BUENA MONEDA
En un reciente informe del
Fondo Monetario Internacional se presenta el ranking de países según
el Producto Interno Bruto per cápita. Ese indicador es una medida aproximada
de cómo se distribuye la riqueza. Al tope de esa tabla mundial se ubica
Luxemburgo con 64.328 dólares por habitante de ese Gran Ducado, refugio
de bancos y empresas para el manejo de dinero fuera del alcance de fiscos molestos.
En la cola de esa selección se encuentra la nación africana de
Burundi con apenas 93 dólares por persona. En la década de ‘80
se generalizó una forma de describir a países de extrema desigualdad
económica, siendo Brasil el caso destacado de América latina,
con la denominación Belindia: mitad Bélgica, mitad India. Para
algunos, Argentina no ingresaba en esa categoría. Con los cambios que
se produjeron en la economía mundial durante los últimos años
Belindia dejó ya de representar a ese tipo de países de estructura
social injusta. Ahora ese territorio donde conviven la opulencia y la concentración
de riquezas con la miseria y la marginación tiene un nuevo nombre: Burunburgo,
mitad Burundi, mitad Luxemburgo. Hoy, Burunburgo es Argentina.
La actual desigualdad de ingresos entre ricos y pobres es la peor desde que
el Indec realiza relevamientos estadísticos. El sector acomodado del
principal conglomerado del país (Capital y Gran Buenos Aires) gana 50
veces más que el de los desahuciados. El titular de la consultora Equis,
Artemio López, estimó que el año pasado el grueso de la
población y, en particular, la clase media transfirió al estrato
alto y, en especial, a la cima, a valores de 2001, el equivalente anual de 15
mil millones de dólares. A partir del Rodrigazo y la posterior dictadura
militar se produjo un quiebre en el patrón de desarrollo económico,
privilegiando la valorización financiera sobre el productivo, lo que
fue configurando una sociedad dual y desintegrada. En estos momentos ha alcanzado
niveles inéditos porque, según López, “la tendencia
de distribución de los ingresos no ha variado tras el cambio de etapa
que supuso la devaluación”. Esto es que la concentración
de la riqueza siguió profundizándose sin registrar el “supuesto”
cambio de modelo. ¿O, en realidad, no hubo cambio?
En 1974, la diferencia entre ricos y pobres era de doce veces; en los ‘80
fue de catorce; Carlos Menem se va, con veinticuatro; De la Rúa, con
veintiocho; y con Duhalde esa brecha se amplía a treinta y cuatro. En
Burunburgo no se ha revertido esa desigualdad. En ese país generoso para
pocos no deja de ser llamativa la elevada ponderación que reúne
el ministro de Economía, enfatizada por analistas políticos, como
si no tuviera nada que ver con esa grieta social. Gracias a esa coraza de acero
nacional y popular que lo protege le permite imaginarse igualmente un futuro
político en cargos que en otros momentos deseó Domingo Cavallo.
Esa preocupante distribución de la riqueza se registró en el año
de la recuperación record de la actividad económica. Burunburgo
esconde una dramática transformación socioeconómica. La
Argentina era un territorio donde a mediados de los ‘70, siete de cada
diez habitantes integraba la franja de ingresos medios; y hoy, en Burunburgo,
apenas dos. Más que analizar esa vorágine de cuántos van
ingresando al infierno de la exclusión, hay que abrir el debate sobre
el proceso de transferencia de ingresos. La pobreza es la consecuencia de una
perversa apropiación y distribución de la renta.
Y aquí aparece el cinismo de aquellos que agitan el miedo piquetero y
de la inseguridad. La realidad es un poco más compleja que lo que las
anteojeras ideológicas les permiten ver a sectores que convocan fantasmas.
Aquellos que se apropiaron de una porción creciente de la renta son los
mismos que se alarman por los niveles de violencia y reacción social.
¿Aspiran a que los pobres sean felices y dignos por ser pobres y estudien
buenos modales para protestar? Las empresas no archivarán proyectos de
inversión porque existan manifestaciones, algunas violentas y otras no,
de protesta social, siendo varias de ellas funcionales a la corriente que reclama
represión y otras tantas de genuino hastío por la indiferencia
del poder, en estos momentos representado en las comisarías. Los empresarios
deciden inversiones evaluando la tasa de retorno que le proporcionará
el proyecto y poco les preocupa la situación social y política.
Esto mejor que nadie lo puede certificar el petrolero Carlos Bulgheroni que
hizo negocios con los talibanes en Afganistán. O lo pueden responder
los más de 250 empresarios que desembarcaron la última semana
en la China “abierta al mundo capitalista”, que acredita niveles de
represión política interna, censura, control estatal de la economía
que alarmaría a pastores neoliberales. También puede dar una pista
al respecto Alfonso Cortina, presidente de Repsol YPF, que hace pocos días
no se inhibió de fotografiarse con una de las figuras del Eje del Mal,
Hugo Chávez. El detalle para comprender esa instantánea es que
en Venezuela hay mucho petróleo y gas.
En Burunburgo habitan, además, otros miserables que si se quema una comisaría
en Palermo dicen que es la reacción de un barrio ante la injusticia,
y si, en cambio, la comisaría está en la Boca se indignan por
la violencia de la protesta.
¿Qué colores tiene la bandera de Burunburgo?
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