Así como en la Argentina la prensa –y más la específicamente económica, como también las secciones de economía de los diarios más fuertes– tuvo su parte de responsabilidad en el monumental engaño a la opinión pública respecto del destino de la convertibilidad, sin que hasta ahora haya asumido esa culpa, en Estados Unidos ocurrió algo semejante con la burbuja bursátil que terminó pinchándose en el 2000 y con la verdadera situación de unas cuantas grandes empresas que se hundieron en el 2002, dejando al descubierto sus manipulaciones contables y una tenebrosa trama de complicidades en el gobierno y en las auditoras.
Lo notable es que un periodista, James Ledbetter, admitió recientemente la mala praxis del gremio y su propia implicación, ya que él trabajó para The Industry Standard, un medio que creció explosivamente a partir de su lanzamiento en 1998, al conjuro del Nasdaq. (La referencia industrial del nombre no debe engañar, ya que en inglés se llama industria a la banca y a cualquier negocio financiero, y es preciso señalar que la prensa argentina suele traducir lineal e incorrectamente ese término en uno más de sus alevosos anglicismos.)
Al calor del boom de la “nueva economía” surgieron montones de revistas especializadas, sitios de internet y programas de cable. Sus mejores fuentes eran los ejecutivos de fondos de inversión y agencias bursátiles. Ciertamente, eran los que más conocían financieramente a las tecnológicas, pero esos informantes distaban de ser imparciales: tenían mucho en juego en el frenesí especulativo porque de éste derivaban millones.
The Industry Standard, como otros medios, también se involucró en el negocio: las grandes firmas tecnológicas le daban de comer mediante avisos en la revista, auspiciando una sección en su página de la red, copatrocinando seminarios donde sus ejecutivos disertaban, vendiéndole software y estando siendo dispuestos a regalar coloridas citas a los reporteros. ¿Para qué preocuparse por la independencia de la prensa?