BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Como en la información del clima, la inflación tiene para ofrecer el índice de precios al consumidor del Indec (temperatura) y la percepción de castigo diario al bolsillo (sensación térmica). Los economistas, a diferencia de los meteorólogos, no encontraron la forma de resolver ese problema de comunicación. Roberto Lavagna afirma que la inflación está bajo control. Y la mayoría piensa que los precios no paran de subir. Aunque parezca contradictorio, uno y otros tienen razón. Lo que pasa es que cada uno está hablando de cosas diferentes. Aquí se corre el riesgo de quedar atrapado de la advertencia de Raúl Scalabrini Ortiz, cuando dijo que los asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño, y cuando no se entienden pese a preguntar una y otra vez es que están tratando de robarle.
Por inflación se considera un crecimiento continuo y generalizado de todos los bienes y servicios existentes en una economía. A la vez, aumentos de precios significa variaciones puntuales del valor de ciertos productos. Si bien esa diferencia conceptual puede no significar nada cuando se padece la disminución del poder adquisitivo de la canasta de bienes y servicios que se consume mensualmente, resulta relevante para tratar de entender qué está pasando y, fundamentalmente, cuál será el horizonte inmediato.
Con la experiencia traumática de las últimas décadas, cuando la inflación devoró con violencia lo poco o mucho que se había construido, esa sutileza de interpretación puede corresponder a la esfera del micromundo de los economistas. Sin embargo, no es un tema menor definir con precisión cuál es el problema para poder realizar un buen diagnóstico. De ese modo se tiene menos chances de equivocar el tratamiento.
En la actualidad no se ha disparado un proceso inflacionario, sino un ajuste de precios relativos con orígenes diversos. No se trata de una espiral inflacionaria, como muchos temen y otros sienten en sus finanzas personales, porque no se está en presencia de impulsos estructurales al alza de precios que tienden a mantenerse. O sea, por ahora, no existe un encadenamiento de aumentos que se propagan de un mercado a otro. Esto se traduce en subas de precios de ciertos bienes que se extienden a otros, y luego a salarios, alquileres, tarifas de servicios públicos y así se retroalimenta esa secuencia. Es lo que se conoce como indexación de la economía. Ese proceso se puede disparar ante desequilibrios fiscales o monetarios, como bien se sabe por la historia reciente de los ‘80 y ‘90. Desequilibrios de las cuentas públicas o emisión descontrolada son el alimento para engordar procesos o explosiones inflacionarios. No es ése el caso en estos momentos puesto que la Tesorería muestra una inédita holgura fiscal y el Banco Central mantiene una ortodoxa política del manejo monetario.
Tampoco lo es la demorada recomposición salarial que todavía, en promedio, sigue siendo negativa en términos reales en un contexto de fragilidad laboral. Roberto Frenkel recuerda que la última vez en la cual los incrementos de sueldos jugaron como impulso inflacionario fue en el Rodrigazo, en junio de 1975. Como puede apreciarse en cualquier serie histórica de la evolución de los salarios, desde entonces el ingreso de los trabajadores fue perdiendo terreno siempre corriendo de atrás frente a otros impulsos inflacionarios que sirvieron para dirimir pujas al interior del bloque de poder económico.
En la economía argentina, desde hace bastante, explica Frenkel, “los impulsos inflacionarios provinieron principalmente del mercado cambiario”. Eso fue lo que se verificó a la salida de la convertibilidad, del mismo modo que en experiencias traumáticas anteriores. Hoy, ese frente está en calma y sin un horizonte inmediato de inestabilidad.
Sin embargo, la cuestión cambiaria merece ciertas precisiones. Si bien está alejado el riesgo de otro shock inflacionario por una fuerte devaluación, como el que regaló el ajuste descontrolado al quebrarse el uno a uno, esa sacudida seguirá todavía filtrando sus efectos desestabilizantes. Los economistas del Instituto de Estudios Fiscales y Económicos precisaron en su último informe que “nos encontramos ante una inflación causada por una flexibilización del tipo de cambio que hizo depreciar la moneda a tres veces el valor que mantuvo durante los 10 años que duró la convertibilidad”. Pero no hubo una traslación inmediata de ese ajuste a precios porque los pulverizados ingresos no estaban en condiciones de convalidar aumentos astronómicos de bienes y servicios.
En un valioso documento elaborado por Economía referido al FMI y la crisis de la deuda, de julio de 2004, se destaca ese comportamiento de los precios frente a la devaluación. “Comparativamente con otras experiencias –México (diciembre ‘94), Indonesia (julio ‘97), Rusia (agosto ‘98), Brasil (enero ‘99), Ecuador (enero ‘99) y Turquía (febrero ‘01)–, la depreciación nominal argentina estuvo entre las mayores. Sin embargo, el traslado de la depreciación a los precios domésticos (pass through, lo denominan los economistas) fue relativamente muy reducido y, en consecuencia, el tipo de cambio real se mantuvo relativamente más depreciado que en el resto de las experiencias aun después de transcurrido más de tres años.” Esto se verifica en la amplia brecha abierta entre el incremento acumulado entre los precios mayoristas (145 por ciento) y los minoristas (60 por ciento) en ese período. Esa diferencia permite vislumbrar una tendencia “natural” hacia la recomposición de los márgenes de las cadenas minoristas.
Esa brecha adelanta, entonces, futuros índices de inflación poco agradables. Además, por una cuestión estructural, que consiste en que el país tiene como principales exportaciones los mismos bienes de consumo básicos (alimentos). Así los precios seguirán subiendo, ineludible destino que sólo podrá ser amortiguado y extendido su efecto en el tiempo con una muy activa intervención del Estado vía retenciones a las exportaciones, subsidios al transporte público y por acuerdos con las compañías de sectores sensibles. Estas son las de los servicios públicos privatizadas como aquéllas con posición dominante en el mercado de bienes de la canasta básica.
De todos modos, aunque el Gobierno tenga relativo éxito en esas intervenciones y la temperatura no altere el estado de ánimo, la sensación térmica de la inflación seguirá siendo más intensa.
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