LA CADENA DEL TRIGO Y LA COMPETENCIA APARENTE
La regulación pública es una herramienta a usar con extrema prudencia y con detallado conocimiento de la estructura de cada sector. El caso del trigo y las grandes firmas del sector y las exportadoras.
› Por Enrique M. Martínez *
Parte central del ideario liberal es un mito, no más verificable que el episodio de la manzana que comió Adán. Se trata de sostener que en el mercado encuentran su equilibrio la oferta y la demanda de bienes o servicios, el que se autorregula, para satisfacción compartida. Es evidente que se alcanzan acuerdos todo el tiempo, entre proveedores y proveídos, pero en la gran mayoría de los casos no se debería hablar de situaciones satisfactorias para todos, sino más bien del equivalente de armisticios o rendiciones, en competencias que se definen por el poder relativo de los contrincantes. Este poder sirve incluso para influir las decisiones de los restantes productores del mismo bien, que actúan como en un partido de ajedrez sin comienzo ni final, donde deben imaginar el camino que seguirá el más poderoso, para eludir su confrontación.
En tal escenario, la regulación pública es una herramienta a usar con extrema prudencia y con detallado conocimiento de la estructura de cada sector. No basta, por caso, definir una política de precios negociando con la empresa más poderosa, y deducir de allí cuál será el posible beneficio para los consumidores. Veamos por caso la cadena de la molienda de trigo y sus elaborados. El gobierno kirchnerista buscó preservar el consumo interno y para eso estableció cupos para exportación de trigo, de harinas y de fideos o panificados. A lo largo del tiempo, los resultados no fueron los deseados, según surge de entrevistas con actores del sector. Las empresas más poderosas, que por supuestos fueron las afectadas por las restricciones a la exportación, volcaron mayor producción al mercado interno, con dos efectos:
1. Pusieron en tensión económica y financiera a sus competidores más pequeños, con ofertas puntuales de bajo precio y financiaciones especiales a mayoristas. Las coaliciones con los hipermercados se reforzaron, cerrando aún más las puertas a las empresas menores.
2. Para competir en todo segmento, esas grandes empresas sacaron segundas y terceras marcas de baja calidad, degradando la oferta.
Al presente las pequeñas empresas tienen depositada su esperanza en que la reapertura de las exportaciones derive producto a otros países, descomprimiendo la oferta en el mercado interno y mejorando así su rentabilidad. Esta mirada, sin embargo, tiene un componente de voluntarismo porque si las empresas líderes mejoran su rentabilidad a través de la exportación probablemente puedan profundizar la concentración en el mercado interno. Esto ya lo demostró –por ejemplo– la industria avícola durante la primera década del siglo. O sea que delante hay una trampa: si no se exporta las pyme pierden y si se lo hace tal vez suceda lo mismo. En realidad, no debería sorprendernos. No hay manera simple y cuasi automática de reducir la concentración de la economía.
Caminos posibles existen, pero son bastante más complejos que lo que hasta ahora se ha intentado. Una opción seductora para un país con tan alto potencial agroindustrial como Argentina es construir escenarios impositivos favorables para las industrias exportadoras, a condición que esas ventas sean a expensas de su presencia en el mercado interno. Promover “campeones exportadores” en paralelo con una red de pymes que abastezcan el mercado interno. Nunca se intentó.
Otra opción es asegurar a rajatabla el derecho de las pequeñas empresas al acceso más directo posible a los consumidores. Eso implica sacarles de encima el poder de mayoristas y grandes minoristas y reemplazarlo en buena parte por organizaciones donde distribuir y vender al menudeo sea un servicio comunitario, no un negocio en sí mismo. En última instancia el verdadero agregado de valor al trigo o a los productos de la tierra en general, está en los molinos, las fábricas de fideos o panificados; no está en disponer de capital para acopiar productos y especular con los sistemas de comercialización. Tampoco se ha intentado esta vía.
Tal vez sea apresurado incursionar en mecanismos concretos de desconcentración. Antes que eso, los hacedores de política y los que las sufren -los consumidores- deben asumir la necesidad que eso suceda. En tiempos de tanta manipulación mediática es posible que no se perciba algo tan elemental como el beneficio del derecho amplio a trabajar, producir y comerciar
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