EL PATRóN FINANCIERO Y EL PATRóN INDUSTRIAL
La crisis financiera de 2008, repasada aquí desde sus orígenes, muestra las consecuencias del patrón de crecimiento que impuso Estados Unidos.
› Por Nicolás Taiariol, Juan Cruz Lucero y Martín Fernández *
A partir de 1987, con la gestión de Greenspan en la FED, comienza el denominado “keynesianismo del mercado de valores”, política mediante la cual la Reserva Federal (de Estados Unidos) neutraliza las caídas del mercado financiero mediante una baja en las tasas de interés y la expansión monetaria. Esto genera un aumento en el precio de los activos que impulsan la inversión y el efecto riqueza, impactando en un aumento del consumo y del endeudamiento. Así, se logran efectos sobre la demanda agregada sustentados en la expansión del capital financiero y el incremento de los beneficios, que superan la inversión y el consumo de los capitalistas, favoreciendo la reproducción de capital ficticio (o financiero).
El patrón de acumulación a nivel mundial ha estado signado por el predominio de ese capital ficticio (o financiero) y sustentado en la expansión de la potencia hegemónica: Estados Unidos, que basó su política monetaria en un estricto control de la inflación, lo que garantizó a los inversores externos la estabilidad del valor de los bonos del Tesoro y de las obligaciones estadounidenses, y que junto al crecimiento del mercado financiero posibilitó el financiamiento de una economía con bajas y decrecientes tasas de interés. Así que EE.UU. pasó de ser un país acreedor a ser un país netamente deudor, sin que ello se tradujera en una balanza de ingresos de inversión significativamente negativa. Esto posibilitó definir su política económica en relación a sus metas de crecimiento, sin importar el desequilibrio en su cuenta corriente, que es casi permanente desde 1980 y que se debe al paulatino deterioro de su competitividad externa.
A causa del poderío del capital financiero, la estructura productiva de EE.UU. cambió de tal manera que las empresas pasaron a ser meramente “centros de beneficios” y las unidades productivas que no alcanzaran la rentabilidad prefijada eran excluidas de la estructura empresarial.
Esta dinámica se exacerbó a partir de 1995, debido a la expansión de la economía estadounidense en dos burbujas sucesivas.
El surgimiento de Internet generó una ola de inversiones centradas en las telecomunicaciones y la computación que fueron acompañadas de un aumento en los precios de sus acciones cuya relación precio/ganancia llegó a superar el pico alcanzado en 1929 y el efecto riqueza ligado a ésta sobrestimuló el consumo. A su vez, el déficit externo se incrementó aceleradamente. La tasa de ganancia rápidamente experimentó una caída debido al deterioro de la relación producto/capital y en la participación de los beneficios en el producto como consecuencia, en primer lugar, de una reducción en el nivel de utilización de la capacidad instalada y, en segundo lugar, de tensiones en el mercado de trabajo derivadas de la mayor capacidad de negociación de los asalariados en un contexto de reducción de la desocupación. Esto generó una crisis por sobreacumulación (excesivo crecimiento de la inversión impulsado por la burbuja especulativa), que en el año 2000 provocó el derrumbe de la bolsa, lo que se conoció como la “crisis de las punto com”.
Ante la recesión, la Reserva Federal redujo sustancialmente la tasa de interés manteniéndola durante tres años en niveles reales negativos, mientras que paralelamente se elevó el déficit fiscal. Comenzó entonces la burbuja inmobiliaria.
El efecto riqueza resultante de la elevación en el precio de las viviendas aumentó el consumo en el marco de un ciclo expansivo débil (desocupación y caída de los ingresos reales) que se sostuvo por el endeudamiento de los hogares tanto para adquisición de vivienda como para el consumo.
Dos factores tienden a otorgar una excepcional amplitud a esta burbuja.
Por un lado, el déficit externo de EE.UU. tiene como contrapartida el excedente de los países periféricos, que, inmersos en un proceso de crecimiento vía aumento de los precios de los commodities, acumulan parte de ese excedente bajo la forma de reservas, y de algunos países centrales, que utilizan ese excedente para financiar su inversión externa. Todo esto genera un exceso de liquidez que se traduce en una caída de la tasa de interés en el mercado mundial y permite que la burbuja de EE.UU. de enormes dimensiones se propague en otros países, entre ellos Irlanda, España y el Reino Unido, que al igual que EE.UU. pretenden apoyar su crecimiento en los efectos de la elevación de precio de los activos.
