EXTRACCIóN DEL MINERAL, CIENCIA, PLANIFICACIóN Y ESTADO
Existe un entorno económico, científico y político para el despegue de la producción de acumuladores de litio en el país, y para cimentar un área de conocimiento técnico-industrial de baterías.
› Por Bruno Fornillo y Julián Zicari *
El litio se ha convertido en un mineral estrella porque es indispensable para la confección de las baterías que permiten la movilidad de los dispositivos eléctricos en todo el mundo. A futuro, de consolidarse esta tecnología, será central en los autos eléctricos o en los reservorios de energía que precisan las fuentes renovables. Ilusiones que aquí se potencian porque en el “Triángulo del litio” compuesto por los salares de Argentina, Bolivia y Chile se halla el 65 por ciento de las reservas del planeta. Sin embargo, frente al extendido “mito del litio”, es relevante realizar una serie de consideraciones para pensar el carácter estratégico del mineral de modo integral.
El litio no es escaso: es el 27º mineral más abundante del planeta y se encuentra adosado a otros 150 minerales. Tampoco está distribuido de manera desigual en el planeta: hay en China, Rusia, Estados Unidos, Australia, Portugal, entre muchos otros, e incluso Corea ya experimenta extraerlo del mar. En este sentido, el litio no es el petróleo ni las “tierras raras” –sólo controladas por China–, razón básica por la cual la Unión Europea quitó al mineral de la lista que cataloga “críticos”, es decir, sobre los que debe “asegurarse” su abastecimiento.
Esta dimensión geopolítica debe vincularse con el lugar que ocupa el litio en las baterías: el costo total del litio dentro de una batería es muy menor: está en torno del 0,5 por ciento. De aquí que a las grandes empresas que fabrican acumuladores no les importa el precio que deban pagar por él sino sólo asegurarse su aprovisionamiento. Además, ellas contienen una proporción muy pequeña del recurso, por eso la Argentina podría considerarse abastecida por los próximos 30 años sólo con el 8,5 por ciento de litio que le corresponderá a la empresa provincial jujeña Jemse del Salar de Olaroz. Por último, dentro de los acumuladores es un elemento importante pero para nada el único, mucho menos difícil de obtener que los componentes “físicos” de las baterías.
En el muy hipotético caso de que los tres países del Cono Sur nacionalizaran su producción y realizasen políticas coordinadas (imposible para el Chile neoliberal y minero), de modo que el precio de la materia prima aumentara sustancialmente gracias a un casi monopolio, inmediatamente se harían rentables otras reservas litíferas alrededor del globo, por lo tanto las ganancias nunca serían superlativas. En la Argentina, país que se ha convertido en el segundo productor mundial, ocupó tan solo el 1,14 por ciento de la producción minera nacional en el 2011. En los tres escenarios proyectados a futuro (conservador, tendencia base, optimista), el consumo de litio oscilará entre las 400 y las 600 mil toneladas para el 2025, es decir, el doble o el triple de lo que se demanda hoy, sin que represente un mercado de ganancias exorbitantes. Así, es fácil darse cuenta de lo acotado que es el mercado de la materia prima y, a pesar de que crezca, también lo seguirá siendo. En el fondo, a los países dominantes no les inquieta que Argentina se concentre en la extracción de la riqueza litífera –y de todos los recursos naturales–, porque así ellos agregan valor, detentan el conocimiento, diseñan estrategias de mercado, y gozan de las rentas de innovación que les ofrece la fisonomía del capitalismo contemporáneo.
