BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
El diccionario Roberto Lavagna define populismo setentista de la siguiente manera: “Ellos piensan que ahora viene el momento del crédito ágil, del subsidio, de la expansión del gasto público, del aumento de las remuneraciones. Ahora viene el momento de dar más y rápido a todo el mundo”. La otra definición relevante que brinda ese glosario del ministro es conservadurismo financiero, que significa que “producido el arreglo de la deuda, hay que volver a los negocios financieros fáciles, salir apresuradamente a los mercados internacionales a colocar deuda”. Por defecto, la definición de lavagnismo sería “no ceder a las presiones sectoriales”. Hace bastante la palabra ha sido devaluada y, pese a las buenas intenciones, todavía no ha recuperado cotización. Resulta más relevante analizar las políticas y la gestión de áreas clave del Gobierno dejando a un margen los discursos que, dada la hipersensibilidad de los protagonistas, sólo se realizan en función de delimitar espacios de poder. Esto último sólo importa al microclima de funcionarios y periodistas. En cambio, las medidas que se impulsan tienen impacto en la población y las estrategias que se vayan instrumentando definirán qué estilo de crecimiento se privilegiará.
Antes de avanzar en esa cuestión, un comentario entre paréntesis: Lavagna eligió como tribuna para desarrollar ese postulado político el estrado ofrecido por la Delegación Argentina de Asociaciones Israelitas (DAIA), que está festejando su 70º aniversario. Es evidente que los asesores del ministro no trabajaron bien: en la actualidad, más allá del sello la DAIA no representa a la comunidad, es una institución desprestigiada, manejada por dirigentes vinculados al banquero preso Rubén Beraja que quebró junto a sus socios el Banco Mayo y que tuvieron un cuestionado comportamiento en la investigación y juicio por el atentado a la AMIA. En fin, representa lo peor de la década menemista –negociados, desprecio a las instituciones, cortesanos del poder y frivolidad– que anidó en la comunidad judía. Lo que hoy es usual denominar un recinto noventista.
Ahora sí, volvamos al diccionario Lavagna. Resulta llamativa esa postura tan terminante del ministro porque, mal que le pese, su política tiene ingredientes de los denostados “setentistas” y “noventistas”. Cuestión que es lógica, que no habla bien ni mal de su gestión sino que es parte de un proceso histórico imposible de ignorar. Así como ha sido planteada por Lavagna, es una discusión absurda. Si algún rasgo se puede dibujar de la tragedia argentina, es que cada uno que arribó al poder, pensó que tenía que inventar todo, odiando todo lo anterior. Cada ministro de Economía piensa que su receta es la única y original para rescatar al país de la crisis. También ese comportamiento lo han repetido presidentes de la Nación. Y así terminaron. No hay ninguno, civil o militar, que haya terminado bien su mandato desde la década del treinta. O terminaron presos, o fuera del país, o recluidos, o derrocados o se van antes de tiempo. En economía, en realidad, la actual política es una continuidad de las experiencias –con lo bueno y lo malo que dejaron– de las últimas tres décadas.
Las características del Lavagna setentista, aunque el ministro reniegue de ese cartel, se observan cuando implementa un bienvenido sistema de subsidio de tasas de interés para otorgar “créditos ágiles” a las pymes, como el que acaba de anunciar el miércoles pasado junto al secretario de Industria, Miguel Peirano, y el subsecretario Pymes, Federico Poli. Surge el Lavagna noventista cuando diseña un controvertido mecanismo de “subsidio” a la inversión productiva, con la devolución anticipada del IVA y amortización acelerada de la compra de bienes de capital, que es aprovechada por los principales grupos económicos ganadores del modelo del dólar alto (entre ellos, Techint, Aluar y las petroleras). Parte de esas millonarias inversiones son financiadas por el fisco a empresas con ganancias espectaculares, beneficiarias de un tipo de cambio y precios internacionales de sus productos elevados.
El Lavagna populista se hace presente cuando expande el gasto público al ritmo que se lo permite la restricción externa por los compromisos de deuda. Es el mismo que avaló el aumento de las remuneraciones vía decreto para los trabajadores en relación de dependencia del sector privado y para los jubilados. Vale recordar, ahora que el ministro se muestra resistente a mejorar ingresos por medio de decretos, que en noviembre del año pasado, en la Conferencia Anual de la UIA, apercibió a los empresarios por no conceder subas salariales y los amenazó con la intervención del Ejecutivo en esa materia, medida que luego se concretó. El Lavagna del conservadurismo financiero emerge cuando los bancos y AFJP vuelven a vivir con “negocios financieros fáciles”, al salir Economía apresuradamente al mercado de capitales luego de cerrado el canje de bonos. La primera colocación de deuda después del default fue carísima para el Estado (la tasa fue del 6,51 por ciento más CER), lo que implicó ganancias fáciles para las entidades que compraron esos bonos. Esa emisión se realizó en el mercado local, y el secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, adelantó que dentro de poco se colocará deuda en las plazas del exterior.
También son negocios fáciles para los bancos la persistente suba de la tasa de interés de pases y Letras del Banco Central para retirar pesos del mercado. Estrategia que cuenta con el apoyo decidido de Lavagna convencido de que el rebote inflacionario del primer trimestre tuvo entre sus orígenes una excesiva emisión de moneda. Como se señaló en varios oportunidades, debido al descalabro de la devaluación y el corralito, resulta difícil estimar cuál es la actual demanda de dinero. Por lo tanto, intervenir en ese escenario subiendo tasas y retirando pesos sólo sirve para enfriar la economía y aumentar con recursos públicos las utilidades de los bancos .
Aparece el Lavagna setentista peleando con el poder financiero internacional, con el Fondo Monetario Internacional y con los acreedores por la quita de la deuda. También reafirmando el derecho de un país a diseñar su propia política económica sin que ésta sea dictada desde Washington. Lavagna muestra, a la vez, su rostro noventista presionando para que las privatizadas tengan un aumento de tarifas, mandando al archivo la cuestión de si les correspondería o no esa suba teniendo en cuenta incumplimientos, irregularidades y la propia evolución del negocio de esas empresas durante la década pasada y en los últimos años.
En el espejo, a veces, el reflejo no es lo que uno quisiera que sea. Simplemente, es lo que es.
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