› Por Ricardo Aronskind *
Por Ricardo Aronskind *
El 22 de marzo de este año, el diario La Nación publicó un editorial que por sus características conceptuales merece ser leído con detenimiento. En ese texto puntual, el editorialista se ubica al mismo tiempo adentro y afuera del establishment argentino. Se identifica con él, a él le habla, pero no puede dejar de señalar ciertas flaquezas que son especialmente significativas en el contexto del actual proyecto económico, social y cultural.
El editorial comienza, como corresponde a su adscripción política, señalando que la Argentina “debe superar la gravosa herencia dejada por el kirchnerismo”. Una contraseña del tipo de relato que se propone lanzar. Pasa luego a presentar el ejemplo de Alemania y Japón en la posguerra, como países que “debieron reconstruirse desde cero”. La Nación aclara en forma llamativa: “la ayuda externa y las inversiones provenientes de otros países colaboraron en la recuperación de esas naciones, pero no fueron lo primordial”. Y aquí viene el mensaje: “el Estado estaba quebrado y no se hallaba en condiciones de financiar ni de operar inversiones, pero contra ello sus gobiernos establecieron un marco atractivo para la inversión privada. De la respuesta dependía el éxito de la recuperación. Si el empresariado local fracasaba, la recuperación se hubiera demorado o tal vez nunca se hubiera producido”. De la muy limitada lectura que hace del proceso de reconstrucción de posguerra, saca una conclusión—lección para Argentina: “tanto Alemania como Japón apoyaron su crecimiento y modernización principalmente en grupos empresarios locales”.
Por supuesto que el ejemplo no concuerda en absoluto con las características económicas y sociales argentinas. Tanto Alemania como Japón habían desarrollado en las décadas previas una formidable musculatura industrial, habían construido capacidades productivas, tecnológicas y organizacionales tales, que fueron la base de los delirantes proyectos expansionistas, pero también de las posibilidades de reconstrucción posteriores. Claro que estos dos países derrotados hubieran tenido un destino de subdesarrollo si no hubiera estado presente “el peligro comunista” y la determinación norteamericana de “contener” el comunismo, propiciando la rápida recuperación de las “zonas de frontera” ante el temor de un vuelco masivo anticapitalista en el continente euroasiático.
El desarrollo alemán y japonés –muy anterior a la posguerra– había tenido como precondiciones la construcción de un estado nacional eficaz y activo, un empresariado inversor, enraizado en la nación y que apostó fuerte al desarrollo científico y tecnológico local, y un proyecto de inserción internacional basado en la actividad económica central del siglo XX, la industria. O sea, exactamente lo opuesto a las ideas tradicionales de La Nación.
Más allá de que la historia económica seria no sea el fuerte del diario, importa que La Nación advierta que no se puede esperar “la salvación” de la inversión extranjera. Que el Estado deberá crear el marco institucional propicio, pero que su función no será invertir. Quienes deberán invertir serán los empresarios privados, los “grupos empresarios locales” al estilo alemán y japonés.
Pasando en limpio el mensaje: la función del Estado no es invertir. El capital extranjero no será protagonista central del proceso inversor. Por lo tanto, todos los focos del esfuerzo inversor en pos de la recuperación se ponen en el empresariado local.
Empresarios
Una vez dicho esto, La Nación nos sorprende con un párrafo que por sus características se acerca las mejoras tradiciones críticas de los cientistas sociales argentinos (Sábato, Schvarzer, Khavisse, Basualdo, Azpiazu), aquellos que han estudiado con espíritu no apologético el comportamiento del gran empresariado realmente existente, y en especial la deriva neoliberal de las últimas décadas: “La Argentina y sus empresarios deben mirar estas historias y otras más. Deben ser conscientes de que en las últimas décadas, el espíritu emprendedor decayó y eso se manifestó en la venta de empresas de capital local a grupos y fondos del exterior. No es el caso repudiar ese fenómeno desde una visión chauvinista o meramente ideológica. Lo que desalienta es que refleja una carencia de vocación empresarial por el riesgo y por el esfuerzo. La contrapartida de esa declinación fue la fuga de capitales y la falta de reinversión en actividades productivas. El producido de esas ventas fue al exterior en colocaciones financieras o inversiones inmobiliarias.”
