Dom 06.06.2004
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BUENA MONEDA

Sea realista pida lo imposible

› Por Alfredo Zaiat

Cuando se quiere creer, lo que algunos denominan voluntarismo, no existen razones, análisis ni experiencia histórica que pueda perforar ese muro de fe. No tiene que ver con desplazar las convicciones, que a veces son terrenales y muchas otras celestiales, sino acercarse lo más posible a criterios de realidad. Como esa realidad tiene tantos colores como ojos que la observan queda por lo tanto relativizada. Con esa condicionalidad a cuestas, entonces, no tiene que ofuscar al ministro que se concluya que el Plan Buenos Aires (a partir de aquí B.A. –bi.ei., a tono con la jerga de Wall Street–) ya no es el de Dubai. No le hace bien a la imagen de Roberto Lavagna mostrarse prejuicioso calificando a derecha y a izquierda las previsibles críticas a su propuesta. La verdad revelada sólo la tuvo Domingo Cavallo, como bien se sabe. Dos iluminados tan seguidos es una bendición que Argentina no puede darse el lujo de abusar.
Como se trata de un nuevo megacanje que involucra a ésta, a la próxima y a la siguiente generación se debe, por lo menos, un debate. Intercambio que servirá, al menos, para saber lo que puede deparar el futuro. En caso contrario se corre el peligro del síndrome Lula, que consiste en la inhibición a la crítica por miedo al fracaso de esa gestión. Destino que no estará determinado por esas eventuales observaciones sino por la propia política del primer obrero que llega a presidente de una potencia económica a partir de una extraordinaria experiencia de construcción de poder como lo es el PT.
El tema de la deuda no desvela a la población, que es consciente de que es un problema pero deposita su resolución en el gobierno de turno, con los resultados conocidos. Tan acostumbrados al regateo en la pelea diaria, el Plan B.A. no será visualizado por la mayoría como un paso atrás sino como parte de una negociación. Y esa fue la estrategia planteada desde un primer momento por el Gobierno. Estrategia que, por ejemplo, preservó como acreedores privilegiados a los organismos financieros internacionales. Los economistas que se ven a sí mismos como progresistas y se sienten cerca del Gobierno no serían fieles a sus convicciones en el caso de no apuntar las debilidades de sustentabilidad de la nueva propuesta. Corren el riesgo en el campo intelectual de imitar con Néstor Kirchner lo practicado por sus colegas liberales, obviamente no en el de los negocios, que avalaron la política de Carlos Menem sin señalar sus carencias. Comportamiento que los llevó finalmente al desprestigio personal y, en especial, al de sus ideas.
La reacción indulgente dice que “era imposible hacer otra cosa en este mundo” dada la relación de fuerza política, interna y externa. Para luego enumerar las tareas pendientes de redistribución del ingreso, crecimiento con equidad y construcción del tejido industrial y social. De ese modo se manda al archivo la concepción básica de que la deuda es el principal condicionamiento para alcanzar esos objetivos. Las exigencias del Plan B.A., sin tomar en cuenta las que se pueden seguir sumando ante las presiones de acreedores, G-7 y FMI, limitan severamente la posibilidad de ingresar en ese tipo de sendero de crecimiento. Más bien: convalida y toma como dato inmodificable que gran parte de la población seguirá en la pobreza y exclusión social, además de continuar con una pauta distributiva profundamente regresiva.
Los economistas tienen el vicio de hablar de un mundo abstracto, pues sólo en ese mundo es posible afirmar que Argentina puede pagar el 2,7 por ciento del Producto Interno Bruto hasta el 2010, para luego comprometerse a un requisito de reducción gradual hasta llegar a un mínimo de 2 por ciento en el 2017. Ello implica presumir que se puede mantener esa cláusula ceteris paribus (supuesto por el que todas las demás variables no se modifican) aunque una de cada dos personas no tenga ingresos que les permita dejar de ser pobre. Entonces lo realmente imposible no es que “no se puede hacer otra cosa en este mundo”, sino que lo imposible será sostener política y socialmente ese compromiso. Imposible, como dice el economista Saúl Keifman, “porque va en contra de las nociones aceptadas de lo que es justo, por lo tanto no es sostenible, ya que llevaría a la desintegración de la sociedad argentina”. No es posible determinar de antemano el porcentaje del excedente económico anual de un país (perdón, esa virtud la tienen los economistas-astrólogos con capacidad de diseñar modelos sustentables a 30 años) sin conocer una serie de parámetros altamente variables como, por ejemplo, la tasa de interés internacional y los precios de exportación que impactan sobre la cuenta corriente, el crecimiento y los recursos fiscales. Y esos parámetros no se saben; se suponen con la conocida capacidad de error de los economistas.
Vale, entonces, una pequeña licencia de una vieja frase: la deuda es algo demasiado importante para dejarla exclusivamente en manos de economistas.

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