El triunfo del parásito
› Por Julio Nudler
Si en colchones y cajas de seguridad (déjese de lado lo escabullido del país) hay, como algunos calculan, 25 mil millones de dólares, sus dueños “ganaron” en poco tiempo más de 35 mil millones de pesos (nominales). Tenían 25, y ahora, más de 60. Si se dieran por satisfechos e, impelidos por ese “efecto riqueza”, se lanzaran a comprar toda suerte de bienes y servicios, la economía brincaría como un volatinero. En tal caso, y desmintiendo a sus detractores, la hiperdevaluación probaría un efecto reactivante al enriquecer bruscamente a una franja social consumista. Pero no parece haber llegado aún esa invocada hora. La clase media prefiere todavía ponerse en la cola a por más dólares, contando ahora con el respaldo de los tribunales, que equiparan dólar con justicia. No garantizando nadie el derecho constitucional a la educación, a la salud o al trabajo, al menos se quiere asegurar el de acceder al dólar. Los amparos concedidos a los encorralitados se empeñan en impedir la conculcación de este derecho por una pesificación expropiatoria.
Mientras tanto, el trabajo confirma su carácter de no transable por antonomasia. Al no poderse importar ni exportar en el corto plazo (las migraciones son fenómenos de efecto retardado), pierde valor frente al alza de los transables. Su depreciación –en parte ya ocurrida, pero en mayor medida por ocurrir– colabora a que muchos argentinos encuentren más rentable plantarse en morosas filas que se arrastran hasta la taquilla del cambista. Ni siquiera los distraen las grandes oportunidades de negocio que abrió la abrupta devaluación del peso. ¿Producir para exportar o para sustituir importaciones? No, gracias. Esos filones no están al alcance de cualquiera e implican siempre tomar riesgo argentino, que es precisamente la plaga de la que todos buscan huir, contribuyendo así al hundimiento colectivo. No habiendo proyecto común, la salvación individual o grupal es un buen sustituto. Al enriquecimiento a través del dólar le corresponde el empobrecimiento a través del trabajo. Otra manera de prolongar la economía parasitaria que nació con la dictadura militar.