› Por Martin Burgos *
El cambio de gobierno generó preocupación en distintas cámaras de pequeñas y medianas empresas. Sus temores residen en la orientación que toma la política económica en áreas fundamentales para su desenvolvimiento. Uno de estos aspectos es el de la protección a la industria nacional en el cual el kirchnerismo había realizado muchos esfuerzos al utilizar numerosas herramientas hasta llegar al punto de ser sancionado por la Organización Mundial de Comercio, el organismo regulador del (libre) comercio a nivel mundial. Entre las prácticas que le valieron ese señalamiento figuran el intercambio compensado (el “1 a 1 de Moreno”) y las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importaciones (DJAI).
La política del nuevo gobierno tiene un enfoque económico muy distinto y las modificaciones que Argentina debe realizar en el uso de sus herramientas de defensa comercial son la excusa perfecta que encontró el macrismo para legitimar el regreso a al más crudo liberalismo comercial. Más allá de los anuncios del Ministerio de Producción de promover las licencias no automáticas de importaciones, las políticas concretadas hasta ahora en otras esferas revelan que la política comercial estará más cerca del manual de economía neoclásico que a cualquier perspectiva menos ideologizada y más pragmática de la situación actual.
Del mismo modo, las opciones de alianza comercial que el macrismo empezó a diseñar con Estados Unidos y la Unión Europea están lejos de ser favorables a Argentina, que exporta principalmente sus alimentos con los países asiáticos y su industria con los países latinoamericanos, mientras los países del Norte nos cierran sistemáticamente la puerta a través de sus subsidios agrícolas.
En el recetario tradicional podemos conseguir los refranes usuales para liberar las importaciones: la necesidad de generar “confianza” y de lograr “competitividad” para lograr mayores “exportaciones” e “inversiones”, que los periodistas repetirán en cadena hasta convencer. Seguramente el argumento del tipo de cambio alto y competitivo –que varios economistas heterodoxos se empecinan en utilizar como explicación de la “década ganada” a pesar de los resultados de la última devaluación– será utilizado para justificar la reducción de aranceles.
En uno de los últimos artículos del Cefidar antes de su cierre “La política comercial Argentina durante la crisis internacional”, que escribimos junto a Andrea Urturi, hicimos un repaso histórico en el cual destacamos que la reducción arancelaria de 1976 y 1978 y de 1986 y 1991 comparten la característica de darse en dos tiempos: primero se aumenta el tipo de cambio, y luego se reducen los aranceles. Posteriormente, la entrada de divisas por endeudamiento externo implica una apreciación del tipo de cambio que, en ambos casos, redundó en fuertes procesos de desindustrialización.
El gobierno de Macri tiene un plan similar para poder conservar el poder político y finalizar la restauración conservadora: devaluación, apertura y luego endeudamiento. Esta política económica generará un nivel de crecimiento bajo, con alto desempleo y desindustrialización, mientras que la puesta en marcha de un tercer ciclo de endeudamiento permitirá el ingreso de divisas que reducirá el tipo de cambio y logre una mejora de los salarios en dólares –necesario para lograr una reelección–.
Sin embargo, este esquema –similar al de la “plata dulce” y del “1 a 1”– puede verse impedido por los factores externos que no son favorables a una entrada de dólares a nuestro país, sino más bien lo contrario.
Defensas
Para ir adelantando algunos escenarios posibles que podría enfrentar el gobierno actual en caso de profundizarse ciertos rasgos de la crisis mundial, conviene volver sobre los resultados de la política comercial llevada adelante entre 2008 y 2015. En primer lugar, el estudio del Cefidar releva que gran parte de las ramas de la industria se beneficiaron de por lo menos una medida de defensa comercial, sea licencias no automática, sea medida antidumping, o aranceles máximos, y en particular las que peor desempeño tenían en términos de coeficiente de importaciones. No obstante, estas medidas no resultaron suficientes para reducir el coeficiente de importaciones global que siguió aumentando desde 2008.
Quedaría interpretar si estos resultados marcan el límite del modelo industrial que quiso implementar el gobierno kirchnerista, o si son límites inherentes a los modelos industriales actuales, en los cuales las cadenas de valor global implican altos niveles de importaciones y de exportaciones que el propio coeficiente de importaciones no puede captar, dado que incluye las importaciones de productos que luego se reexportan, como es el caso típico de la industria automotriz.
En ese sentido, no debería sorprender el dato según el cual 42 por ciento de las importaciones de China se componen de partes industriales para ensamblar y luego exportar hacia el mundo productos terminados. Solo así se hace entendible los altos y crecientes coeficientes de importaciones y de exportaciones del “taller del mundo”, y nos dice mucho sobre la forma de producir en la actualidad, donde la integración “fordista” de punta a punta no parece ser el modelo industrial vigente.
De ese modo, la dinámica de interrelación entre los países de una misma región se vehiculiza a través de ese comercio que es principalmente intra-firma y en gran medida de alcance regional.
A esto se le puede sumar de que el gobierno llevó la política comercial hasta los límites autorizados por la OMC, como lo muestra la mencionada sanción del organismo hacia nuestro país, lo que parecería indicar que modificar el patrón industrial mundial de las cadenas de valor parece difícil también si lo miramos desde lo institucional.
Vistas con mayor detalle, las ramas industriales que se estimaban con mayor potencial sustitutivo no son las que recibieron medidas proteccionistas prioritarias. Las medidas, por el contrario, se concentraron en las que menor capacidad sustitutiva mostraban. Sin duda, este hecho explica en parte las limitaciones en los resultados globales de la política comercial sobre la sustitución de importaciones. Es muy probable que el proteccionismo tuvo un objetivo más primordial que el de reducir las importaciones: resguardar el empleo en períodos de crisis.
