grueso de los ciudadanos. Es un mundo de grandes asimetrías de poder real, sea en lo financiero, en lo militar, en lo tecnológico y en lo políticocultural. Por lo tanto tras más de siete décadas de “desarrollo” nos hallamos con varios serios problemas que no pueden ser resueltos para un grupo mayoritario de países. Uno de ellos reside en la enorme asimetría entre el capital tecnológico y humano acumulado en unos pocos países frente al resto. Por ejemplo el presupuesto para investigación y desarrollo de países como Estados Unidos. Alemania, Japón y Corea es en términos anuales entre 272 y 32 veces los de países como Grecia o Portugal, ¿cómo podrían saltar esa brecha? ¿Qué garantías de que esa “creatividad acotada por asimetría de recursos” produzca resultados económicos aceptables? El anclaje de la inversión en investigación y desarrollo de grandes multinacionales en una cien ciudades pensando en mercados de producción y consumo para grandes clases medias mundiales, el costo de la mano de obra en países emergentes como China, India u otros y el agotamiento de mercados de productos para el mercado interno en la mayor parte del mundo una vez agotados los procesos de urbanización, han creado un escenario de oportunidades escasas en el cual “las nuevas cosas por hacer, quienes las sepan hacer y que tengan quien las pague”, es demasiado estrecho. No en vano las Naciones Unidas han comenzado a monitorear la correlación entre criminalidad y crisis económicas. Un habitante urbano sin ingresos derivados del trabajo es un condenado a sobrevivir a como dé lugar. Los puestos de trabajo no se crean sólo porque las cuentas del gobierno estén en orden si las inversiones privadas no crean suficiente empleo distribuido a lo largo y ancho del planeta. La degradación es así inevitable.
Por consiguiente es natural que la gran mayoría de los países vea en empleos creados por el Estado como la salida a sus crisis que de otro modo se vuelven crisis humanitarias en medio de una abundancia como nunca antes en la historia humana. El problema es que este gasto debe ser financiado sea interna o externamente a fuerza de no caer en economías cerradas con posibilidades de acceso a sólo algunos consumos básicos. Para financiarlo con creación de riqueza interna deben existir “cosas por hacer y para hacer que la gente sepa hacer, que a la vez desee y pueda pagar”. Dada la distribución del ingreso y la de la estructura mundial de la oferta, las asimetrías de poder sólo pueden ser resueltas bajo un nuevo orden mundial en el que las instituciones financieras dejen de comportarse como Ebenezer Scrooge y respondan a un plan global de inclusión social productiva destinado a absorber empleo y a construir un futuro sustentable. De otro modo tras siete décadas de crecimiento habrá en el mundo unos 2500 millones de personas que viven mejor que nunca en toda la historia humana, pero a su vez aterrorizados de perder sus privilegios sean grandes o muy pocos, mientras que entre 1000 y 1500 millones que tal vez vivan peor que en las edades más oscuras y unos 3000 en áreas rurales subsistiendo entre modos tradicionales y la presión por ir a buscar mejor suerte en ciudades donde lo que saben hacer ya no es necesario.
Por cierto nadie haría explícito que eso es lo que se busca y por lo tanto todo tipo de fantasías aparecen en la literatura económica popular insinuando que los países fracasan por culpa de sus instituciones extractivas o porque no le hacen caso a la gente disconforme o no recurren a las fuerzas de la “destrucción creativa”. Pero ahora son ellos mismos los que deberían hacer lo que otra gente disconforme ha manifestado con el “No”.
Así las cosas, un excesivo enfoque en el manejo de la macroeconomía sin un plan productivo distribuido a lo largo y ancho del planeta con vistas a sostener flujos anuales de creación de nueva riqueza con objetivos claros de crear hábitat sustentables, empleo e ingresos estará destinado a un eterno fracaso y a la perpetuación de debates estériles en torno a las políticas de ajuste que no pueden resolver nada de lo que realmente debe ser resuelto.
* Vicerrector de la Sede Andina de la UNRN. Economista experto en Energía y Políticas de Desarrollo.
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