› Por Néstor Restivo
Entre los temas que quedaron en el tintero de los gobiernos progresistas de Sudamérica está el Banco del Sur (BS), cuya acta fundacional se firmó en Buenos Aires en 2007 y su convenio constitutivo, dos años después en la isla venezolana Margarita. Entró en vigencia en 2012 y en 2013 se hizo la primera Reunión del Consejo de Ministros, pero no prosperó. Buscaba fondear obras de infraestructura, ciencia y técnica, sociales, educativas, culturales, de desarrollo de cadenas de valor regionales y otras, con el espíritu integracionista y soberanista que había entonces en los países miembros: Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela. Y preveía sumar luego al resto de la Unasur.
Mucho se dijo de la responsabilidad brasileña en el virtual entierro del BS (los Congresos de Brasil y Paraguay son los únicos que aún no lo ratificaron), pero, asumido eso, se había llegado a una instancia en la cual el resto de los países debía avanzar, y no se pudo, no se supo o no se quiso hacer.
En el actual contexto de reflujo y restauración neoliberal, con el indisimulable aliento del Norte que por todas las vías busca demoler al Mercosur, la Unasur y la CELAC –ahí están José Serra como canciller del gobierno golpista brasileño o una OEA recargada con el sospechoso Luis Almagro al frente–, sólo empujan Bolivia y sobre todo Ecuador, que hace unos días organizó un encuentro para retomar el BS. Viajó inclusive el ex ministro argentino Axel Kicillof. Pero el Banco está paralizado, y hay una historia detrás.
Corrido Brasil, por una estrategia propia que se mencionará más adelante, no de las reuniones formales pero sí de las negociaciones que trataban de avanzar, el canal Caracas-Buenos Aires enfrentó muchos escollos, pese al empuje que daban Quito, La Paz y Montevideo. Sin Brasil, Argentina y Venezuela pasaban a ser las mayores economías del bloque, pero hacia 2014 y 2015 ya atravesaban problemas, sus reservas habían enflaquecido y el ciclo de alza del chavismo y el kirchnerismo estaba detenido.
Hubo “empecinamiento venezolano”, dijo una fuente argentina partícipe de las negociaciones, para tener no sólo la sede en Caracas, algo aprobado, sino también la presidencia del BS, que Hugo Chávez había prometido a Eudomar Tovar, del Banco Central en su país y hombre fuerte también en el ALBA. La mayoría de los socios rechazaba eso y promovió o aceptó sin oposición la candidatura argentina a la presidencia, que Cristina Fernández de Kirchner hizo recaer en el economista Arnaldo Bocco, ex director del BICE y del Banco Central. En varias capitales del Cono Sur participaron de febriles tratativas los dos funcionarios mencionados más el uruguayo Pedro Bonomo, que en su país presidía la Corporación para el Desarrollo; los ministros ecuatorianos Andrés Arauz y Pedro Páez Pérez (este último con ideas más radicales), y representantes de los otros socios. El equipo argentino en Economía y Cancillería, así como el resto de los funcionarios sudamericanos, empujaron las negociaciones. Pero caído Brasil, debieron conformarse con una constitución de mínima para empezar a parir el BS. No sucedió, pese a lo magro del esfuerzo financiero requerido.
Si en un primer momento, teniendo a Brasil adentro, el capital total debía ascender a 20.000 millones de dólares y el suscripto, a 7200 millones (Brasil, Argentina y Venezuela pondrían 2000 millones cada uno, Ecuador y Uruguay sendos 400, y Bolivia y Paraguay 200 por país), cuando se quiso evitar el naufragio se planteó un capital mínimo para siquiera ponerse a funcionar. Sólo alcanzaría a 4 millones para Argentina y Venezuela, 400 mil dólares para Uruguay y Ecuador y 100 mil para Bolivia. Ni eso fue suficiente.
En 2015 hubo, en junio, un primer ensayo de directorio en Quito, con mesa y sesión como si ya estuviera funcionando el BS. Y en octubre, la Segunda Reunión de Ministros en Buenos Aires, que en Cancillería coordinó el subsecretario de Relaciones Económicas Internacionales Carlos Bianco. Pero sólo La Paz y Quito tenían listo ese capital básico, apenas para comenzar a operar. Por esos días vino a la capital argentina otro chavista de peso, Alí Rodríguez, y le confió a amigos porteños que “ya Venezuela no está para el BS. Con Chávez, Kirchner y Lula sí, pero ahora no es viable”. Ex funcionarios argentinos coinciden que la situación financiera no era la misma que en 2007. Pero discrepan entre si sólo fueron razones materiales o si también faltó decisión política.