En apoyo a esta interpretación, se debe resaltar que las medidas de licencias no automáticas se tomaron, en una primera instancia, en las ramas de textiles, metalmecánica y calzado, que son muy relevantes en términos de empleo (resoluciones Nº588 y 589 del 2008), aunque seguramente se necesitarían mayores estudios para confirmar esta hipótesis.
Merece subrayarse que algunas ramas en dificultad que se beneficiaron de medidas de defensa comercial mejoraron su desempeño y pudieron revertir el coeficiente de importaciones (calzado, productos de vidrio, productos de hierro y acero, productos de caucho). No obstante lo anterior, gran parte de estas ramas no pudieron revertir su mala situación previa y algunas de ellas sufrieron fuertes aumentos en sus coeficientes de importaciones (fabricación de maquinarias, curtidos y cueros, motores, generadores y transformadores eléctricos entre otros).
“Ejército de reserva”
Por lo tanto, desarmar esta política comercial tendría como principal efecto un aumento del desempleo que se sumarían a los despidos del sector público para volver a generar un “ejército de reserva” que le reste fuerza a los trabajadores en su pelea por mejorar o mantener su salario. Este desempleo y menor salario trae también menor consumo y, por lo tanto, un círculo vicioso recesivo cuyo final ya conocemos.
Para poder crecer, el gobierno debería lograr grandes inversiones extranjeras o endeudarse, lo que logró el gobierno de Menem en los años noventa, pero en circunstancias muy diferentes. Hoy la dirección de los capitales parece ser desde la periferia hacia Estados Unidos, en sentido inverso de lo que ocurría a fines de los años 70 o principio de los años 90.
Los acuerdos de comercio que se desea realizar con Estados Unidos y Europa también tendrán por consecuencia una “apertura importadora” con impacto negativo en el empleo, el producto y las divisas, dado que nuestras industrias no podrías competir con estas potencias industriales. El gobierno ni siquiera estaría cumpliendo con el dicho de los conservadores de principios del siglo veinte: “comprar a quién nos compra”, ya que estos países le ponen traba a nuestras exportaciones de alimentos.
La perspectiva histórica permite ofrecer una caracterización del período presente en el que la sustitución de importaciones aparece no solo como algo conveniente, sino también como necesaria.
En los otros períodos de importante restricción externa, la política comercial jugó un papel de moderadora del impacto sobre el empleo y las divisas gastadas en importaciones, en contextos recesivos (como durante los años ochenta) o de crisis abierta (período 2001-2002). No obstante, la intensidad de la política comercial del kirchnerismo medida en tanto cobertura, cantidad, durabilidad y diversidad de las medidas aplicadas es comparable a las aplicadas por la gestión Grinspun en los años ochenta. La diferencia con aquel período parece radicar en que las políticas comerciales se mantuvieron desde el 2008 hasta 2015 y que se lograron ritmos de crecimiento más elevado que durante aquella década.
Las medidas de política comercial tomadas durante el 2001 también fueron intensas pero se definieron en una situación ya insostenible para el país. La restricción externa se abordó con la dificultad de obtención de financiamiento internacional por el sobreendeudamiento del país, financiamiento que estaba sujeto a las políticas de ajuste del mercado interno que profundizaban la crisis del aparato productivo. Por lo tanto, una de las razones por la cual el gobierno de De La Rúa (19992001) no se preocupó por llevar adelante una política comercial defensiva fue que estas se contradecían con los requisitos de política exigidos por los organismos multilaterales de crédito para habilitar el endeudamiento externo.
En consecuencia, cuando reasume Domingo Cavallo en 2001 con su discurso “productivista”, la estructura productiva del país no pudo responder a los desafíos de la sustitución de importaciones, ya que se había visto afectada en su dimensión y en su articulación durante el proceso de liberalización y de ajuste del mercado interno llevado adelante durante una década. Vale decir: los procesos de concentración, extranjerización y des-verticalización de la estructura productiva, consecuencia del marco macroeconómico entonces vigente, limitaban la respuesta del aparato industrial ante incentivos de precios favorables que la política comercial de crisis impulsaba (aumento de aranceles a varios productos, medidas antidumping, “factor de convergencia”, entre otros). En consecuencia, solo la reducción de importaciones mediante el ajuste del mercado interno apareció como “solución” real frente a la restricción externa, solución que fue disruptivamente rechazada por el pueblo argentino en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Este antecedente podría resultar de interés para que el actual gobierne deje de lado las perspectivas ideológicas de los manuales de economía neoclásicos, y entienda que la sustitución de importaciones es una solución pragmática en estos tiempos de crisis. Se podría resumir la relación con los socios comerciales de la siguiente forma: “ser liberales en los sectores en los que somos competitivos y proteccionistas en los sectores en los que no lo somos”.
La restricción externa y el hasta ahora escaso acceso al financiamiento internacional podrían volverse un problema estructural de estos años de no mejorar la situación internacional.
En cierto sentido, estas condiciones pueden asimilarse al período inicial de la industrialización por sustitución de importaciones, allá por los años treinta, política que llevaron adelante gobiernos conservadores en algunos aspectos comparables con el gobierno actual. Lamentablemente, no sería la primera vez que un gobierno que responde al poder económico concentrado privilegie sus intereses sectoriales de corto plazo antes que perspectivas estratégicas como nación. Por lo tanto, en las circunstancias mencionadas, solo cabe esperar una vuelta a la confrontación de clase que difícilmente resulte compatible con las posibilidades de un desarrollo económico y social.
*Coordinador del departamento de economía - Centro Cultural de la Cooperación.
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