Por otro lado, la demanda de crédito hipotecario encontró una rápida respuesta en el sistema bancario, que incrementó su oferta a sectores con capacidad de pago cuestionable. Los créditos fueron agrupados en paquetes que a menudo incluían créditos de otro tipo y cuya estructura les permitía obtener la mayor calificación crediticia. Los títulos resultantes eran vendidos directamente a los inversores. Se trataba de una operatoria altamente rentable que transfería el riesgo al mercado y lo diluía, y que era financiada mediante créditos de muy corto plazo cuyo bajo costo estimulaba el incremento de su endeudamiento. Esto llegó a representar en los bancos de inversión y en los Hedge Funds hasta 27 veces su capital. La expansión del crédito elevó rápidamente el precio de las viviendas y el consiguiente incremento de la riqueza de los hogares estimuló a su vez su consumo y su endeudamiento. El sistema impulsaba el nivel de actividad mediante el sostenimiento de la expansión del mercado de capitales, pero era necesario que una sola carta del castillo de naipe se cayera para hacer colapsar al todo. En los hechos esto sucedió cuando el precio de las viviendas dejó de crecer y se estancó, elevando el nivel de incumplimientos. Las reiteradas y masivas inyecciones de liquidez de los gobiernos no pudieron más que retrasar lo inevitable.
Imputar la crisis a errores de política monetaria, de regulación o de incentivos supone dejar de lado el hecho de que lo sucedido refleja la hegemonía ejercida por el capital financiero sobre el conjunto del bloque de clases dominantes y la muy limitada autonomía del Estado respecto de la fracción hegemónica.
La disminución del dinamismo de la economía de EE.UU. y la paulatina contracción de su déficit externo, entre otros factores, implica el fin de la expansión conducida por las exportaciones que ha experimentado la economía mundial, aun cuando los países centrales tengan una recuperación rápida y determine la reactivación de los flujos internacionales de capital hacia los países periféricos.
El comercio mundial crece menos a causa de la crisis del 2008 y el freno en la economía de los países centrales, de la caída de la demanda agregada mundial, de la caída de los precios de los commodities (petróleo, alimentos y minerales), de la valorización del dólar y la fuga de capitales desde la periferia hacia EE.UU., de la caída del crecimiento de China, entre otros factores. Esto implica que la periferia para mantener su tasa de crecimiento debe desplazar su eje de acumulación hacia el mercado interno. Para esto es necesario que se negocie ante la OMC la posibilidad de modificar las tarifas aduaneras y de otorgar subsidios que faciliten el desarrollo de ciertas actividades, además de constituir organismos regionales de financiamiento capaces de sustituir, o por lo menos contrapesar, a los organismos internacionales de crédito y acotar los movimientos especulativos de capital.
EE.UU. está actualmente siendo desplazado de su rol hegemónico de dinamizador de la economía mundial, sin embargo no se observan rasgos que permitan suponer un quiebre inmediato en el modo de acumulación.
La periferia ha intentado en los últimos años alternativas (orientación al mercado interno, regionalización del comercio) que permitieron sostener su crecimiento al resguardo de la crisis mundial. Pero para lograr dicho quiebre son necesarios cambios estructurales que permitan doblegar el carácter de fracción hegemónica que aún presenta el capital financiero: regulación al mismo y su orientación al financiamiento de la inversión productiva, control sobre la movilidad especulativa de capitales, cuestionamiento y alternativas al sistema monetario internacional basado en una moneda nacional (USD), entre otras.
La discusión sobre el patrón de acumulación, basado en el sector financiero o en el sector industrial, vuelve a estar en la palestra de cara a las elecciones, en donde otra vez se confrontan estos dos modelos. Modelos que no nos resultan extraños ni ajenos. Con sus particularidades, el modelo industrial estuvo vigente entre 1930 y 1976, en tanto que el modelo financiero (valorización financiera) estuvo vigente entre 1976 y 2001/2.
Esta situación hace necesario un Estado fuerte capaz de diseñar e implementar estrategias de desarrollo económico y social que reflejen las necesidades de la mayoría de la población.
Los candidatos optan y defienden uno u otro de manera abierta y explícita. Ahora será el turno de cada ciudadano de elegir, mediante el candidato señalado, en qué modelo quiere vivir a partir del 2015.
* Centro de Economía Política Argentina (CEPA).
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