En ambas reuniones se tironeó hasta por los sueldos de los directores y del staff técnico, por la sede, por la presidencia que Venezuela pretendía a la vez (se fijaron entonces dos subsedes además de Caracas: La Paz y Buenos Aires) y por la cuenta específica que cada Banco Central debía transferir al BS. Uruguay, por ejemplo, fue enfático en que no giraría ese dinero a Caracas por “falta de transparencia”. En lo técnico, hasta se embarró la negociación pues se fijó que 90 por ciento del aporte debía ser en dólares y 10 por ciento en moneda nacional, pero Ecuador… no tiene moneda nacional. Se superó eso estableciendo 100 por ciento en la divisa verde, pero hasta en ese punto hubo arduas tratativas y el tiempo se consumía.
El banco iba a tener tres tipos de acciones y también emitiría bonos. Hasta se fijó que cuando todo avanzara y se constituyera el capital real para empezar a otorgar créditos (proporcionales y repartidos en obras por todo el Cono Sur) los demás socios de Unasur pondrían: Chile, Colombia y Perú 970 millones de dólares cada uno y Guyana y Surinam, sendos 45 millones. Desde Unasur un entusiasta secretario general, el colombiano Ernesto Samper, así como Correa y Evo hacían lo propio. Pero diciembre de 2015 encontró todo peor, Argentina con nuevo gobierno y cambio de régimen y Venezuela hundida en una crisis de proporciones.
¿Cómo jugó Brasil? Como se dijo, en lo político la ausencia de su compromiso fue otra clave, para algunos la mayor más allá de las desavenencias de los demás socios. Para otros podía haberse avanzado igual. Brasil privilegiaba otros fondeos: crear el Banco del BRICS con Rusia, India, China y Sudáfrica; reimpulsar el Fonplata, una institución ya constituida desde los ‘60 y ‘70 (“en una reunión del BS lo plantearon, pero era para distraer o bombardear el proyecto del Sur”, dijo una fuente) o, sobre todo, no perder el rol que cumple su propio Banco Nacional de Desarrollo.
El BNDES es una institución fortísima en Brasil y un motor del expansivo regionalismo de las empresas privadas de ese país, que reciben créditos blandos para invertir en el exterior, pero con los dólares impedidos de salir de Brasil.
“Brasil vino a todas las reuniones formales del BS. Pero en los hechos no quería avanzar y no participó de las negociaciones en las cuales intentamos acelerar con el resto de los socios. Además estaba el tema de que firmas financiadas por el BNDES habían sido expulsadas de Ecuador (la constructora Odebrecht) y Bolivia (la empresa OAS). Y si bien Néstor (Kirchner) convenció a Lula de amigarse luego con Correa y Evo, había tirantes y Brasil privilegió su propio banco y no quería un competidor como el BS”, afirmó otro negociador.
El BNDES hizo ganar a Odebrecht, OAS y otras firmas muchas obras en el Cono Sur, incluido en Argentina. Empresas brasileñas participan de licitaciones y se asocian a otra local. Así Brasil, vía BNDES, fondeó proyectos y bienes y servicios, por ejemplo la venta de aviones Embraer a Aerolíneas Argentinas o actividades de Camargo Correa. Pero como sólo está habilitado a prestar a empresas brasileñas sin que los dólares salgan de su país, hacen su negocio y perjudican financieramente al otro: no ingresan reservas al país donde se hace la obra (como ocurre en general con una inversión extranjera, que va al Banco Central, engorda las reservas y se emiten pesos) y para peor al país receptor luego le queda deuda externa. Sin contar que muchas de esas inversiones vienen atadas a condiciones de recursos humanos brasileños. Por eso Itamaraty siempre vio al BS como un rival, y no lo avaló.
La gestión de Dilma Rouseff, en su primer gobierno, con un equipo económico más neoliberal que el de Lula, agravó las cosas. Lo máximo que lograron negociadores argentinos en Brasilia, de entre los más afines al integracionismo del Sur, fue un “avancen en la institucionalización del BS y vamos viendo como nos sumamos”. Pero no hicieron mucho.
El BS hubiera sido un motor más para los déficits de infraestructura y otros que tiene la región. Y con un perfil soberanista más marcado. En el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la presencia de EE.UU. traba siempre un mayor y mejor compromiso. Se aprovechó más la Corporación Andina de Fomento, que por cierto, cuando el BS asomó en el horizonte, cambió convenientemente su nombre al actual CAF-Banco de Desarrollo de América Latina… Pero no son estructuras excluyentes.
Se pudo haber avanzado más, como en tantas otras cosas, durante los años que siguieron a la década neoliberal de los años ‘90. Y no se logró más allá de que, de haberse constituido del BS, hoy estaría tan vapuleado por quienes quieren volver a los tratados de “libre comercio” tipo ALCA o a las políticas antidesarrollo y antisocial, como lo están el Mercosur y las demás construcciones de mayor autonomía en Sudamérica.
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