BUENA MONEDA
Cinco planes
› Por Alfredo Zaiat
El Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales, que lidera Carlos “Chacho” Alvarez, elaboró un documento que presenta una síntesis de las coincidencias y diferencias de cinco propuestas para el desarrollo económico. El trabajo surge de analizar los planes preparados por la Asociación Empresaria Argentina (AEA, que agrupa a las corporaciones más poderosas del país), la Cepal, el Grupo Fénix, el PNUD y la Fundación Pent. Esta encomiable iniciativa, que será difundida dentro de dos jueves, tiene el objetivo expreso de construir “un proyecto estratégico de acuerdos básicos, que fije las grandes metas de desarrollo de mediano y largo plazo”. Del análisis de esos documentos surge un “núcleo duro” de consensos, entre los que se destacan: crecimiento sostenido de las exportaciones, estimulando las de mayor valor agregado, e integración al mundo desde el Mercosur; una política monetaria orientada a preservar la estabilidad de precios de bienes y servicios; solvencia fiscal; un sistema de protección social y asistencia a la población carenciada; equitativa distribución del ingreso entre el capital y el trabajo; reforzamiento del rol del Estado con políticas activas.
Resulta difícil encontrar discrepancias de los principales agentes económicos a esos lineamientos rectores de un plan económico. La cuestión es más complicada cuando se deben definir qué instrumentos de política económica se aplicarán para alcanzar esos objetivos, así como también qué sectores estarán dispuestos a resignar intereses propios en función de conseguir esas metas.
De ese desafiante documento del centro de estudios de Chacho Alvarez vale detenerse en uno de los disensos que surgen de los diferentes planes analizados. No se trata de una vocación de observar el vaso medio vacío sino porque ese aspecto resulta muy sensible al humor social, así como que es uno de los determinantes de “la errática política económica aplicada durante el último cuarto de siglo”. Se refiere al tipo de cambio; de cuál debería ser el nivel adecuado de la paridad con el dólar. Y esa definición no es una cuestión menor en la construcción de una estrategia de desarrollo económico. Ya se conoce el saldo de transitar a los saltos por la tablita de Martínez de Hoz, el Plan Austral de Alfonsín, la convertibilidad de Menem y, ahora, con el modelo de dólar alto estable de Duhalde-Kirchner.
Las posiciones expresadas en los cinco planes estudiados son bastante divergentes sobre la paridad peso-dólar. En ese trabajo-resumen se menciona que, por un lado, un grupo propone un tipo de cambio real alto que incentivaría la producción de bienes transables, con efectos beneficiosos sobre las economías regionales relacionadas con esos sectores, a la vez que funcionaría como instrumento de protección del mercado interno. El otro conjunto de especialistas señala que el país no necesita un tipo de cambio real alto para competir sino que se debería priorizar la estabilidad y previsibilidad del mismo. Como se apunta en el documento, con criterio, “el tema requiere de discusión y profundización”.
Cuál debería ser el nivel del tipo de cambio tiene variadas facetas, puesto que refiere a la puja sobre la apropiación del excedente económico generado. Pero vale detenerse en el costado que tiene que ver con la renegociación de la deuda en cesación de pagos. En esa batalla, voceros de acreedores defolteados, Guillermo Calvo, economista jefe del BID, entre otros, señalan que si la Argentina deja apreciar su moneda, o sea orientarse a un tipo de cambio bajo, podría generar más dólares para pagar los compromisos incumplidos. A esta altura, con las experiencias traumáticas de la tablita de Martínez de Hoz y la convertibilidad, resulta evidente el elevado costo que finalmente tiene una apreciación artificial del peso en términos de producción y empleo. Aspectos estos últimos que, en realidad, determinan la capacidad de pago de un país. Eso es una cuestión que poco importa a los tenedores de bonos en default, que con visión de corto plazo quieren minimizar pérdidas al aspirar a una recuperación mayor al 25 por ciento del capital de la propuesta Dubai. Ambición que no toma en cuenta que la Argentina tiene un margen muy limitado para efectuar pagos adicionales a los que viene realizando por la deuda que se está cumpliendo en tiempo y forma. Aun creciendo a tasas altas en los próximos años, supuesto bastante controvertido, la capacidad fiscal y externa sólo deja un estrecho sendero de pago.
Aquellos que proponen fortalecer el peso en su paridad con el dólar para pagar más a los acreedores se basan en un simple voluntarismo. Sostienen que con un dólar cercano a los 2 pesos combinado con la emisión de deuda adicional, que el “mercado” aceptaría por la corriente favorable provocada por la “buena fe” en la negociación, sería la fórmula mágica para culminar con éxito un nuevo “megacanje”. Este sería sustentable y “amigable” para los mercados y dejarían satisfecho al Grupo de los Siete países más poderosos del planeta. Los economistas del Plan Fénix, Benjamín Hopenhayn y Alejandro Vanoli, hacen una convocatoria a la memoria: “El resultado de ese camino ya fue probado: llevó al desastre”.