BUENA MONEDA
Unplugged
› Por Alfredo Zaiat
Los recitales unplugged son atractivos porque se escucha casi en estado natural al artista. Desconectado de la maquinaria electrónica, emergen con autoridad las virtudes como así también las falencias. Esos conciertos sirven a la industria para publicitar al músico pero no es lo habitual para su lógica de negocio porque no les permite una facturación creciente al acotar su masividad. El unplugged es la excepción y no la regla para pertenecer al show bussines. Con los países sucede algo similar. El saber predominante, construido aquí por economistas que se alejan cada vez más de la ciencia para ser simple voceros del poder (a propósito, ¿esos profesionales están involucrados en la denuncia de Kirchner sobre el gasto excesivo en consultoría con dineros del Banco Mundial?), sostiene que una de las principales condiciones para el crecimiento es que la economía esté conectada al mundo. La cuestión es determinar con qué tipo de enchufes.
Desde la salida traumática de la convertibilidad se instaló la idea de que “Argentina le da la espalda al mundo”. Muletilla que refiere a la declaración del default y a la pesificación y congelamiento de tarifas de las privatizadas. Más alejado de la realidad, ese desinterés más allá de las fronteras: el comercio exterior ha crecido a ritmo sostenido como revelan las estadísticas de exportaciones y, en los últimos meses, de importaciones. Del mundo que el país quedó unplugged fue del financiero internacional. Desconexión que no fue voluntaria sino que fue consecuencia de la cesación de pagos de la deuda. Devaluación y default implicaron quedar fuera del flujo de capitales especulativos que va recorriendo los mercados.
Ese desenchufe abrupto hoy puede evaluarse con una perspectiva aleccionadora. Al quedar marginado del circuito del denominado capital caliente, las actuales turbulencias por la inminente alza de la tasa de interés internacional no tienen un impacto devastador, como sí se teme en Brasil. La caída de las acciones y títulos públicos provoca inquietud, pero no adelantan caos como en los años del Tequila, en 1995, o del derrumbe ruso, en 1998. En esta oportunidad la burbuja financiera internacional que ha empezado a desinflarse a partir de los guiños de Alan Greenspan, titular de la Reserva Federal, empieza a interesar en Argentina por su impacto en la economía real y no por los desequilibrios en el gueto de las finanzas. Y aunque para algunos esa diferencia parezca un tema menor, resulta un avance relevante para minimizar los efectos negativos de una crisis.
La suba de la tasa, la presiones para enfriar la economía china y el andar a los tumbos de Brasil impactarán sin duda en el nivel de actividad. Pero al quedar reducido el ruido financiero existe más libertad para echar mano a herramientas de política económica. Instrumentos que antes quedaban neutralizados por la parálisis que provocaban las corridas contra el dólar o contra activos bursátiles. Queda en evidencia que el control de capitales con medidas restrictivas, que vale mencionar han sido flexibilizadas por el Banco Central en los últimos meses, o por factores independientes, como el default que alejó a inversores especulativos de estas playas, hacen más previsible o, en todo caso, más manejable economías de la periferia.
En Argentina, además, debido a la fenomenal destrucción de riquezas que provocó la crisis 1998-2002, el escenario para alimentar burbujas financieras quedó limitado. Los sectores que recuperaron rápidamente rentabilidad, el agro, la industria sustitutiva de importaciones y la vinculadas a ventas al exterior no volcaron sus excedentes en los bancos ni en la Bolsa. Las bajas tasas de interés no convocaron; los bonos públicos y privados tampoco sedujeron con el antecedente de la generalizada cesación de pagos y las acciones se mantuvieron dentro del reducido grupo de especuladores. En cambio, los inmuebles, los ubicados en el corredor norte que va desde Puerto Madero hasta las zonas de los countries, fueron los únicos activos que se han subido a la burbuja. Por ese motivo en muchos casos han recuperado y hasta han superado los valores en dólares que tenían antes de la devaluación. Pero es una burbujita en comparación con las que aquí se desarrollaron durante los ‘80 y ‘90.
En tanto, mientras que aquí se iban cicatrizando con lentitud las heridas de la crisis, en los países centrales tasas de interés en niveles bajísimos fueron el inflador de una burbuja inquietante: por caso, el índice de principales acciones de la bolsa de Japón, Nikkei, alcanzó su máximo luego de más de un década; el valor del metro cuadrado en Madrid tocó su record histórico y el Dow Jones y el Nasdaq avanzaban a paso sostenido. La insinuación de Greenspan de que ajustará para arriba la tasa actuó de disparador para encender luces de alerta.
Esos reflectores no apuntan en dirección a la Argentina gracias a que su unplugged del mercado de capitales la ha dejado desnuda con sus virtudes y deficiencias. El desafío es saber usar los harapos que quedan para que el nuevo escenario financiero internacional genere solamente un resfrío y no una severa neumonía.