Investment grade
› Por Julio Nudler
Al fin de la tarde, apenas las cafeterías sacan a la acera las bolsas de basura caen manadas de hombres, mujeres y niños para revolver los desperdicios. Buscan algo para comer, un resto de sandwich o un trozo de pizza. Cuando se marchan los últimos sobre las diez de la noche, el espectáculo es desolador. Papas fritas, vasos de Coca, sobras de pan y restos de tomate, servilletas sucias de papel.”
“También hacia esa misma hora de la tarde hay quienes recorren las calles viendo qué contienen las cajas de basura antes de que un camión las retire. El papel usado y las botellas pueden venderse, casi todo sirve. Sin embargo, los monitores de computadora no los quiere nadie y ahí quedan. Ni pueden repararse, ni quitan el hambre, ni hay quién los compre. A simple vista, esto daría la impresión de una sociedad de gran desarrollo y archipoblada de ingenios tecnológicos, si no fuera por el éxito de la otra basura, la de la comida. Representa las paradojas de un país que se puso tecnológico de un día para otro, a una velocidad que no fue acompañada por las costumbres ni por los equilibrios sociales.”
Estos párrafos provienen de una viñeta sobre el Chile actual, redactada por Manuel Corrada e incluida en la última edición de Cuadernos Hispanoamericanos, publicación de la Agencia Española de Cooperación Internacional, que dirige el argentino Blas Matamoro. Por lo que muestra el texto, el Chile del investment grade, (único) país modelo en América del Sud en cuanto al éxito de las reformas estructurales recomendadas por el neoliberalismo, no se libra de manifestaciones de miseria y desigualdad similares a las que atormentan a la Argentina.
Corrada cuenta que esas bolsas de basura despanzurradas sirvieron incluso como arma política. Cuando el juez Garzón procuró la extradición de Pinochet, detenido en Londres en 1998, dos respectivos alcaldes chilenos resolvieron que en represalia no se recogieran esos residuos, ni frente a la residencia del embajador hispano, ni de la acera del consulado peninsular en Santiago, en una atroz variante de guerra bacteriológica.