Dom 28.09.2003
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ARNOLD HARBERGER, EN BUENOS AIRES

El papá de los Chicago boys

Harberger fue invitado por FIEL con motivo de su 40º aniversario.
El profesor Salvador Treber analiza su presencia y la gestión de sus discípulos.

Por Salvador Treber *

La Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) organizó un seminario con el objeto de conmemorar el 40º aniversario de su creación. A los efectos de rodearlo de la mayor significación posible, invitó al profesor Arnold Harberger, quien ha sido –sin lugar a dudas– el máximo expositor de la teoría monetarista en esta parte del mundo. Desde la dirección del Centro de Estudios sobre Latinoamérica de la Universidad de Chicago se dedicó a la formación de técnicos que siguieron ese esquema ideológico.
Su gestión se prolongó alrededor de 30 años, ya que en 1984 se trasladó para desempeñarse como docente a la UCLA, en la ciudad de Los Angeles. Según su propia “contabilidad”, entre unos 300 que recuerda como alumnos, menciona que más de 30 llegaron a convertirse en ministros de Economía en sus respectivos países y alrededor de otros 15 ocuparon la presidencia en bancos centrales de la región. En el nuestro se puede citar, entre otros, a recientes protagonistas y ejecutores de la política económica del período 1991/2001, como Roque Fernández, Pedro Pou, Carlos Rodríguez, Carola Pessino y Daniel Artana, quienes desde el CEMA o FIEL han procurado seguir los pasos de su maestro-visitante.
En sus conferencias de prensa en el país aclaró que no ha seguido muy de cerca la economía argentina, pero sí los acontecimientos que rodearon la ruptura del régimen de “convertibilidad” y su secuela. Dijo haber considerado que deflación y desocupación constituyen siempre una combinación peligrosa y esto es lo que sucedió aquí durante la década de los ‘90. También admitió, como algo lógico y natural, lo que todos los funcionarios vernáculos ocultaron al señalar que “siempre se supo que los costos... de salida iban a ser muy grandes”.
El ministro Cavallo insistía en que la convertibilidad era “para siempre” en cuanto se asegurara el equilibrio presupuestario y su sucesor Fernández, que la economía funcionaba en “piloto automático”. Lo cierto era que el abaratamiento de las importaciones por esa causa indujo a comprar en el exterior –durante el período 1991/2001– U$S 26.500 millones en exceso de bienes de consumo prescindibles y que se producían dentro del país. Al mismo tiempo, en el lapso 1994/01, el déficit fiscal del gobierno nacional sumó alrededor de U$S 40 mil millones. Este desmanejo explica la duplicación de la deuda externa y demás desventuras. Con mucha cautela y prudencia, Harberger señaló que, mirando desde la perspectiva actual, se estima que “tal vez en 1996 hubiese sido el mejor momento para salir de la caja de conversión”. A modo de disculpa para quienes actuaron, agregó que esto “es fácil decir ahora”; lo cual tampoco él vio en aquel momento.
Seguramente no era su preocupación ni tenía la mira puesta en la evolución de la economía argentina y ello lo dispensa por no haber reparado sobre la bomba de tiempo con la mecha encendida que había. Pero quienes tenían la obligación directa de estudiar y conducirla se hicieron los ciegos y sordos incurriendo, por lo menos, en un verdadero delito de soberbia y autosuficiencia. Si sus elevadas posiciones en la cúspide del poder económico y el escaso tiempo disponible eran obstáculos que les impedían leer las notas de esta serie, que a mediados de 1994 lo plantearon explícitamente, es explicable. Lo que no puede aceptarse de ningún modo es lo ocurrido durante ese mismo año con Paul Krugman, reputado como uno de los economistas más talentosos del mundo quien vivió una odisea por opinar sobre la “convertibilidad”.
En efecto, invitado a un seminario especializado que se realizó en Ushuaia (Tierra del Fuego), advirtió que un régimen de cambios fijos era insostenible en el contexto de un mundo donde rigen tipos variables. No sólo eso, que debía encararse cuando antes la salida de éste. ¿Cuál fue la respuesta? Ninguna de carácter académica, ya que se optó por el silencio.Lo que sí sucedió fue vergonzoso: recibió una amenaza a su vida que lo hizo abandonar precipitadamente las sesiones y retornar en el primer vuelo a su país. Esta lamentable anécdota evidencia que no hubo errores involuntarios sino la intención de preservar un régimen que debía terminar en lo que después aconteció.
Su conferencia pública fue pronunciada el 26 de agosto pasado y el sugerente tema fue “La política económica en tiempos de estrés”. Demostró que conoce la actual realidad argentina y, en especial, al ocuparse de la operatoria del sistema financiero al cual deslizó consejos y advertencias. La falta de crédito, dijo, puede demorar la reactivación, pero Argentina tiene posibilidades por algún tiempo de crecer sin acudir a él. Pero debe prepararse para el futuro si no quiere repetir la misma negativa experiencia de México, donde la mala calidad de las carteras dificulta su gestión. Sentenció, además, que “el colapso de los activos es un riesgo normal en un sistema de mercado” con lo cual –quizá sin querer– quitó sustento al reclamo de compensaciones. Como se ve, no hay peor cuña que la del mismo palo.

* Profesor de postgrado-FCE-UNCBA.

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