AUTONOMíA TECNOLóGICA Y PROGRESO ECONóMICO
Para competir en los mercados globales, como lo saben las economías industriales avanzadas, es imprescindible una política exterior consistente con el proyecto de desarrollo económico, con la búsqueda de socios confiables y con intereses comunes.
› Por Diego Hurtado *
Como monos entrenados en el norte para producir pobreza en el sur, los economistas neoliberales nativos reniegan de toda evidencia empírica acerca del inevitable fracaso que garantizan las “recetas” que intentan aplicar. Porque no son políticas, sino recetas, porque en sus formulaciones no hay contexto, ni proyecto social, ni diseño institucional, ni concepción sistémica.
Primera moraleja: el sujeto de las recetas que conciben estos economistas no es la Argentina; lo que buscan hacer crecer, mejorar o transformar es otra cosa, no la Argentina.
Las economías avanzadas son las que tienen capacidad de ejercer influencia política sobre las reglas de juego de la economía global. Este grupo selecto de estados utiliza este poder para sostener economías diversificadas, con un tejido organizacional, institucional y normativo denso. Esto hace posible la circulación de información, la generación de procesos de aprendizaje, de absorción y acumulación de conocimiento útil y de capacidades para impulsar dinámicas de innovación y cambio tecnológico. El resultado final son actividades económicas de competencia imperfecta –propia de los mercados oligopólicos–, retornos crecientes y salarios altos.
En la industria, cuanto mayores los volúmenes de producción, menores son los costos por unidad de producción. Es decir, los retornos son crecientes con el aumento de escala de la producción. Por eso es importante para las industrias manufactureras y proveedoras de servicios avanzados dominar una poración grande de mercado, porque a mayor volumen, menores costos de producción y, por lo tanto, mayores ganancias (sin bajar salarios).
En el otro extremo del espectro económico, están las actividades que producen “retornos decrecientes”, asociadas al tipo de producción que, después de un cierto umbral de expansión, no logra que más unidades del mismo insumo –capital y/o trabajo– aumenten los volúmenes de producción. Es decir, después de cierto umbral de expansión, cada unidad adicional de producción producirá menor volumen de producto. Las actividades de retornos decrecientes vienen combinadas con la dificultad de diferenciación del producto: la soja, el petróleo o el litio no tienen marca, mientras que la marca de un auto, un teléfono celular o una batería de litio son decisivas. Retorno decreciente y no diferenciación del producto explican lo que los economistas llaman “competencia perfecta” o “competencia de commodities”.
Los retornos decrecientes están asociados a la competencia perfecta, que ocurre cuando el productor no puede influenciar el precio de lo que produce. Por el contrario, “enfrenta un mercado ‘perfecto’ y literalmente lee en el diario lo que el mercado está dispuesto a pagar”, explica Reinert. Esta es la situación típica en los mercados de productos agropecuarios o mineros.
Segunda moraleja: “Los mercados perfectos son para los pobres”.
No hay ningún misterio acerca de los desafíos que deben enfrentar los países en desarrollo como la Argentina si quieren avanzar en la construcción de democracias con justicia social. Las dificultades mayores son: (i) la presencia de capitales concentrados y empresas trasnacionales; (ii) las presiones de los organismos internacionales para que se adopten formas institucionales, marcos regulatorios y medidas económicas ajenas a sus realidades y sus historias socio-económicas; y (iii) las capacidades institucionales y organizacionales deficientes para avanzar en el factor sistémico de alta complejidad característico de los procesos de desarrollo económicos. Por esta razón, para avanzar en el punto (iii) es imprescindible, a falta de otro actor social, un Estado inteligente, robusto y con la legitimidad política para negociar con –y/o disciplinar a– (i) y negociar con (ii).
El economista coreano, profesor en Cambridge, Ha-JoonChang, identifica tres funciones claves para que las instituciones sean capaces de coevolucionar de forma sinérgica con el desarrollo económico: (i) coordinación y administración; (ii) aprendizaje e innovación; (iii) redistribución del ingreso y cohesión social.
