BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
En varias ocasiones, un chiste resume con muchísima autoridad una historia compleja. El genial Sendra, ilustrando un artículo publicado en Página/12 el domingo 18 de febrero de 1990, imaginó el siguiente diálogo entre un periodista y un empresario:
–... y como vocero de las empresas endeudadas puedo afirmar que los grandes grupos le ofrecen al Banade pagar sus deudas religiosamente.
–¿Religiosamente? –preguntó el cronista.
–Sí, un pagadiós.
El Banade era el Banco Nacional de Desarrollo, nacido en 1970 de los cimientos del Banco de Crédito Industrial y liquidado a comienzos de los noventa. Quien convocó nuevamente a esa entidad en la agenda económica fue Roberto Lavagna, aunque la idea de recrear un banco de fomento ya se había instalado por las disputas con Brasil, socio comercial que basa su crecimiento industrial en un poderoso banco de desarrollo. El ministro, que acuerda con el proyecto de que el Estado sea un actor relevante en el financiamiento de inversiones industriales del sector privado, abrió las puertas para un interesante debate al evocar el Banade.
Cuando en 1944 se creó el Banco de Crédito Industrial, para financiar el reequipamiento industrial del país, su destino no preveía convertirse en una entidad estatal proveedora de subsidios al sector privado mediante préstamos que no serían devueltos, como lo fue el Banade. Lavagna recordó que esa entidad contabilizó un muerto de unos 5700 millones de dólares de préstamos otorgados a grandes empresas que, como ilustró Sendra, cumplieron con sus deudas religiosamente: pagadiós. Ese millonario monto de la cartera irrecuperable estuvo concentrado en un puñado de compañías.
La relación de los grupos económicos con el Banade encerró complejas y promiscuas vinculaciones. Por el directorio de la entidad desfilaron varios representantes de conglomerados industriales, como así también radicales y peronistas preocupados en negocios propios y ajenos. Uno de los mayores escándalos previo a su liquidación fue el procesamiento dispuesto por el juez federal Rodolfo Canicoba Corral al titular del banco al comienzo del menemismo, Roberto Luis Arano, por presuntas operaciones irregulares por 90 millones de dólares en el convenio Celulosa-Citibank. Arano también fue un relevante ejecutivo de la Unión Industrial Argentina.
El grupo Celulosa Argentina llegó a concentrar el 16 por ciento de la deuda total que tenían sesenta compañías –privadas y públicas– con el Banade. Ese endeudamiento incluía al proyecto de Celulosa Puerto Piray y a su participación mayoritaria en el emprendimiento de Alto Paraná –donde el grupo Massuh también tenía una porción importante de la empresa–. La débil situación patrimonial de la papelera sirvió para que el principal banco acreedor del país de ese entonces, el Citibank, utilizara la capitalización de deuda externa para sanear el pasivo de Celulosa con el Banade. La operación consistió en la entrega de acciones de la papelera en poder de la entidad al Citi a un valor presuntamente inferior a su cotización de mercado, además de la cancelación de la deuda con desvalorizados bonos, lo que implicaba una quita del 60 al 70 por ciento del capital.
Dentro de los mayores deudores del Banade se encontraba Papel de Tucumán, entonces en manos del Grupo Bulgheroni. También la petrolera Pérez Companc acumuló varias deudas con esa entidad, distribuidas entre sus compañías Petroquímica Cuyo y Pecom Nec. El desaparecido Grupo Richard tenía cuenta en el Banade con sus petroquímicas: Indupa, Monómeros Vinílicos, Induclor y Petropol. También figuraron en esa selecta cartera Acindar, Uzal, Astra, Siderca, Supercemento, entre otros. En otras palabras, el Estado supo con el Banade cómo contribuir a la riqueza de los burgueses nacionales. Uno de ellos, Héctor Massuh, escribió el pasado 15 de mayo en La Nación que “el país también supo tener un Banco de Desarrollo, que financió con crédito accesible y a largo plazo miles de proyectos de pequeñas, medianas y grandes empresas, en sectores como la petroquímica, la siderurgia, la celulosa y el papel, el cemento, la energía, la industria frigorífica y el aluminio. Pero colapsó, como tantas instituciones, por nuestra incapacidad para ver o defender el fondo de las cosas”. No se puede negar la capacidad de autocrítica del papelero Massuh.
La política crediticia que llevó a la práctica el Banco Industrial y luego el Banade en cada una de sus etapas estuvo íntimamente relacionada con el modelo económico que prevalecía en ese entonces. En los años ’50 fomentando la industria sustitutiva; en los ’60 disminuyendo su participación siguiendo la estrategia económica que incentivó la entrada de capitales y tecnología del exterior; en la primera mitad de 1970 retomando el rol de asistencia a la promoción de la industria nacional; y por último, la etapa que comenzó en 1976 modificando radicalmente su función de ayuda crediticia para el desarrollo industrial. En la medida que el país entró en un proceso de desindustrialización y retroceso, el banco perdió las funciones esenciales que debía cumplir una institución de ese tipo. Y se transformó simplemente en una vía de transferencia de recursos del Estado hacia los sectores económicos más concentrados. No es independiente, entonces, el lugar que ocupa una entidad de fomento en el sistema financiero y la estrategia de desarrollo económico que prevalece en el país.
Los diputados Miguel Bonasso y Daniel Carbonetto presentaron hace un par de semanas un proyecto de ley para la creación del Banco de Fomento Industrial, y en sus fundamentos recuerdan que “hubo siempre en el período 1944-1975 un banco dedicado a promover la industria, en la certidumbre de que el crecimiento y desarrollo de dicha actividad redunda en mejores condiciones de vida para toda la población”. Convencidos de la necesidad de un proceso de reindustrialización, en la Casa Rosada y en el Ministerio de Economía también existe la vocación de crear un canal de financiamiento del desarrollo.
El dilema que se presenta –más que un debate– se refiere a cómo pensar una necesaria entidad de ese tipo cuando no hay que remontarse a los millonarios pagadiós del Banade para detectar cuál es el histórico comportamiento de los grupos locales. Basta con recorrer el listado de las compañías que fugaron capitales en los meses previos al estallido de la convertibilidad y luego calcular la impresionante transferencia de recursos públicos hacia grandes empresas que implicó la escandalosa pesificación asimétrica.
No es tarea sencilla construir sobre esas ruinas y por eso vale entonces el consejo del esclarecido Massuh: hay que ver el fondo de las cosas.
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