El editorial convoca a los empresarios a “mirar estas historias” para aprender de ellas. Pero lo que se busca no es un enriquecimiento intelectual, meramente. Se los convoca a mirar historias de empresariados exitosos, en el contexto de la lamentable trayectoria de “las últimas décadas” en la cuales “el espíritu emprendedor decayó” y condujo a “la venta de empresas de capital local a grupos y fondos del exterior”. Es de celebrar que un medio tan transparentemente pro-empresario mencione uno de los episodios económicos más silenciados de la historia económica reciente: la masiva venta de grandes empresas privadas, ocurrida precisamente en los años ´90, al capital extranjero. El hecho es de extraordinaria importancia, ya que ocurrió en un período en que había “plena confianza en el modelo económico de libertad de mercado”, y dónde el gran empresariado se cansó de ponderar los méritos de las reglas de juego establecidas, y la brillantez de la conducción política y económica del experimento neoliberal.
Fue precisamente en esa década, en donde se produce la retirada masiva del gran empresariado de su sitio privilegiado como “el actor del crecimiento”. No fue provocado por la persecución y opresión de un gobierno estatista, ni dirigista, ni desarrollista, sino por un proyecto político económico ampliamente apoyado por los mismos sujetos que terminaron vendiendo sus empresas y abandonando el rol que “la economía de mercado” les había reservado.
Es difícil explicar de dónde proviene el “espíritu emprendedor” y establecer cuando se produjo su declinación. Llama la atención que la toma del poder que efectuaron vía menemismo los grandes empresarios no les haya infundido nuevamente las ganas de invertir, sino precisamente lo contrario. Controlar el sistema político y los tres poderes del Estado, diluir la identidad de los grandes partidos nacionales en el objetivo de “gestión” neoliberal, contar con el apoyo irrestricto de los principales medios de comunicación, gozar de un clima internacional de “fin de las ideologías”, lograr debilitar al mundo del trabajo con flexibilizaciones y desempleo, debió haber permitido superar la declinación del “espíritu emprendedor” y volver a una actitud fuertemente inversora. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Al contrario: primó la actitud de abandonar su lugar en la economía nacional, y cederlo al capital extranjero.
Restricciones
La Nación se cuida “de repudiar ese fenómeno desde una visión chauvinista o meramente ideológica”. No nos confundimos sobre el diario centenario: nada más alejado de su espíritu que el nacionalismo, siempre confundido con el “chauvinismo”. El subsiguiente rechazo “a la ideología” es para el consumo del típico lector de derecha, que se siente a salvo de tener “ideología”. Pero el editorialista se siente desalentado porque esa venta de empresas “refleja una carencia de vocación empresarial por el riesgo y por el esfuerzo”. Bueno, al fin mencionamos las cosas por su nombre. Hace más de 20 años, Hugo Nochteff escribió Los Senderos Perdidos del Desarrollo. Elite económica y restricciones al desarrollo en la Argentina, un ensayo formidable con el cual pueden comprenderse muchos de las peripecias de este empresariado “sin vocación por el riesgo y por el esfuerzo”. Son ya décadas de prácticas económicas rentísticas y especulativas. Son repetidos los fracasos de las políticas económicas neoliberales que llevaron a crisis severas. Allí están los discursos de Martínez de Hoz, esperando a un empresariado argentino que la competencia internacional haría eficiente. Nunca llegó, pero sí las quiebras bancarias y la deuda externa. Allí está el “milagro” de la convertibilidad de Cavallo, esperando a los innovadores locales, hijos de la economía abierta y libre, que sólo atinaron a “borrarse” de su lugar como empresarios y fugar sus capitales al exterior.
