EL MODELOTPG, PRODUCTIVIDAD Y NEOLIBERALISMO
La teoría de las Tecnologías de Propósito General (TPG) asume la existencia de tecnologías transversales en sectores intensivos en conocimiento y que asumen un papel revolucionario en la innovación empresarial. Existen observaciones críticas a esa concepción.
› Por Vladimir L. Cares *
La distinguida investigadora de la Universidad de Sussex Mariana Mazzucato tuvo sus quince minutos de fama por estas tierras al expresar en un mensaje en la red Twitter del pasado 23 de abril que rápidamente se viralizó: “le expliqué al presidente Macri por qué las políticas económicas neoliberales fallan. No creo que me haya entendido”. Invitada por el ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y la Cepal a dar una conferencia magistral sobre “El Estado emprendedor: creación de mercados y desarrollo económico”, Mazzucato es conocida en el ambiente académico y en ámbitos gubernamentales europeos por sus contribuciones al estudio de los procesos tecnológicos y su relación con la economía. De hecho, su libro “The Entrepreneurial State: Debunking Public vs Private Sector Myths” (2013) fue muy bien recibido por la crítica especializada y pese a tratarse de un texto académico se transformó en un éxito de ventas.
En este libro, Mazzucato demuele los lugares comunes a los que apelan los economistas neoliberales que consideran que el avance de la tecnología y el crecimiento económico es derivado únicamente a partir de la acción emprendedora y sostenida de los agentes económicos privados. El Estado, en esta concepción, sólo es un sector que contribuye desde su burocracia a demorar el despegue de los países limitándose, en el terreno de las normativas, a poner innumerable regulaciones que traban el desarrollo. Apelando a numerosos casos reales, el libro de Mazzucato muestra de manera nítida la falsedad de esa imagen caricaturizada pues pone negro sobre blanco que el Estado ha sido y es un actor e impulsor principal del progreso tecnológico y económico.
El tema de debate está, sin embargo, lejos de estar concluido. Desde los primeros tiempos de la Revolución Industrial numerosos trabajos han tratado de comprender y explicar cuáles son los factores causales que impulsan el desarrollo de las naciones. Smith, Ricardo y Marx, desde la óptica de los economistas clásicos; los partidarios del marginalismo (la corriente neoclásica u ortodoxa de la economía que fundamenta el neoliberalismo); schumpeterianos, keynesianos o los autores de la Teoría de la Dependencia y de otras corrientes de pensamiento han elaborado diversos marcos explicativos que pretenden dar respuestas a un interrogante básico: ¿hay una o varias causas para el desarrollo tecnológico innovador y el crecimiento económico de las naciones?
En un texto clásico, Eric Hobsbawm (Los orígenes de la Revolución Industrial británica, 1953) hace un repaso crítico de los intentos de numerosos autores por encontrar “la” respuesta al por qué de la emergencia de la Revolución Industrial. Así, describe a aquellos que sostienen el papel protagónico de los “sistemas de fábrica” y del desarrollo de la nueva maquinaria textil; analiza a los que priorizan los factores demográficos; reseña a los que sostienen el rol del nivel educativo en el período histórico considerado y a aquellos que argumentan la presencia de una extraordinaria base científica y tecnológica en la Inglaterra de fines del siglo XVIII. Además, Hobsbawm aclara de manera muy precisa las particularidades únicas e irrepetibles –sociales, políticas e históricas– que hicieron de Inglaterra la primera potencia económica de la época. Del estudio del proceso británico, sostiene Hobsbawm, no pueden sacarse conclusiones generales, válidas para cualquier país y tiempo, urbi et orbi.
Esta sugerencia es singularmente apropiada para países como Argentina, con niveles de desarrollo industrial incipientes y en el que la copia acrítica de modelos y procesos ajenos –pasados y presentes– no significa de por sí garantía alguna de desarrollo. Lo importante, entonces, es atender al contexto, a la historia, a los actores sociales, a la estructura económica del país. Sin embargo, se ha tornado una práctica habitual la confección de modelos –generados desde las usinas intelectuales del Primer Mundo– con pretensiones de universalidad.
