LAS TENSIONES POR LA DISTRIBUCIóN DE LA RIQUEZA EN GOBIERNOS DEMOCRáTICOS Y POPULARES
El siglo XXI encuentra a gran parte de América latina embarcada en proyectos políticos democráticos, populares y progresistas que, aun con diferencias entre ellos, forman parte de las nuevas izquierdas postsocialismos reales del siglo pasado.
› Por Carlos Andujar *
En septiembre de este año se desarrolló en Quito, Ecuador, el Segundo Encuentro Latinoamericano Progresista. La conferencia magistral estuvo a cargo del vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia Alvaro García Linera. Dicha ponencia estuvo centrada en los logros, tensiones y contradicciones que, durante los últimos quince años, han vivido estos procesos políticos. Muchas de ellas servirán para pensar, en clave local, la situación actual en el marco de la continuidad del proyecto populista kirchnerista.
América latina incorpora al debate de las izquierdas en el mundo la idea que la democracia no es necesariamente sólo un paso, una etapa temporal, un instrumento, para lograr el cambio social, sino que sus propias experiencias dan cuenta de que la democracia puede ser el espacio de los procesos revolucionarios. Democracia que no se limita, como la visión liberal sostiene y difunde, a la elección de los gobernantes ni a determinados principios éticos sino principalmente a la creciente participación de la sociedad.
Cualquier proceso revolucionario, sostiene García Linera, sólo será reformista u oportunista si no tiene como fundamento una sostenida y progresiva participación del pueblo en la toma de decisiones.
En ese marco, los Estados, como relaciones sociales de dominación, son relaciones sociales paradojales, Marx diría que son comunidades ilusorias, dado que al mismo tiempo que son la gestión de lo colectivo y lo común, son su concentración y monopolización. Precisamente por ello todo proyecto político que tenga pretensión de construir hegemonía no puede prescindir de la toma del poder estatal a sabiendas que su gestión implicará transitar dicha paradoja.
Transitarla implica, en los actuales proyectos progresistas latinoamericanos, resolver de modo no general sino particular, histórica y socialmente situada, las diferentes tensiones que surjan y para las cuales no existe una única respuesta válida. Entre ellas la tensión generada por los procesos de democratización y la referida a la construcción de hegemonía son determinantes para pensar los actuales procesos políticos latinoamericanos.
Si se concentran excesivamente las decisiones, el Estado se separa de la sociedad, por ende, se vuelve a constituir una nueva elite de los poderes, en palabras de Enrique Dussel, el Estado se corrompe, dado que en vez de mandar obedeciendo se manda mandando. Pero si se democratizan todas las decisiones, se paraliza, y las consecuencias de ello las pagan las clases populares quienes necesitan hospitales, escuelas, rutas.
Si la construcción de la hegemonía implica irradiarse hacia otras clases sociales por fuera del “núcleo duro” que apoya el proceso de transformación, se corre el riesgo de hacer demasiadas concesiones, flexibilizaciones, que hacen perder el propio núcleo duro social. No se puede irradiar a todos lados porque al final el núcleo duro te abandona, y cuando haya problemas, afirma García Linera, ¿quién va a dar la cara?
Tensiones que, en definitiva, deben resolverse creativamente, inventando, porque no hay nada escrito.
Los procesos de transformación y los ciclos de participación y movilización no son perpetuos. No son lineales, sino que son por oleadas. Ascenso, consolidación, estabilización, descenso y valle, un valle del cual se desconoce su duración, a la espera del próximo proceso de movilización y ascenso social.
Los próximos años de los proyectos progresistas latinoamericanos, afirma Linera, son una etapa de transición, en donde cada uno de estos procesos de transformación definirá su destino en la economía, en la capacidad de gestión de los problemas cotidianos del pueblo: el agua, el trabajo, la luz, el pavimento, las cloacas. Allí, en ese aspecto de los proyectos políticos progresistas de la región, en el económico, es en el cual, a sabiendas de su debilidad y de que los movimientos sociales no son permanentes, la derecha que nunca se va, que siempre esta acechando, prepara con herramientas que incluyen el poder de fuego mediático, político y económico, la puerta de entrada para su regreso.
Cómo resolverá el actual proceso populista kirchnerista su continuidad todavía está por verse. Qué grado de concesiones se realizarán o se han realizado para ampliar su núcleo duro e irradiarlo, construyendo hegemonía, a otros sectores sociales, no está del todo claro y sólo se irá sabiendo, con certeza, a partir de las políticas públicas que se implementen en los próximos años, siempre y cuando, dato no menor, se gane en las próximas elecciones. Por el otro lado no hay dudas, solo las certezas “técnicas y neutrales” con las que suele presentarse la derecha.
Las relaciones de poder que se podrán construir para “transitar la transición” sin perder las conquistas alcanzadas se seguirán dando en el marco de economías que continúan desarrollándose bajo la estructura “centro-periferia” y en donde las elites locales y foráneas, no perderán oportunidad para ocupar el lugar perdido. En este sentido serán centrales, sobre todo, aquellas políticas públicas que se traduzcan rápidamente en resultados económicos visibles y concretos para la población en general.
Los proyectos progresistas necesitarán también en los años venideros de izquierdas locales que, lejos de jugar a que “todo es lo mismo” y por lo tanto “que todo se rompa”, vean en ellos verdaderas posibilidades de mejoras sustanciales, permanentes y estructurales para las clases populares. Las izquierdas pueden y deben constituirse en alternativas concretas “a partir de” y no “en contra de” los progresismos regionales, deben ser su superación no su contrario. En el próximo ballottage tienen la posibilidad real y concreta de posicionarse claramente en contra de la vuelta al neoliberalismo. Lamentablemente las primeras reacciones parecen indicar justamente lo contrario.
Las transiciones progresistas no deben ser sinónimo de orden y tranquilidad sino de lucha. Como decía Eduardo Galeano, la derecha tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden: es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin; y, la tranquilidad, de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambrienta.
* Docente UNLZ FCS. Colectivo Educativo Manuel Ugarte.
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