Los indicios de desarrollo son la diversificación de la economía; la generación de conexiones colaborativas y sinérgicas entre las empresas nacionales al interior de las cadenas de valor, así como entre las empresas y las instituciones públicas para desarrollar las tecnologías necesarias que mejoren los procesos de producción y bajen los costos (sin bajar salarios), que aumente la equidad redistributiva que sostiene el consumo y mejora los niveles de vida; y marcos jurídicos y regulatorios estables y confiables.
Estos procesos, a su vez, necesitan un sistema educativo en expansión, que además proyecte cuáles serán las áreas de mayor demanda para planificar la formación de técnicos, ingenieros y científicos, que haya un plan de infraestructura. Aldo Ferrer acuñó la noción de “densidad nacional” para aludir a este complejo proceso de aumento de la complejidad en términos de interconexión y circulación de conocimiento e información en el entramado económico.
Tercera moraleja: los procesos de desarrollo económico son complejos y sistémicos; el individualismo metodológico que promueve la economía liberal desde Adam Smith y su descendencia neoliberal pierde en el camino la sinergia del factor colectivo -la diversidad de actores sociales- que hace viable estos objetivos.
La capacidad de competir de una economía remite también a la necesidad de construir influencia en la arena internacional. Es decir, para competir en los mercados globales, como lo saben las economías industriales avanzadas, es imprescindible una política exterior consistente con el proyecto de desarrollo económico, con la búsqueda de socios confiables y con intereses comunes. Para un país en desarrollo, este conjunto puede empaquetarse en la noción de soberanía.
Por eso cuando se habla del ARSAT I o II, hay que pensar que no se esta hablando únicamente de un satélite, sino que nos referimos a un nodo de una red socio-económica mayor, donde deben considerarse: (i) la apertura de carreras de ingeniería en electrónica y telecomunicaciones en muchas universidades públicas; (ii) muchas PYMES nacionales que, como proveedoras del proyecto ARSAT, aprenden a incorporar tecnologías avanzadas para mejorar sus desempeños, crecer y generar puestos de trabajo calificado y diversificarse con este nuevo conocimiento a otras ramas de la producción; (iii) permite disponer de infraestructura de telecomunicaciones para que empresas nacionales puedan prestar servicios a otros países de la región; (iv) hará posible a mediano plazo exportar satélites (además de soja), especialmente a países en desarrollo; (v) avanza en la equidad en los servicios de telefonía, Internet, señal TDH (televisión directa al hogar), para mejorar la calidad educativa y ayudar a las economías regionales, que necesitan esta tecnología. Por todas estas razones, los países ricos fabrican sus satélites y no los compran. Porque comprarlo es más caro, no solo en términos de divisas, sino también de fuentes de trabajo, de grado de dependencia económica, o de degradación (lo contrario a diversificación) de la estructura productiva.
Lo mismo puede decirse con referencia a los radares que el anterior gobierno le pidió a la empresa nacional INVAP que aprendiera a desarrollar, o los reactores de investigación y de baja potencia del sector nuclear, o los vagones de tren que desarrolla Fabricaciones Militares, o los aviones que se desarrollan en la Fábrica Argentina de Aviones en Córdoba, o el programa de Producción Pública de Medicamentos, o los proyectos tecnológicos de colaboración público-privada que impulsó la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Se trata de proyectos virtuosos, de núcleos estratégicos centrados en tecnologías con capacidad de producir efectos multiplicadores, conectividad y sinergia. Es decir, capacidades para impulsar actividades de retornos crecientes. Es decir, densidad nacional. Esto también es política industrial.
Cuarta moraleja: en el capitalismo contemporáneo, sin soberanía tecnológica no hay desarrollo económico.
* Profesor de historia de la ciencia y la tecnología, UNSAM.
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