Aunque es preciso atemperar la imagen idílica según la cual la simple tenencia del litio garantizaría apalancar el desarrollo, obviamente todo lo que contribuya a una mayor articulación regional y a una presencia determinante del Estado en el área de la minería litífera –y de la minería en general– siempre será positivo, más aún contando los problemas ambientales que despierta, ligados al consumo de agua. Por caso, en el esquema de propiedad actual sobresale la actividad de grandes multinacionales que participan en buena parte de la cadena de valor (Toyota es una de ella), que “se venden” el litio “argentino” a “sí mismas”, forzando el precio a la baja. Vale agregar un hecho central: los salares de litio se encuentran en territorio habitados por comunidades asentadas desde tiempos prehispánicos, entonces deberían proteger su entorno y participar de las decisiones y ganancias. Las poblaciones andinas suelen asumir una cosmovisión que traza un lazo indisoluble entre la sociedad, el hombre y la naturaleza; y si la energía del litio tiene un sentido esencial es porque también responde a la crisis ecológica global.
La fuente de riqueza del litio está en la oportunidad que ofrece para avanzar en su cadena de valor, especialmente en la realización de baterías en el país. Por eso es necesario enfocarnos fuerte en el área científico-técnico-industrial. La clave reside en el conocimiento y en la capacidad económico-mercantil para fabricar y comercializar baterías. En el mercado internacional, una tonelada de carbonato de litio cuesta alrededor de 6000 dólares, mientras que una batería de celular –que utiliza entre 2 y 3 gramos–, gira en torno a los 15 dólares. Haciendo la cuenta, con sólo una tonelada de litio se pueden confeccionar medio millón de baterías, que costarían 7,5 millones de dólares (y el doble en el mercado argentino).
Más sencillo: el litio es como el aceite del auto, se rompe sin él, pero nadie diría que el valor de un auto está en el aceite. La ganancia no está en el control del “ingrediente” litio, sino en lograr baterías más flexibles, livianas, seguras, pequeñas, potentes, duraderas, posibles. Argentina no debería ver en el litio la opción de consagrarse como un país extractivo o de producción primaria, sino de todo lo que viene tras él: la posibilidad para no quedar relegada productiva ni tecnológicamente.
En Argentina se han hecho intentos por contar con la batería de litio. Desde el Estado, la participación del Ministerio de Industria ha sido un tanto errática, la del Ministerio de Ciencia constante, y la provincia de Jujuy supo declarar al litio “Recurso Natural Estratégico”. El país cuenta con empresas de experiencia en el rubro del ensamblaje de baterías; “producción” de artefactos eléctricos demandantes de acumuladores; rubros promisorios –baterías de litio para la industria electrónica, para bicicletas, motos, autos, movilidad pública–; un entramado científico en funcionamiento (la mayoría del cual se desempeña en YTEC, una empresa de propiedad mixta de YPF y Conicet). En suma, existe un entorno económico, científico y político capaz de alojar la oportunidad de apostar por el despegue de la producción de acumuladores en el país, incluso para cimentar un área de conocimiento técnico-industrial de baterías que a futuro serán de litio o de otro componente inesperado.
Una estrategia rigurosa para conseguir la producción de baterías en la Argentina debería recrear una fina planificación a corto, mediano y largo plazo que articule ciencia, industria y política. Ello requiere consolidar una coordinación política de Estado ininterrumpida, interdisciplinaria, consensuada y que aglutine a los actores del área. En esta dirección es necesario robustecer el lugar de YTEC para que cuente con una planta piloto por ejemplo, pero sobre todo para que la producción de baterías la encare la misma YTEC antes de que comercialice su capacidad científica en beneficio del sector privado. Sin ello, que reclama más voluntad política que recursos desmedidos, los anuncios prometedores quedarán truncos. A largo plazo, interactuar industrialmente con los países de la Unasur será el único modo de hacer frente a la competencia internacional.
Gracias a las baterías de litio se abre la posibilidad de participar del patrón tecnológico naciente, del vector energético sustentable próximo, y de un mercado potencial muy significativo, y vale la pena si es sostenido por la producción local de una empresa semipública. La oportunidad no es menor: se trata de combatir el cambio climático, contribuir a modelos creativos de desarrollo y ganar en soberanía económica y política
* UBA-Conicet. Integrantes del Grupo de Estudios en Geopolítica y Bienes Naturales (Iealc-UBA).
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