Una de las más recientes es la teoría de las Tecnologías de Propósito General (TPG). Esta teoría asume la existencia de tecnologías transversales en sectores intensivos en conocimiento y que asumen un papel revolucionario en la innovación empresarial. La potenciación mutua de estas tecnologías novedosas generaría la base necesaria para un desarrollo económico sostenido. Se apela a la historia como un reservorio de ejemplos exitosos que avalen la tesis: la máquina de vapor, el ferrocarril, la electricidad, la electrónica o el automóvil. Hoy, en cambio, el papel protagónico de las TPG sería asumido por las llamadas tecnologías emergentes: nanotecnología (NT), biotecnología (BT) y las tecnologías de la información y comunicación (TIC’s). Si, según la postura de los defensores de las TPG, el tríptico NT-BT-TIC’s es la herramienta universal fundamental para el desarrollo tecnológico y económico de un país resulta pues lógico que las políticas públicas de las distintos regiones del mundo las impulsen y canalicen.
En el caso argentino, la gestión continuada del ministro Lino Barañao permite suponer que podrá mantenerse lo establecido en el Plan Argentina Innovadora 2020. Allí, se sostiene que las estrategias apuntarán a focalizarse en el “de- sarrollo y la reorientación de TPG para la expansión y mejoramiento de las actividades de producción en núcleos socio-productivos de alto impacto económico y social y con fuerte énfasis en lo territorial”. Expresiones similares suelen encontrarse en otros planes nacionales.
Las políticas públicas de ciencia y técnica son parte de un diseño más general de la política y la economía de un Estado. Entonces, ¿qué relación existe entre las TPG y la teoría económica dominante? Dejemos que lo exprese uno de los más conocidos sostenedores de esta teoría, Richard Lipsey, en su libro Economic Transformations. General Purpose Technologies and Long-Term Economic Growth:
1. Ninguna crítica que se diga respecto de la economía neoclásica en su aplicación a condiciones de crecimiento impulsado por la tecnología se debe tomar como algo que niegue su enorme valor en el tratamiento de muchas otras cuestiones;
2. Se acepta que la teoría neoclásica y el análisis de riesgo son herramientas valiosas en situaciones en que la teoría del equilibrio sea relevante;
3. Para la gran mayoría de las preguntas que se ponen a disposición de los economistas, en tanto asesores de cuestiones políticas, resulta apropiado llevar un kit de herramientas neoclásico;
4. En muchas situaciones, las empresas tienen que tomar decisiones relativamente simples hechas bajo predecibles condiciones de riesgo. En tales casos, la maximización de comportamiento neoclásico es posible. Pero cuando las empresas están ante opciones de inventar, innovar y difundir de las nuevas tecnologías, hay un elemento inevitable de incertidumbre. Estos son los casos verdaderamente interesantes;
5. El sistema de mercado es un sistema de auto-organización y de coordinación de las decisiones económicas que opera de mejor manera que cualquier alternativa conocida (no de manera óptima sino mejor que las alternativas);
6. Dado que toda tecnología es conocimiento se deduce que todas las economías de base tecnológica (TPG) están basadas en el conocimiento;
7. El sistema de mercado es propicio para el crecimiento pues fomenta las oportunidades para la innovación, llevada adelante por agentes económicos que compiten entre sí y que toman decisiones usando sus propios capitales privados;
8. Se ha demostrado que el mercado es un marco maravilloso (marvellous framework) para llevar adelante negocios y promover los descubrimientos que facilitan el crecimiento.
La teoría de la TPG no es sostenida de manera unánime. Investigadores de prestigio (Alexander Field, David Edgerton) la cuestionan severamente. Estudios de casos prueban que algunas de las tecnologías históricas usadas como modelos por las TPG no han contribuido sensiblemente a elevar los índices de productividad. Pero una síntesis más adecuada del papel de las TPG la da la misma Mazzucato en otro mensaje en twitter: “TPG = vacía versión neoclásica de los paradigmas tecno-económicos de Pérez y Freeman”.
* Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional del Comahue.
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