Fuga
Como nunca antes, La Nación admite el fenómeno, y describe con inesperado realismo sus efectos: “La contrapartida de esa declinación fue la fuga de capitales y la falta de reinversión en actividades productivas”. Es más que oportuno señalar esto, en un momento en que por procesos políticos internacionales –que la derecha local preferiría que no ocurran dada su altísima exposición–, se ha puesto sobre el tapete el tema de las guaridas fiscales, las empresas off-shore y la forma sistemática en que buena parte del alto empresariado latinoamericano saca parte de los recursos producidos localmente y priva a sus países de la inversión necesaria para superar el atraso. Todo un entramado institucional global, que les facilita a los empresarios locales extraer fondos del circuito productivo y colocarlos más allá de las fronteras nacionales. El caso de los Panama Papers es, en ese sentido, un ejemplo más de este accionar adverso al riesgo, a la inversión productiva y adicto a la fuga de fondos líquidos. El “cepo” cambiario era odiado fundamentalmente por esa misma razón: constituir una traba a una práctica sistemática del alto empresariado: poder enviar, bajo la forma de divisas, parte de la riqueza obtenida en el mercado local.
Luego de denunciar las flaquezas de dicho empresariado en enfrentar con contundencia al kirchnerismo, La Nación vuelve a abandonar el mundo real, para optar por una cita de manual convencional de economía: “El rol esencial e indelegable del empresario es el de crear valor, organizando ideas, trabajo y capital, de manera eficiente. Esta debe ser la tarea de un empresario y no la lucha por favores regulatorios o impositivos que desvirtúan su verdadero rol y lo desmoralizan. La venta de la empresa suele ser el punto final de ese ciclo, no sin antes pasar por la insuficiencia de reinversión y de innovación.”
Fantasía
Esta descripción refleja una fantasía cuasi infantil de un mundo ideal que no existe en ninguna parte: el entramado económico no se constituye a partir de empresarios inspirados, sino de un tejido político, institucional y tecnológico, donde la presencia de lo público es sustantiva. Es desagradable para el editorialista, seguramente, tener que enfrentarse con las características reales de la economía argentina, modelada en buena medida a imagen y semejanza de los empresarios campeones de “los favores regulatorios o impositivos”. Y que encontraron precisamente su paraíso en los períodos en que accedieron plenamente al poder, justamente para multiplicar esos “favores regulatorios e impositivos” –y otros muchos más, de carácter estructural– en detrimento de cualquier aumento en la inversión y la innovación.
La Nación se ve impelida a abandonar el análisis concreto, cuando la figura de empresario “carente de vocación empresarial por el riesgo y por el esfuerzo”, amigo de los pasillos del poder, experto en acumular activos sin producir riqueza ni generar innovaciones –la quintaesencia del empresario que no cumple ninguna función económicamente útil–, se acerca sugestivamente a la trayectoria de negocios del grupo económico del cual proviene el actual presidente argentino.
Las perspectivas no son promisorias para el gobierno si descarta la inversión pública por razones ideológicas; si no es posible esperar mucho de la inversión extranjera –dada la situación internacional y el lugar que se le asigna Argentina en la división internacional del trabajo–, y las inversiones productivas creadoras de crecimiento genuino quedan libradas al comportamiento del empresariado local realmente existente. Sin embargo, ante la nada y el vacío, el diario fundado por Mitre, después de descubrir que los Reyes Magos son los padres –o sea que los empresarios schumpeterianos son en realidad rentistas y fugadores–, vuelve a soñar que, por algún milagro insondable, podrían existir los Reyes Magos.
Pero en la realidad argentina de 2016, en materia de crecimiento económico y progreso material, el esquema neoliberal del gobierno de Macri está jugando una partida de truco con un cuatro de copas y otras cartas similares. No cuenta con ningún actor real dispuesto a invertir e innovar en serio, se niega por razones políticas e ideológicas a utilizar al Estado, y por lo tanto no tiene progreso tangible para ofrecer al país. Cuando se juega al truco con cartas tan malas, sólo queda el recurso de mentir, y fingir que se cuenta con una mejor dotación de recursos para ganar.
* Economista, investigador y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
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